Superar nuestra tendencia a individualizar nuestra fe, a considerarla como un asunto completamente privado, es algo fundamental en la propuesta cristiana. Jesús nos convoca al discipulado, a la comunión, a la fe compartida. Es algo fundamental; y es preciso recordarlo, celebrarlo y cantarlo.
Letra:
Siempre imaginé la felicidad ligada al poder y a la comodidad.
Siempre imaginé la felicidad ligada a mis sueños cumplidos.
No sabía que la felicidad era así:
Miembro de un pueblo ¡tengo familia!
Ciudadano del cielo y de estirpe elegida,
de nación, piedra de iglesia que habita en Jerusalén.
Oveja del divino redil,
a quien el Pastor señala y susurra:
¡Estos son mi padre y mis hermanos! ¡Soy de tu familia!
¡Qué bonita es tu Iglesia!
Siempre imaginé la felicidad ligada al poder y a la comodidad.
Siempre imaginé la felicidad ligada a mis sueños cumplidos.
No sabía que la felicidad está aquí,
aquí y no allí, ahora y no mañana,
en lo que hago y no en lo que queda por hacer.
Dentro de mí, en saber que me amas,
en serte fiel y no en tener o poseer.
Allí la noche es clara como el día,
lugar desde el que me miras y me susurras:
¡Cuánto te he esperado!¡Soy de tu familia!
¡Qué bonita es tu Iglesia!
Riéndome de mi autosuficiencia.
Contigo Pan blanco que me susurras:
¡Sed uno como el Padre y yo!
¡Porque soy de tu familia!
¡Qué bonita es…!
¡Estos son Madre y mis hermanos! ¡Soy de tu familia!
¡Qué bonita es tu Iglesia!
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