INCOMPRENSIBLE (Jueves y Viernes Santo)
No. No es comprensible lo que Jesús decía acerca de Dios. ¿Su Padre? ¿El Espíritu Santo que nos enviaría? ¿Él mismo “el Hijo”? Ni es comprensible lo que hacía en nombre de Dios. ¿Perdón incondicional, amor, bondad? ¿Entrega y servicio? ¿Felicidad en dar la propia vida? No hay lógica ninguna en el lenguaje de un Dios a merced de las manos caprichosas e insensatas del hombre; un Dios incapaz de imponer su voluntad. Autoexcluido del poder y buscando ser humillado. No tiene ningún sentido que Dios lave los pies ni que se convierta en un cadáver… Jesús no nos hace más comprensible a Dios. Más bien al contrario: nos convoca a lo aparentemente imposible y absurdo, a lo que nos resulta contradictorio.
No explica nada. Simplemente, nos hace a Dios más cercano. Eso es lo absurdo: demasiado cercano… Nos incorpora a su misterio… Y nos resulta incomprensible, pero es lo único coherente… La realidad y la vida, el universo y nuestra propia persona, el “más allá” y el “aquí y ahora”, no como esferas excluyentes, o como pozos ciegos y torbellinos absorbentes desidentificadores que arrasan individuos y mundos o sumen en nadas vacías, sino como facetas del único misterio, el nuestro, que es el de Dios… el de Dios, que es también el nuestro…
El eterno presente de Dios en nuestra vida nos debería hacer abrir los ojos cada mañana al agradecimiento, a la alegría y al entusiasmo por vivirla; es decir, por no dejar que se nos vaya escapando en la pasividad o en la pereza, o en el desánimo de no entenderlo todo; sino protagonizarla intensamente con toda la ilusión que despierta en nosotros una aventura apasionante cuyo desarrollo se sitúa en el terreno del deseo y las promesas, de la convocatoria a la plenitud de un futuro presentido ya como definitivo y desbordante.
¡Pero nos cuestas tanto no entenderlo! ¡Nos cuesta tanto desprendernos u olvidar la huella de nuestro propio pasado! Nos sentimos tan presos y esclavos de nosotros mismos y de nuestra lógica impecable, que nunca miramos adelante sin reparos y sin los prejuicios de nuestra mente calculadora… nos cerramos al misterio y nos resulta imposible olvidar o esquivar nuestra miseria acumulada y la torpeza que casi siempre mostramos.
Una Cena y una cruz. Jesús no hace sino mostrarnos y vivir la única forma de vida coherente y con futuro, la de la incomprensibilidad del misterio en el que estamos inmersos: el de Dios y el nuestro, que son el mismo… Vivamos desde él, aunque sea, precisamente porque es, incomprensible… es decir, infinito, desbordante e incontenible desde el absurdo del amor, desde una Cena y una cruz…
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