SANTIDAD
La santidad no como meta a conseguir, sino como el estado habitual de nuestra vida. La santidad no como posibilidad que nos ha sido ofrecida para lograrla con nuestro esfuerzo, sino como realidad actual porque Dios “nos ha santificado”. Y, así, no como proyecto nuestro, sino como responsabilidad asumida y comprometida; como única posibilidad real, honrada y sincera de vivir el seguimiento, de compartir el evangelio desde la completa disponibilidad y la actitud constante de servicio, de buscar en todo a Dios y haberlo encontrado.
Sabemos que el único santo, Dios, derrama e infunde su santidad en nuestro mundo y en nuestra vida como anticipo de lo definitivo; y con ello nos invita a dejarnos llevar por su torrente de agua viva, arrastrar por el vendaval del Espíritu Santo indomable, y querer ser los actores protagonistas de la aventura de su creación.
Y decimos así que la Iglesia también es santa: santa tú, santo yo, santa toda persona que extiende su mano para dejarse guiar por su único pastor, que no tiene miedo a regalar su vida a sus hermanos aunque no le correspondan, a entregarla gratuitamente, porque gratuitamente la ha recibido. Santidad posible para ti y para mí, pero sólo posible en la medida en que no nos la apropiamos, que no pretendemos hacerla exclusivamente nuestra, porque es suya; y a lo que nos convoca es a participar de ella, a vivir en ella y desde ella, cosa sólo posible en la medida en que nos sintamos miembros, no protagonistas sino ejecutores de la voluntad de Dios, no dignos de mención sino felices artesanos humildes de la misericordia y la bondad.
Porque la santidad es gozo rebosante, es el sabor de la vida cuando se confía en ese Jesús que nos convoca y nos dirige, es la ilusión y el entusiasmo por estar en constante atención a los que nos rodean, para ser los primeros en tenderles la mano. Es mucho más sencillo que lograr un titulo, hacerse con un nombre prestigioso, o conseguir marcar un hito en nuestra sociedad o en la historia; porque es, simplemente, solamente, “vivir desde Cristo”, “vivir para Cristo”, “vivir como Cristo”… Sí, simplemente eso; ¡nada menos que eso!…
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