RESCATAR LA UTOPÍA (Mc 16, 1-7)
La fiesta de Pascua no sólo era celebración del origen de un pueblo, sino su convocatoria a un futuro, vocación de comunión eterna entre sus miembros. Dios no salva a sus individuos, sino al pueblo. Hay que ser miembro de él, compartir pertenencia y compromiso para poder gozar como persona del favor de Dios a la humanidad creada. Es la incorporación al pueblo de Dios, lo que me abre la puerta a la salvación; esa salvación mía es imposible sin estar vinculado a un nosotros, el que encabezaban los patriarcas y culminaba Moisés.
Era urgente recuperar el futuro, la verdadera razón del origen, y no quedar anclados en el recuerdo del pasado, en la monotonía de la ya vivido. De hecho la celebración pascual judía era y es conciencia de futuro, de promesa, reafirmación en la espera del Mesías que vendrá, del triunfo definitivo de Dios…;pero esa fundante y fundamental perspectiva pascual estaba adormecida bajo el ritualismo y la asfixiante liturgia de acartonados e interesados rituales, estaba mortalmente herida… Sólo Jesús la rescata y, al hacerlo, aniquila para siempre el esclerosado sacrificio y la letra que ahogaba el espíritu; pero le costó la cruz…
¿Valía la pena? Sólo el propio Jesús pensó que sí… Y el propio Padre lo ratificó… Pascua es desde entonces el Espíritu Santo ya en nosotros, incorporados por Cristo al mismo misterio divino. Por eso es y será siempre el origen de nuestro Bautismo, de la incorporación a la Iglesia, nuestro ingreso con Jesús en la eternidad…
Pascua es lo imposible: confundir el cielo con la tierra, decir que ese cuerpo material y tangible que identificaba la persona de Jesús está ahora en el cielo, donde no puede corroerlo el paso del tiempo y es imposible la corrupción. No es “el alma” de Jesús, sino su persona, de cuya identidad forma parte un cuerpo de materia terrena, la que ha sido glorificada.
¿Y si Dios es tan Dios que puede confundir y fusionar el cielo con la tierra?… La resurrección de Jesús es la solución definitiva de los interrogantes; pero no en el sentido de que ahora ya conozcamos la respuesta, como si hubiéramos encontrado el resultado exacto de un problema; sino que nos ha hecho comprender y percatarnos de cuál es el verdadero interrogante. Nos ha permitido formular bien la pregunta por el sentido de nuestra vida
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