PROTAGONISMO Y EVANGELIO (Jn 1, 19-28)
La actitud de Juan el Bautista que nos presenta el evangelio de S. Juan no puede ser más elocuente: enmudecer para que “Otro” hable, empequeñecerse a sí mismo para apreciar la grandeza de ese “Otro”, desconocido incluso para él… desaparecer él del mapa porque sería indigno y opuesto a su misión hacer sombra a nadie, conocer confesar y exigir a los demás el reconocimiento de su insignificancia… No renegar de nada de lo que es y anuncia, pero exponer paladinamente a sus propios discípulos y seguidores la necesidad de prescindir de él: hay Alguien, ese Otro, el Mesías, que llega…
El contraste con tanto pretendido profeta, tanto predicador ambulante, tanto charlatán de lo sagrado, tanto embaucador de lo divino, tanto bocazas con sotana e incluso mitra, no puede ser mayor… “No me sigáis a mí. Abandonad mi seguimiento y enderezad vuestros pasos hacia Él. Mi misión no es convenceros, afianzaros, mucho menos interpretaros a Dios y a su Cristo, sino haberos señalado su camino y haberos conducido hacia su puerta; haberos ayudado a discernir a Dios en el horizonte de vuestra vida y de la realidad en que existimos, para que os dejéis conducir por Él. Más allá de eso yo no sirvo para nada. ¡Yo no busco discípulos!”. ¡Qué lejos de tantos discursos oficiales llenos de pretensiones de cátedra, de supuestas inspiraciones privilegiadas, de doctores por eminencia, de maestros y consejeros por infusión, de abogacías de secano, de ínfulas de poder y autoridad, de “doctrina segura”; en definitiva, de falta de humildad y reconocimiento de los interrogantes humanos y sus dudas, de pretender tenerlo todo definido, de descalificar al contrario o distinto! … ¿para qué seguir?…
¿Hay algún obispo, párroco, ministro ordenado, predicador o fundador de algo, que haya aprendido del Bautista y, en lugar de buscar adeptos, devotos, fieles seguidores, entusiastas aduladores, discípulos que los idolatren, seguidores que los elogien y lleven en volandas, y que después de muertos los metan a la fuerza en el santoral… en lugar de “aconsejar y liderar”, fuerce a quien lo escucha a olvidarse de él y seguir, en comunión con las personas del entorno de su vida y sin necesidad de crear una marca nueva, a Jesús con madurez y contundencia, en la intemperie de su vida y no en la almibarada secta que potencia y con la gratificante dependencia de quienes se le muestran incondicionales? ¡Qué curioso!, yo en esa línea sólo veo al Papa Francisco, agriamente criticado (precisamente por eso), por gran parte de aquellos tan sumisos, fieles y devotos profetas…
Al margen de la auténtica historicidad del relato joánico, el Bautista defrauda las expectativas de sus seguidores y discípulos y elude el liderazgo. A los que han acudido a él no los retiene, adoctrina o fomenta en ellos una dependencia personal, ni un justificable protagonismo, ni siquiera propone un programa identificativo de pertenencia a una nueva “secta”, más o menos oficial, reconocida, o estimada valiosa. Solamente reclama un signo personal de conversión y un simbolismo ligado a su convocatoria que cada uno ha de hacer valer por sí mismo: el bautismo “de agua” en un horizonte de espera y esperanza dirigido al Mesías. Juan Bautista solo pretende “encaminar hacia el que viene”… y, realmente consecuente con ello, él mismo disminuir, menguar, desaparecer, ser relegado y olvidado…
