LA PUERTA Y LAS OVEJAS (Jn 10, 1-10)

LA PUERTA Y LAS OVEJAS  (Jn 10, 1-10)

El mensaje en sí es extremadamente claro y sencillo. El que Jesús nos diga que Él es “la puerta de las ovejas” significa que no hay otra alternativa: Él es la entrada a ese “otro mundo” del que nos habla y al que nos convoca. Con más precisión: Él es el único acceso a una inmersión certera, completa y total en “lo divino”. Eso es lo que en definitiva hemos de buscar en Él, porque es eso lo que encontramos si nuestra actitud como “ovejas de su rebaño” es dócil y mansa, honrada y paciente, amorosa y agradecida, tal como el bucólico idealismo pastoril del cuarto evangelio nos lo presenta.

La extraordinaria y concluyente simplicidad de las palabras de Jesús tiene, sin embargo, una repercusión y unas consecuencias de un calibre inusitado: todos los demás eran y son “ladrones y bandidos…”; cualquier otra propuesta hecha en su nombre es falsa y criminal, errática y asesina, conduce a la perdición, engaña a las ovejas…

La primera de las decisivas consecuencias de este modo de hablar de Jesús es que, como recuerda el Papa Francisco y se ha hecho célebre con sus famosas palabras sobre “el olor a oveja”, no se puede ser buen pastor manteniendo las distancias y comportándose con una cierta “alergia” al rebaño, que lleve a sus pastores a vivir separados de él, como meros guías “escogidos”, y como tales privilegiados, constituyendo (como ocurría en tiempos de Jesús y en otros no tan lejos…) la casta levítica, teóricamente “intermediaria”…  porque no hay más que un pastor insustituible y no reemplazable: Jesús; todos los demás somos miembros del rebaño, llevemos o no la esquila de Papa, obispo o simple discípulo… y en este rebaño, en el que ciertamente hay “ovejas y cabritos”, no caben perros guardianes porque todos “conocen su voz”… se han unido libremente a su manada, saben dónde está el Cenáculo y entran en él felices e ilusionados, se acompañan unos a otros sin distinciones entre los más o menos “dotados”…

Y es que los discípulos, sus ovejas, no se sienten dirigidos por Jesús, su pastor; sino atraídos por Él, atraídos irresistiblemente a seguirle y dejarse conducir, porque nunca antes habían recibido tanta delicadeza, tanto cariño… Nunca los habían cuidado y atendido de ese modo, ni nadie los había acariciado y puesto sobre sus hombros, tal como hace un padre con sus pequeños sonriendo, gozando sin pedir nada a cambio…

Que las voces y los discursos de sus políticos y dirigentes son mezquinos y equívocos, llenos de demagogia y de falsedades disimuladas u ocultas, encaminados simplemente a alcanzar el dominio y el poder para constituirse en clase privilegiada e influyente, “explotadora” del pueblo humilde y del disciplinado colectivo ciudadano siempre sometido (entonces a los romanos imperialistas, en otros tiempos a las potencias avasalladoras dominantes, y con el paso de siglos y milenios a otros intereses, unos ocultos y otros “de partido”…), eso ya lo saben de sobra las sencillas ovejas  que acompañan al “Buen Pastor”, y cuya vida transcurre pacientemente y sin pretensiones desmedidas en ese día a día que no necesita de grandezas ni estridencias para descubrir el gozo de la convivencia, del compartir cariñosamente caminos y pastos… Esas voces que apelan a los ciudadanos, al “pueblo”, a los votantes, suenan siempre lejanas y extrañas a lo realmente humano de la convivencia y el respeto, del comunicar futuros reales y expectativas fraternas, solidarias, de verdadero acompañamiento ilusionado y sin temer renuncias ni buscar privilegios. Las voces que se pronuncian y los discursos que se dirigen para conquistar el poder todo el rebaño sabe que son falsos… porque no son nunca la voz del buen pastor llamando y reuniendo paciente y cariñosamente a sus ovejas, sino más bien la del asalariado…

Pero que también la voz del pretendido pastor pueda ser interesada y “elitista”, que pueda asemejarse a la del político arribista y a la del ambicioso desaprensivo y desconsiderado; que se repitan en ella los tics, ni siquiera a veces disimulados, de la mentalidad de promoción y de “escalada”, de pretensiones de influencia y reparto de carteras; que ese supuesto legítimo pastor, antes que buscar ser “bueno”, simplemente pretenda ser “fuerte”, autoridad sagrada, distancia jerárquica protocolaria, sacerdocio intocable y purismo ritual litúrgico… eso los convierte, en palabras de Jesús, en “ladrones y bandidos”… el profeta Ezequiel ya lo había dicho en toda su crudeza… y por eso las autoridades religiosas, escribas y Sumos sacerdotes a la cabeza, quedaban claramente en evidencia y “no escucharon su voz…”

