UNA ESPERA ILUSIONADA Y APASIONANTE (Mc 13,33-37)

UNA ESPERA ILUSIONADA Y APASIONANTE       (Mc 13,33-37)

Tomar la vida no como una maldición, ni como una sucesión de descontentos o una carrera de frustraciones y desengaños; no como una fatalidad impuesta o la triste evidencia de una impotencia paralizadora: ni ingenuidad ni resignación. Una convocatoria libre y abierta a lo imprevisible en un horizonte de dicha, de gozo y de esperanza. Una llamada a lo inalcanzable por nosotros mismos con nuestros medios limitados, provisionales y caducos, siempre insuficientes y que sólo nos conducen a las puertas de lo esperado y ansiado; pues cada meta conseguida, si alguna vez la logramos de verdad, es una llamada al interrogante de la plenitud inalcanzable y del cumplimiento imposible de promesas adivinadas y de impulsos profundos, situados más allá de nuestras capacidades y deseos… Vivir con intensidad, desde la plena consciencia del enigma de nuestra propia identidad, y constatando la realidad de lo que somos, del universo en el que estamos insertos, y del inevitable carácter profético y anticipativo de nuestras decisiones más íntimas, comprometidas y lúcidas, si es que llegamos a ser capaces de tenerlas… Una historia, la nuestra, la de nuestro entorno más querido e imprescindible, y la del propio cosmos en que buceamos, abierta al infinito e insaciable en proponernos desafíos y provocarnos a lo inconmensurable y eterno…

Y una evidencia y plena consciencia de nuestra fragilidad y pequeñez, que sin embargo no nos empequeñece ni nos anula; muy al contrario, se nos convierte en palanca hacia ese infinito, porque nos hace sabios al ponernos en ruta hacia nosotros mismos sin falsos espejismos ni tampoco chatas pretensiones… Lo sabemos: estamos, sin necesidad de haberlo programado, por encima de nosotros mismos, “encarados al infinito”, llamados a lo imposible…

Y saber que llegará el momento, que habrá un final, un punto de inflexión imprevisible pero cierto en esa curva prometedora y misteriosa, que nos llevará a lo ahora oculto cuya ecuación aún desconocemos, y que nos conducirá al centro de esa espiral en que consiste nuestra vida terrena tendiendo siempre al centro, a lograr llegar a ser nuestro futuro cada vez más cercano y siempre inasible. ¿Podremos al fin ser quienes queremos? Tal vez entonces querremos por fin ser “quienes realmente somos” sin lamentos…

¿Y qué importa “el momento”, saber “el día y la hora”? Absolutamente nada. Nada para quien no vive de espaldas a él, como ignorando su poquedad y su insignificancia. Nada para el que “ha sido enriquecido en el saber de Cristo y no carece de nada” (como afirmaba S. Pablo)… El miedo y la desconfianza, no digamos la ansiedad o los escrúpulos, nos los da nuestra torpeza, nuestra insatisfacción con nosotros mismos y el hacer de nuestra vida no esa espiral que nos va acercando a lo genuino y lo profundo, sino una hipérbola que nos aleja y nos dispersa deshaciendo nuestra identidad prometedora en fragmentos despersonalizadores que nos desintegran sin remedio y nos conducen al vacío…

La exhortación a la vigilancia no es más que una llamada a la consciencia y a la voluntariedad, a “saber lo que es la vida” y a “querer vivirla”, sintiéndola en toda su profundidad como una continua ocasión y oportunidad de enriquecimiento mutuo y de gozo por ese encargo recibido con ella: hacerla activa, fructífera en la tarea de contribuir sin miedo ni pereza a hacer crecer ese otro mundo siempre en proyecto y a hacer presente en nuestra limitada naturaleza la realidad definitiva, objeto de nuestra esperanza.

Ilusionado y apasionante debe ser nuestro limitado y anónimo paso por la historia, porque nuestro trayecto lo hemos de sembrar de alegría, de bondad y de promesas, las que Dios y el evangelio nos anuncian, y a las que la confianza plena en Jesús nos convoca. ¿Lo es?…

Un comentario

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