LO IMPOSIBLE: ¡FELIZ PASCUA!
Es imposible que Dios se encarne… Pero si llegara a encarnarse humanamente, es imposible que “pase por uno de tantos”… Y, si así fuera, y pasara desapercibida su divinidad, es imposible que tenga que morir… Y, si llegaran las cosas a ese extremo imposible, lo que es imposible es que muera condenado y por blasfemo… Y, desde luego, si llegara a morir de forma tan imposible, exagerando tan imposiblemente su apariencia humana, entonces sería imposible pensar en que resucitara.
Hay tal cúmulo de imposibilidades humanas en la vida de Jesús, que sólo hay una posibilidad creíble: que Dios no sea Dios… es decir, que Dios no sea “nuestro Dios”, el que suponemos al decir “algo debe haber…”, al que adoramos y reverenciamos “porque Alguien ha de existir que ponga en marcha el universo…”, un Todopoderoso en el más allá…
Por eso, el Viernes Santo es la evidencia de una rotunda conclusión: efectivamente es imposible que Jesús sea Dios. El silencio de la muerte y del sepulcro no deja resquicio a cualquier otra posibilidad humana. Parece que, en contra de sus pretensiones tan desconcertantes, aparentemente absurdas e imposibles, nuestro Dios, y no el suyo, es el Dios cabal, el auténtico, el que responde al interrogante de nuestra vida y a las preguntas sin respuesta que nos hacemos; el de Jesús, más bien parece un Dios aventurero, de un comportamiento algo anárquico y poco edificante, que desbarata todas las estructuras cultuales y las teologías, empeñado en negar monopolios y privilegios sagrados, y atreverse a mostrarse íntimo y cercano, incluso servidor y dispuesto a lavar Él nuestros pies humanos… No hay ningún problema en admitir que un comportamiento como el suyo sea generoso y comprometido, incluso ejemplar, y que sería deseable que toda persona tomara nota de su desprendimiento y su bondad; pero de eso a hacerlo pasar por Dios, por Dios en persona encarnado en un humano… Ahí está el resultado: en una cruz… el desmentido más concluyente a tantas pretensiones imposibles…
Pero… si un crucificado, condenado y maldito, es alzado del sepulcro… si un acusado de blasfemo resulta ser glorificado por el mismo Dios…; en definitiva, si ese Jesús muerto resucita, caen una tras otra toda la serie de imposibilidades impuestas a Dios por nuestro Dios, y lo que se hace evidente es la endeblez de nuestra razón y lo único realmente imposible: inventar nosotros a Dios…
El horizonte cristiano que abre la Pascua no es la simple alegría por la reivindicación del Justo, el premio a la bondad y la denuncia de la falsedad y de los intereses que aprisionan a lo humano y lo divino, ni siquiera el “sacrificio necesario para expiar nuestros pecados”, todo eso es teología, o sea nuestra imposible forma de entenderlo; sino algo mucho más importante, de repercusiones absolutamente nuevas: la, ésta sí ineludible, imposibilidad de acceder a Dios en su misterio si no dejamos de lado nuestros esquemas mentales y nuestros más santos propósitos. Nos impide la Pascua buscar la voluntad de Dios en la lógica de nuestros criterios, más peligrosos cuanto más sagrados los creamos. Y nos invita, simple pero solemnemente, a abrir los ojos a esa vida suya “tan poco divina”, porque desciende al terreno del prójimo y se resuelve en delicadeza y en ternura, en servicio y mansedumbre, en disponibilidad y cercanía… ése es el camino que le llevó a lo imposible de la cruz para desmentir todas nuestras imposibilidades; pues se reveló como el único camino que hace posible la resurrección y la vida… no la nuestra, sino la de Dios… la que Dios vive Él mismo y nos regala… la que nos lleva a celebrar lo imposible y a decir: ¡FELIZ PASCUA!
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