Está en nuestras manos hacer de Dios lo que queramos. No sólo de un modo teórico o en el terreno de las ideas, sino incluso materialmente… Porque Dios mismo ha decidido, insensatamente, ponerse en nuestra manos así: materialmente… Y por eso lo hemos clavado en una cruz: por insensato… Suena a blasfemo, pero es la cruda realidad, la verdad auténtica y sin tapujos ni delicadezas: desde la óptica humana, la extravagante manera de presentársenos Dios, de decidir hacerse cercano; más aún, de hacerse idéntico a nosotros de esa miserable manera en que lo hizo, es insensata y aparentemente estúpida…
Pero, además, es que Dios no aprende de nosotros, de nuestra sensatez y de nuestra condena de esa insensatez suya; y, así, se empeña y sigue poniéndose en nuestras manos… El propio Jesús, antes de subir con plena consciencia y entera libertad a la cruz de su locura, se sigue ofreciendo palpable y cercano, consagrando un pan y un vino, en los que seguirá haciéndose presente para que lo podamos seguir maltratando…
Porque no es quedar integrado simplemente en la materia, hacerse solidario de su creación, ser parte física de ella o marcarla con su sello. No, es mucho más: es hacerse presente en el riesgo de lo manipulable por nosotros, en lo que por nuestra voluntad puede ser honrado y apreciado, integrado y asimilado; o, por el contrario, maltratado, manchado, despreciado, desechado, crucificado… Se trata de que lo sepamos incorporado a esa materia que constituye nuestro alimento y nos da vida, a aquello que al nutrirnos llega a formar parte de nosotros mismos, al pan y al vino; a lo preciso y de lo que viviremos, que nos irá animando y conformando si lo tomamos y lo asimilamos…
Hacerse presente en ese pan con esa promesa suya solemne y eterna, es expresarnos otra vez rotundamente la inquebrantable e insensata voluntad divina de habitarnos y de hacernos morada suya, de que vivamos de Él también físicamente, de no ser una simple voluntad que lo busca y pretende seguirlo; sino de ser ahora sus propias manos, de sentirlo hasta en nuestro cuerpo, comprometido Él también en nosotros; es decir comprometida nuestra materia caduca en el “negocio” de la misericordia y la bondad… Y por eso también identifica ese cuerpo suyo en nuestro prójimo: ese pan cuerpo suyo es también la carne de la hermana y del hermano…
Por eso mucho más que adoración, que también, es encarnación… mucho más que reverencia solemne, que también, es compromiso arriesgado al amor y al perdón… más que asombro y maravilla, que también, responsabilidad y riesgo, atrevimiento… más que enmudecimiento y temor por la soberanía, que también, estremecimiento y vértigo infinito por la insensatez y la locura…
En nuestras manos para que hagamos con Él lo que queramos; pero habiéndonos dicho con toda claridad, rotunda y solemnemente también, por qué se ha querido arriesgar a ello, por qué ha seguido siendo tan loco: porque se fía de nosotros… y para qué lo ha hecho: para que se nos contagie la insensatez de su bondad, para que nos penetre su vida, para que gocemos de su dicha, para endiosarnos…
Qué abismo y qué insondable el misterio de Dios, al que nos da acceso Jesús no con una lógica y un razonamiento convincente, sino con un simple gesto de consagrar pan y vino, aquellos elementos que necesitamos incorporar a nuestras personas físicas simplemente para que incorporándolos a nuestra propia materia seamos capaces de vivir… Qué insensatez y qué locura que, más allá de haberse hecho presente en su persona, Cristo quiera que Dios siga en nosotros haciéndose carne y sangre para que no falte, ni siquiera en nuestra realidad física, presencia y latido de lo divino.
Alegría y gratitud infinitas precisamente por la desmesura de Dios, su derroche con nosotros, que le hace caer una y mil veces en la insensatez y la locura. Porque una y mil veces se pone en nuestras manos, se incorpora al pan y al vino, para que podamos hacer con Él lo que queramos: descender a las tinieblas de nuestra lógica terrena, y así despreciarlo y profanarlo; o dejarnos penetrar por su fuerza inconcebible y sumergirnos en la absurda luminosidad de lo divino…
Deja tu comentario