Estamos necesitados de esa voz limpia, libre, completamente independiente y peculiar, sin voluntad de crear “escuela” ni de monopolizar o privilegiar su propio anuncio, porque estamos saturados de sectas, grupos, movimientos, programas, propuestas, iniciativas… que reclaman justamente lo contrario: protagonismo, elitismo, exclusivismo, dirigismo y dependencia personal, criterios de autoafirmación y reclamo de ser “el auténtico camino” cristiano… buscando directamente, o consintiendo con satisfacción tras haberlas propiciado, dependencias afectivas, comportamientos “cerrados” o desautorizaciones ajenas… No pretendo hablar de Samuel ni de Emaús, ni de DO, CN, CI, aH, VC… y un largo etcétera muy proclive a acentuar el “encanto” leyendo en hebreo…(o en lenguas extrañas, vivas o muertas…); pero aunque se me discuta (y naturalmente no voy a entrar en polémicas estériles, y me limito al observatorio de una bien contrastada y competente Sociología de la Religión, de científicos e investigadores rigurosos e ilustres, y es obvio decirlo: gran parte de ellos creyentes militantes), se da una, consciente o inconsciente, búsqueda de protagonismo y culto a la personalidad en fundadores, animadores y entusiastas de tales y tantas otras siglas, de modo que antes o después todos estos grupos terminan por adoptar una deriva sectaria (mera descripción sociológica, carente de calificativos); pues ya no se conforman con el mero anuncio, desafío, “voz que clama en el desierto”, o necesario y puntual “lugar de encuentro” (al modo de la ejemplar comunidad ecuménica de Taizé); sino que el reconocido, fulgurante a veces, espectacular y súbito “éxito de convocatoria”, les lleva a querer constituir “una nueva corriente” que englobe a todas esas personas cuya respuesta al acudir a la llamada del pretendido nuevo Bautista se debe a un sentimiento de orfandad respecto a las comunidades humanas y/o cristianas en las que deberían insertarse.
Para Juan el Bautista, como para los gurúes al uso y tantos iluminados, hubiera sido lo más sencillo establecer esa dinámica de secta como perspectiva hipnotizante para aquéllos que acudían a él (escépticos, desengañados o “desenganchados”…); es relativamente sencillo aprovechar el tirón emocional, el clímax o misticismo logrado, y la inercia sentimental… Pero tal deriva no ayuda a personalizar realmente la fe y asumir responsabilidades en la vida diaria y en el entorno vital, sino que crea supuestos oasis artificiales y cómodos, que no son sino espejismos tal vez voluntariosos pero que llevan a ignorar el desierto real y sentirse cómodos y arropados, rehuyendo la intemperie, la incertidumbre y el riesgo de la aventura de vida que anuncia el verdadero Juan Bautista.
El espíritu sectario (lo repito: sin calificativos, mera descripción sociológica), no ayuda a liberar y personalizar nuestras decisiones vitales y el desafío de la propuesta del evangelio, sino que engloba, absorbe, crea dependencia afectivo-emocional, y al final se convierte inconscientemente en un “chantaje espiritual” (a veces, también consciente y deliberadamente)… Ciertamente el soplo del Espíritu y la diversidad de carismas enriquece y da vida a la Iglesia, testimoniando la universalidad y la libertad radical del evangelio, así como la concreción del seguimiento en un aquí y ahora concretos; pero justamente desde esa perspectiva y con esa conciencia: la de que es un mero aquí y ahora, relativo y parcial, ni generalizable ni con afán de institucionalizarse: el ejemplo del Precursor es claro y no ofrece cohartadas ni otras componendas. Un seguimiento de Jesús, el que reclama el propio Juan Bautista, que en lugar de abrir el horizonte de nuestra vida lo estreche, no puede ser cristiano; y si en lugar de abrir puertas, me conduce a amurallarme, tampoco… el protagonismo y la idolatría de las personas está excluido, combatido, prohibido; es la auténtica grandeza de Juan.
En resumen, si alguna vez tiene audiencia la voz que anuncia a Dios y a su Mesías, eso ha de conducir al seguimiento no del profeta (mucho menos si es él mismo quien se proclama profeta o enviado del Espíritu sin más credenciales que las que tendría un seductor o encantador de serpientes…); sino precisamente al abandono del vocero, a obedecer la llamada del único Juan Bautista y ser dócil a su mandato: “no me sigas ya a mí, ve deprisa tras Él”… El protagonismo, por justificado que parezca y conveniente que se considere, tiene poco de evangélico y está desautorizado… y siempre es evitable…
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