VIERNES SANTO: A CONTRACORRIENTE

Ante la Cruz

No es tarea fácil, el camino es arduo, sin dejarse doblegar por la marea dominante, que pretende absorberte y convertirte en espuma en unas ocasiones; o, en otras, por el contrario, lanzarte irremediablemente contra las rocas para despedazarte. En cualquier caso a contracorriente, porque encontrarás todos los obstáculos posibles que intenten alejarte de tu meta, pues forzosamente va a parecer extravagante y extraña: ¿caminar hacia Lo Alto desde Lo Profundo?, ¿a la Gloria desde la Cruz? ¿no es contradictorio? Lo alto es lo visible y lo apreciado, aquello que da publicidad y contribuye al éxito, al reconocimiento de todos y a tu propia estima. ¿Cómo situarlo en lo profundo, en el área de lo insondable y del misterio, en lo profundo e incomprensible de la cruz? Pero está claro, no hablamos de la altura mensurable, sino de la altura de lo humano, de la dignidad casi perdida, del horizonte del futuro inexplorado, de la promesa de plenitud y del ansia del infinito, del Dios escondido y sorprendente, de la única Vida.

Porque más allá de nuestra aparente y tal vez endiosada vida, está La Vida. Y hay que conquistarla, es la auténtica; y ésa sí es divina. Hay que resistirse al tedio, negarse y no consentir ser arrastrado por la superficialidad y lo mediocre, por la propaganda y la codicia; huir de los mercados donde todo se compra y se vende, hasta la dignidad de las personas, ¡y las propias personas! Rechazar el lujo, el desenfreno, el despilfarro; buscar afanosamente la perla perdida de la sencillez y la alegría; negarse al insulto, a la murmuración y a la envidia; esforzarse por no caer en la mera apariencia ni en la autocomplacencia; negarse a negociar con los ídolos del mercado, con los espejos y fantasmas de la fachada y de la moda; vivir en la austeridad y la modestia, pero con una ilusión y una alegría desbordantes; apagar los rescoldos del orgullo y del afán de independencia; pretender obstinadamente volver a recorrer si es preciso los mismos caminos, para reencontrar y asistir en ellos a las mismas personas; renegar incluso de la ciencia y del progreso, si ellas me alejan del prójimo y condenan a mi hermana o a mi hermano; saber que si no me hundo definitivamente en el abismo de Dios naufrago en mi océano de miseria y podredumbre; temerme solamente a mí mismo, porque soy yo mi único enemigo declarado, y abrir los brazos confiados al forastero y al extraño.Mirar el mundo como lo hace Él: con un cariño y delicadeza infinitos, con tanta mansedumbre y simpatía, que a veces me lleva a derramar lágrimas de impotencia; buscar lo imposible, empeñarse en la fe, provocar la esperanza, rescatar la utopía, restaurar la sonrisa, descubrir la luz, alumbrar La Vida…

Sí, parece que todo aquello que vale la pena y nos subyuga, porque se sitúa en el horizonte adonde apunta nuestro anhelo y el aliento del espíritu inscrito en lo más profundo de nuestra alma, reclama y nos obliga a ir a contracorriente y a estar muy alerta. Y no temer la cruz. Mirar su cruz. Porque apenas bajamos la guardia o condescendemos mínimamente con los criterios y opiniones dominantes, con las pautas establecidas o las modas pasajeras, nos asalta la debilidad y la duda, incluso la pereza y la cobardía, amenazándonos con convertirnos de nuevo en sumisos y disciplinados ciudadanos, sometidos al reglamento del circo humano en que actuamos…

Pero no hay que dejarse amilanar, ni consentir en que cunda el desaliento. Ya estamos advertidos: en una cruz está nuestro futuro; en la muerte del condenado, la Gloria; en el fracaso la utopía. Y eso es lo que busco, lo que quiero, lo que hago mío y no consiento que nadie me arrebate. Por eso, a pesar de puntuales desfallecimientos, de momentos de flojedad o de desmayo, de tristezas irreprimibles a veces, e incluso de posibles humillaciones y vergüenza, remo gozoso contracorriente buscando Lo más Alto en  Lo Profundo…

