LA VIDA COMO SEMILLA… (Mt 13, 1-9)
Podemos considerar la vida de cada persona como la ocasión, y también la posibilidad, de sembrar en la historia humana una semilla nueva, única, peculiar y original. Cada uno de nosotros somos la oportunidad de que a través de ese minúsculo (en apariencia intrascendente y llamado al olvido), paso nuestro por la tierra, germine algo de aquello por lo que Dios nos ha hecho el regalo de la vida y con él nos ha dado el encargo de ser no solamente signos de su trascendencia, sino protagonistas de ella, portadores de su misterio. Ello debe ser fuente inagotable de enriquecimiento, de crecimiento imparable hacia la plenitud, de ir haciendo realidad y consumar ese Reino fruto y meta de su voluntad creadora.
A veces pensamos que las acciones concretas que nos proponemos, o determinados proyectos emprendidos como exigencia de nuestra fe y como consecuencia de aquello en lo que decimos creer y de nuestro “compromiso cristiano”, se pueden considerar como ese sembrar del que nos habla Jesús en su parábola. O, en otras ocasiones, haciendo pie en la aplicación de la parábola que hace el propio Jesús al explicarla a sus discípulos, reflexionamos sobre la necesidad de ser “buena tierra” para poder “dar fruto”, procurando eliminar las piedras, arrancar los cardos, regar lo sembrado,… cuidar y no poner obstáculos al crecimiento que Dios nos pide; y que no es tanto que crezcamos nosotros mismos, sino que contribuyamos a que se haga realidad palpable su “deseo creador”, su voluntad creadora, gracias a nuestro trabajo, a nuestra disponibilidad y, precisamente, a nuestro “olvido” de nosotros mismos y a nuestra entrega incondicional a los demás al modo del propio Jesús.
Pero hay también otro aspecto igualmente característico de la parábola: el de la generosidad, casi derroche, con que actúa el sembrador, y que no es despilfarro, indiferente ante el futuro de las plantas malogradas. Más bien al contrario, pretende significar el afán y el deseo de que todo terreno tenga ocasión de hacer fructificar la semilla, que es buena de por sí; que nadie pueda decir que no tuvo ocasión de contribuir al desarrollo y al fruto, y que hasta el terreno más inhóspito reciba la caricia de la semilla en él depositada… La constatación a posteriori de cómo la ha tratado cada uno, algo que el sembrador puede suponer y lamentar desde el principio, no le impide regalar su semilla confiando en que habrá buena tierra que la reciba… (“Quien siembra mezquinamente, mezquinamente cosechará…” recordaba ya el libro de los Proverbios)…
Se nos destacan así dos aspectos fundamentales que nos revela Jesús respecto a Dios y su divinidad: el primero, no descartar absolutamente a nadie, por reacio, aparentemente incapaz o rebelde que sea, a la hora de ofrecerle la ocasión de experimentar el gozo de hacer crecer su semilla. Dios, en principio, pone su confianza en todos; y es a posteriori nuestra libre y voluntaria aceptación o rechazo la que podrá malograr en nosotros lo por él sembrado,
Y el segundo: no sólo “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”; no sólo nos quiere hacer a todos partícipes de su divinidad convocándonos sin prestar demasiada atención al cuánto de nuestra cosecha; sino que es siempre él quien toma la iniciativa, sin obrar jamás en su relación con nosotros y en su convocatoria a su Reino, con la mezquindad y cicatería, con el revanchismo o la venganza, con la intransigencia o la consideración de las cantidades y la rentabilidad, que parecen ser siempre la impronta humana en las actividades que emprendemos.
Las lecturas de la parábola son múltiples: somos el sembrador, somos la semilla, somos el terreno, somos los cuidadores que pueden fertilizarlo, somos las piedras que obstaculizan y las zarzas que ahogan, somos los acaparadores de agua para consumo propio, que no quieren regar la tierra seca,… pero somos también quienes podemos eliminar todos los obstáculos, dejándonos llevar por el impulso renovador y recreador del Espíritu que nos infunde el Padre sembrador… es decir, también somos la simple tierra que acoge con cariño lo sembrado, la semilla que crece, el fruto en potencia,…
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