CONTINUIDAD Y RUPTURA (Mc 1,1-8)
El abrupto comienzo del evangelio de Marcos es, tal como dice Tom WRIGHT, como un jarro de agua fría que se arroja a alguien mientras duerme, para así despertarlo de golpe de forma seca, inesperada y contundente, y sin posibilidad de reacción: no hay opción, ya no puedes seguir durmiendo tranquila y sosegadamente; y al no poder ya permitirte eludir la llamada, te abre los ojos irremediablemente convocándote a aquello que tal vez te mostrabas perezoso en atender, o indiferente, o habías silenciado y acallado… o, simplemente, no querías verte en el compromiso de saber que estaba ahí obligándote a decidirte y a tomar partido.
“Comienzo del evangelio de Jesús, Mesías, Hijo de Dios” dice Marcos. Algo nuevo. Una ruptura con lo anterior. Pero algo en relación con lo anunciado, esperado y prometido por Dios desde hacía muchos siglos…
Jesús es continuidad, pero inevitable ruptura. Continuidad de Dios y su presencia constante (aunque con frecuencia imperceptible) en la historia humana. Fidelidad de Él a sus promesas y cumplimiento definitivo de ellas. Pero también ruptura, porque la infidelidad humana y su inconsecuencia; la siempre torcida, interesada, cicatera y prepotente forma de leer los hombres su (de Dios) generoso e incomprensible acompañamiento de nuestra historia y de nuestra propia persona, nos conduce a malinterpretarlo, a quererlo situar en el horizonte de nuestros programas y proyectos, y a pretender hacer de Él el cómplice eficaz y decisivo de nuestros absurdos y culpables sueños de grandeza, cuya consecución se resuelve en ignorar o despreciar a los demás y en buscar nuestra hegemonía, nuestro triunfo incontestable y un poder absoluto… Somos nosotros quienes queremos ser Dios, y por eso pretendemos que sea Él quien sirva a nuestros intereses soñados y a nuestras quimeras egoístas.
Por eso un anuncio como el de Marcos al presentar a Jesús como el Mesías es ruptura total, novedad, evangelio… Porque el cumplimiento de Dios a su palabra, la coherencia de su revelación ininterrumpida a toda la humanidad, a Israel y al resto, sorprende nuestras falsas pretensiones y nuestras metas codiciosas… ni viene como esperábamos, ni por el camino donde le aguardábamos…
El pasado del Antiguo Testamento, de la Ley y la Alianza, de la Historia de la Revelación a Israel, apuntaba a Juan Bautista de un modo que podemos calificar de “cuantitativo”, como llegada a la meta con esa continuidad de un itinerario acumulativo, prefijado y anunciado. Pero con él se señala “algo nuevo”, se anuncia un salto “cualitativo”: Jesús ya no es solamente continuidad…
El “cambio” ya se aprecia en la predicación y modos del Bautista: él vislumbra un horizonte de cumplimiento de las promesas (un cumplimiento tan ansiado y esperado; y podríamos decir que defraudado con él…) desconocido, inesperado, imposible de prever. La única referencia posible, el gran profeta Elías, era el precursor de la amenaza y el juicio condenatorio, del “día terrible”… y sin embargo Juan habla de perdón y de Espíritu Santo; no anuncia muerte como Elías, que miraba al pasado de Moisés y la Ley, sino vida vislumbrando el don futuro del Espíritu…
La fidelidad de Dios, hilo conductor de su historia de Revelación y de su oferta de Salvación, se hace patente exigiendo a toda persona honrada y sincera la ruptura con sus esquemas y sus proyecciones de futuro (conversión), para poder acoger un cumplimiento de expectativas y promesas cuya plenitud y desenlace no nos tiene a nosotros por protagonistas, sino que nos reclama estar abiertos a lo nuevo, al misterio auténtico de Dios y a la sorpresa con la que colmará siempre nuestras vidas, desautorizando y ridiculizando nuestros más ambiciosos proyectos y visiones…
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