Y así, mirando a su cruz, sigo empeñado en derribar prejuicios y demoler castillos de mentiras y falsas ilusiones, fruto de sucios manejos y de negocios inconfesables. Me he hecho el firme propósito de no aceptar el soborno de los poderosos ni   el secuestro de los iluminados; huir del reparto de poderes y de la administración de beneficios o de cargos; escapar horrorizado de los círculos influyentes, de los promotores de opiniones públicas y de los acuñadores de monedas de cambio, de calumniadores y mentirosos, de violentos verbales y de resentidos, de videntes y agoreros. No consentir que nos chantajeen con el resplandor del oro o con el reclamo de lo espectacular o del prestigio, sino gozar hasta el extremo en la sencillez y en lo pequeño. Olvidar grandezas y aventuras deslumbrantes, que parecen garantizar el placer y la seguridad de los satisfechos, y apostar entusiasmados por el desafío de la comunión, de la verdadera fraternidad y del servicio. Sentarse ilusionados a la mesa compartida no para saciarse de comida, sino para rebosar de cariño y armonía; no para embotarnos de bebida, sino para emborracharnos de la hermana y del hermano…

Acoger con una sonrisa indulgente las palabras de desaprobación, e incluso de desprecio, de tantos ejemplares ciudadanos y de tantos dirigentes responsables; aceptar que nos señalen con el dedo, y maliciosamente sigan crucificando la verdad y la inocencia, la renuncia a sí mismo y el inclinarse ante el herido o necesitado. No responder a la provocación ni a la ofensa, más que con el testimonio firme de la verdad, de la paciencia, de la mansedumbre y del amor; pero no con cobardía o con temor, y nunca con la renuncia al proyecto de Dios en nosotros, sino con el ánimo y la fuerza que posee la debilidad contagiosa y contagiada de la cruz, de la entrega y el perdón incondicionales. Forjar de las espadas arados y de las lanzas podaderas, desarmar al guerrero enfurecido presentándole nuestras manos desnudas, y transformando las arengas y los discursos intimidatorios y agresivos en dulces reclamos de paz y propuestas de armisticio.

Pronunciar siempre palabras de consuelo, suavizar enfrentamientos, tensiones y amenazas, poner bálsamo en las heridas, en esas úlceras purulentas originadas por la podredumbre de la soberbia y el orgullo de quien maldice a Dios y te desprecia. Buscar por pequeño e insignificante que sea, lo humano que anida como semilla en toda persona, aunque esté oculto y escondido en recovecos y rincones oscuros, ahogado por rencores, desdichas o amarguras; tender la mano al caído, ser consuelo del triste y artífice de su esperanza; hogar para el inmigrante y forastero, remanso de paz para cualquier exasperado, modelo de paciencia para el apresurado, y diligente para acudir al necesitado.

¿Y por qué siempre así, a contracorriente?: Porque ante Jesús y su evangelio, y más mirando a su cruz, no hay opción: o así, a contracorriente como Él, o en el agujero oscuro de nuestra incompetencia. Porque sí, para dominar el mundo hemos de correr en esa carrera acelerada del progreso, de la ciencia, del control de la naturaleza y la previsión de nuestro porvenir; pero para ser personas, para amar y sonreír, para rebosar de paz y de dicha, para descubrir y gozar de lo que es comunión con Él y con los suyos, del auténtico regalo de la Vida, hay que mirar una cruz y descubrir allí, justamente allí, a contracorriente de todo, el inicio de la Gloria…

Por |2020-01-23T14:47:56+01:00abril 18th, 2019|Artículos, General|1 comentario

Un comentario

  1. Inma Ortells Ramón 23 abril, 2019 en 23:47 - Responder

    Comulgo exactamente con esta reflexión. Gracias por la clarividencia. Voy a explorar más este blog

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