EL VERDADERO “MILAGRO” (Jn 6, 1-15)

EL VERDADERO “MILAGRO” (Jn 6, 1-15)

Ni “milagro” tal como nosotros lo representamos, ni “multiplicación” de panes y peces como solemos decir… se trata, al parecer del evangelista, de algo mucho más serio que un espectáculo circense o el sombrero de un prestidigitador… El autor no nos dice al principio: “¡Comienza la función!…”, ni nos pide al final que mostremos nuestra complacencia con aplausos…

No hay duda de que la presencia de Jesús, con su autoridad y su palabra, es lo decisivo y concluyente; pero no podemos ignorar nunca que la previa voluntad de alguien es siempre imprescindible. Él mismo pide y exige la fe previa para poder obrar el milagro… y así, sólo la confianza absoluta de un joven en Jesús, tan definitiva que le lleva a poner a su disposición sus cinco panes y dos peces, todo lo que tiene para alimentarse él y los suyos, puede obrar el milagro… y precisamente porque lo pone a su disposición sabiendo quién es Jesús; es decir, suponiendo de una u otra manera que como este Jesús no vive para sí mismo ni sabe apropiarse nada, lo que se le dé a él servirá para que vivan los demás, porque reciba lo que reciba Él seguirá viviendo del mismo modo: entregándolo todo y entregándose por completo para que el resto viva…

Sólo esa entrega total del joven a Jesús, poniéndose a sí mismo en sus manos, obra el milagro. Aún más: esa generosidad de alguien para que, a través de Jesús como intermediario único e imprescindible, su vida sea ocasión de renuncia generosa para que quien tenga hambre coma, es el verdadero milagro… hace que se produzca lo tal vez deseado, pero inimaginable sin Él: la audacia y la aventura del compartir la vida…

Nadie en su sano juicio puede pensar que Jesús comenzó a multiplicar  panes y peces, mientras todos observaban boquiabiertos de hambre y sorpresa cómo “aparecían” nuevos panes y nuevos peces en sus manos, o cómo los iba sacando de un cesto que siempre estaba lleno a pesar de la continua extracción… Como en el caso del profeta Eliseo, al que remeda superando, tal relato es pura ficción y no soporta el análisis crítico… la fe es más exigente y reclama la razón y la sensatez; sin razón crítica no hay fe posible, ni tampoco milagro

Es la acción del mismo Dios, encarnada en la presencia de Jesús, la que canaliza la confianza radical de un muchacho que está dispuesto a entregarle todo, para convertir su renuncia en algo insospechado: la fuente del pan de vida, tal como la samaritana había sido para los suyos la causa del milagro del agua viva. Y únicamente por eso es un milagro: porque, como dice el propio san Juan se convierte en signo  definitivo. Desde luego, no se trata de multiplicar panes y peces… el relato legendario del maná no deja de ser un mito fantasioso, y nada tiene que ver con esto; no llueven panes del cielo, ni empiezan a salir de las manos vacías de Jesús o de una cesta sin fondo que le acerquen sus discípulos. La magia no tiene nada que ver con Jesús…

El milagro es la eficacia de su autoridad y su palabra divina: “Dadles vosotros de comer…”, tal como  nos lo recuerda otro evangelista, Mateo; y tal como de alguna manera supone también Juan en el reto de Jesús a Felipe: “¿Dónde podremos comprar pan para que coman todos éstos?… Ese deseo y desafío divino  a nosotros encuentra respuesta en un joven, y su renuncia total desencadena el milagro del amor y la comunión, del compartir hasta saciarse, porque estamos dispuestos por contagio divino, a alimentarnos mutuamente los unos a los otros…

Porque, desde luego, no lo dudemos: en aquella llanura en que se sentaron esos miles de personas aquella tarde ocurrió algo extraordinario… Y de tal envergadura que dejó una huella indeleble, eterna, en quienes lo presenciaron y protagonizaron: allí experimentaron inesperadamente a Dios en Jesús por medio de un banquete de pan improvisado, por medio del amor y el compartir, la renuncia, la comensalidad abierta y la disponibilidad absoluta. Allí se sintieron y supieron comensales alrededor de una sola mesa, la presidida por Jesús, cuya persona divinizó, mediatizó e hizo trascendente la necesaria e imprescindible entrega, buena voluntad y renuncia fraterna, de una multitud antes dispersa e indiferente respecto a la hermana o al hermano, y ahora dispuesta a constituirse en ciudadanía de un Reino imprevista y provisionalmente inaugurado.

Como es bien patente por todo el evangelio, aunque parezca irreverente, condenable o extraño; sin necesidad de detenernos a desautorizarlos o negarlos (¿para qué perder el tiempo en eso?), prescindamos sin desprecio de eso que llamamos milagros: no los necesitamos para nada… y ni siquiera sabemos en qué consisten más allá del sentido profundo que despiertan en nosotros al constatar algo inesperado… El único, el auténtico, verdadero y siempre constatable milagro es percibir a través de esta realidad material nuestra las auténticas dimensiones de la vida, poner en ellas nuestra esperanza, y poder hacerlas realmente presentes a través de nuestra libre disponibilidad, de nuestra entrega, de nuestra feliz y dichosa comensalidad en nombre de Jesús, un auténtico banquete anticipo de ese misterioso Reino… pero sin querer hacer de él lo imposible: convertirlo en realidad completa mientras aún estamos en la frágil provisionalidad…

No hablemos, pues, de multiplicación de panes y peces; no existe el milagro de “sacar” alimentos de la nada (eso fue “la creación” y se cuenta legendariamente en el Génesis); pero no dudemos de una increíble y trascendental experiencia, realmente “milagrosa” por humanamente imposible, de comunión completa hasta saciarse y rebosar del compartir en esa comensalidad divina que provocó Jesús con su palabra y su presencia una tarde hace milenios; tarde cuya huella marcó la vida de quienes la vivieron hasta el punto de poderla referir como culmen del poder que Dios nos otorga a través de Él, y de la alegría festiva y gloriosa que supone estar acompañados por Él. Porque desgraciadamente el milagro casi siempre se nos convierte no en argumento sino en obstáculo e impedimento; pues cada vez que  hablamos de milagro, como nos recuerda san Juan, se nos nubla la vista y nos aturde… y el propio Jesús se ve obligado a tener que huir de nuestro lado…

Por |2020-04-28T09:58:17+01:00abril 28th, 2020|Artículos, Comentarios sobre el EVANGELIO DE JUAN, General|Sin comentarios

Deja tu comentario