EL CUIDADO COMO EVANGELIO (Jn 10, 11-18).

EL CUIDADO COMO EVANGELIO (Jn 10, 11-18).

La imagen bucólica del “Buen Pastor”, y las pacíficas y confiadas ovejas de su rebaño, siempre ha emocionados y enternecido a sus oyentes; sin embargo, las palabras de Jesús son más bien tajantes, y están muy lejos de querer provocar meros sentimientos “piadosos”.

Una cosa es la profunda exigencia de delicadeza y de ternura que requiere cualquier actitud personal respecto a nuestro prójimo, cuando está basada y regida por el amor y la bondad que nos exige Jesús; y otra, la exagerada carga afectiva que conlleva el abusar de un sentimentalismo y una especie de romanticismo e idealismo platónico, que deja de lado la realidad de la vida y la necesidad imperiosa del esfuerzo personal y del riesgo de la exigencia evangélica.

Porque nunca podemos olvidar que el referente absoluto es el propio Jesús, el narrador de tan sugestivas y hermosas palabras. Es él quien, como nadie en la historia, las hizo vida propia experimentando su hondura y con ello también su rigor; y su vida, precisamente por haber encarnado ese “ideal” de delicadeza y de amor, de misericordia y de ternura, de alegría y entrega apacible y acogedora, le exigió trágicamente la desaprobación, la condena y la ejecución: no es evocar emociones; sino, literalmente, dar la vida por las ovejas…

Y el hecho de que, tras la Pascua, y dominados por el entusiasmo de la resurrección palpable, y reconociendo la presencia ya definitiva del propio Maestro y Pastor en su discipulado fiel, tras su insospechable “triunfo de la cruz”, el evangelista nos invite a prestar atención a esas palabras delicadas, que evocan en cualquier oyente un remanso de paz y de concordia en medio de este mundo y esta sociedad, y ello sin rehuir el contraste con la crueldad y la crudeza de los intereses conductores del rumbo de la humanidad, y cuyas consecuencias parecen llevarnos a tener que concluir irremediablemente que la única actitud válida sea el escepticismo y la desconfianza, insinuando como inevitable la “condena” segura de todo pacifismo y de toda actitud fraterna generosa y compasiva; esa simple constatación, en medio de la agitada vida de Jesús, de la validez de sus palabras, proponiéndolas como horizonte y atmósfera vital de su iglesia, nos convierte en responsables y protagonistas de su actualización y su verdad, en gestores de esa dinámica comprometida de amor gratuito y fiel y de convivencia feliz.

Porque una de las formas en que podemos concentrar y resumir el “Evangelio del Reino” anunciado por Jesús, e incluso su propia vida, y que pocas veces consideramos con seriedad y en toda la densidad que supone, es la del cuidado. Cuidar a nuestros hermanos, a nuestro prójimo, excede infinitamente la simple preocupación por sus necesidades e incluso la mera disponibilidad; porque reclama ese trato delicado y cordial, afectuoso y amable, alegre en la entrega y permanentemente atento a buscar su dicha y conseguir que descubra la felicidad y el gozo. Cuidar al otro es la forma de “ser dios” que tiene Dios. Y la forma de “ser hombre divinizado” que tiene el hombre. Porque en definitiva, condensando en palabras de Zubiri todo el evangelio cristiano, podemos decir certeramente que “ser hombre es una forma finita de ser Dios”; y eso sólo lo percibimos y lo experimentamos cuando no nos conformamos con «amarlo», sino que rodeamos al prójimo con nuestro cuidado…

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