Sin embargo, no hay que alarmarse: no hay mejor antídoto frente al veneno de esos “pastores”, en definitiva “falsos” por indignos, que el propio Jesús, que está siempre alerta, y cuya voz y llamada congrega infatigablemente a la bondad y al perdón, y no deja nunca de oírse hasta la cruz… Él será quien los combata al defendernos y les pida cuentas; a nosotros nos toca simplemente hacer oídos sordos a la mezquindad y a la codicia, vengan de donde vengan; no escuchar palabras de rivalidad, de enfrentamiento, de odio o de venganza, ni atender llamadas a destacarnos e imponernos; silenciar con nuestra delicadeza, mansedumbre, perdón e indulgencia, aunque también con nuestra denuncia, a quien siembre miedo, amargura, recelo o desconfianza; afinar de tal modo nuestra sensibilidad para reconocer la delicada voz del único “Buen Pastor”, que sepamos identificar claramente la mansedumbre y la ternura, la bondad de Jesús cuando nos llama, sin que ninguna otra palabra ni sonido de quien quiera presentarse como guía interesado o como ingenuo pretendiente “llamado” con supuestas visiones al apostolado (porque también los hay inconscientes, y la “ingenuidad” o “iluminación” no pueden ser nunca coartada para regir autoritariamente el rebaño), nos confunda, nos engañe o nos sorprenda, desviando nuestra atención, confundiendo nuestras sendas o alterando nuestro paso.

La imagen es clara, sobre todo en sus contrastes. Jesús no quiere ser, no puede ni sabe, el Yahvé caudillo que conduce a su pueblo a duras penas a través del desierto, como a una manada obstinada y pasiva, siempre descontenta e insatisfecha, y a la que necesita guiar con dureza, con autoridad e incluso crueldad, de un modo firme y soberano a través de advertencias, castigos, leyes férreas y perros guardianes amenazadores e implacables en su fidelidad al único señor y dueño, cuya autoridad debe ser dictatorial, indiscutible e incontestada. Por el contrario, Jesús es lo aparentemente imposible en ese mundo, responsabilidad nuestra: un pastor dulce y delicado que no reclama sumisión, sino que ofrece su servicio, su entrega, la total disponibilidad de su persona, no para demostrarnos las poderosas razones de sus órdenes, sino para solicitarnos el consentimiento a sus caricias y a su compañía. Ese dios colérico, invento nuestro, queda desautorizado y en el olvido por el propio actuar de Jesús, el Hijo… Es Él quien nos prohíbe hablar de Dios como poder, porque es Padre; es la miopía de su pueblo, a pesar de la voz de sus profetas, quien lo deformó siempre por seguir sus impulsos en apariencia tan devotos… Es Jesús quien, como decía Karl Barth desde sus consideraciones teológicas de contraste “religión-revelación”, ha abolido con toda contundencia, de forma definitiva e incontestable, nuestra religiosidad, que pretendía buscar a Dios según “nuestra lógica”, y nos ha declarado irrefutablemente, revelado, dónde quiere él hacerse presente, dónde nos da cita para que lo encontremos, para que lo descubramos y nos dejemos llenar de vida.

Y no es que Dios se haya transmutado o decidido “cambiar de táctica” o presentarse ahora caprichosamente de un modo más tierno para complementar nuestro conocimiento de lo divino o corregirse a sí mismo: no repitamos burdas herejías… Al contrario; lo que nos dice Jesús es que Dios “siempre ha sido así”… el misterio divino, Alfa y Omega de la realidad, si queremos describirlo de esa manera, es (en un presente que condensa el ayer, hoy y mañana) amor, bondad, excentricidad, incapacidad absoluta de ensimismamiento… ¿El Yahvé celoso y guerrero, todopoderoso y terrible del Antiguo Testamento?: como el dios de toda religión que surge de nuestro intento de acceder a Él y comprenderlo, de acercar nuestro esfuerzo terreno a su aura de misterio, nunca alcanza a identificarlo y se queda demasiado lejos… y ciertamente, el mismo Dios lo consiente, y acepta y acoge ese baldío esfuerzo nuestro hasta que llegue la hora  de estar maduros para recibirlo, para acoger su verdad, su intimidad inaccesible, si no es porque Él mismo la revela: ahí está Jesús, el Buen Pastor, la única puerta, escuchad su voz… Por eso su aceptación de nuestro intento es siempre en perspectiva de provisionalidad y de promesa, anunciando el futuro de la revelación definitiva. Diríamos que soporta nuestra deficitaria comprensión de su ser y de su Reino, porque conoce nuestra impotencia y nuestros límites; pero insufla en ella esa impronta de esperanza y de cumplimiento de promesas para que no encallemos nunca en nuestras imágenes y en nuestras “demasiado humanas” pretensiones respecto e Él.

Sí, el mensaje es extremadamente sencillo: sólo hay una puerta para no malinterpretar a Dios, y esa puerta es el hombre Jesús… es decir, una puerta que está siempre abierta, pero que solamente identifican sus ovejas…

Un comentario

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