LA HIGUERA COMO PARÁBOLA  (Mc 13, 24-32)

LA HIGUERA COMO PARÁBOLA  (Mc 13, 24-32)

En los momentos definitivos y culminantes de su evangelio, el Jesús de Marcos, en el contexto de su “discurso escatológico” (escrito por Marcos cuando Jerusalén ya está en ruinas tras la rebelión judía del 66-70 y su aplastamiento por las legiones romana de Vespasiano y Tito), llama a sus discípulos a la esperanza y la vigilancia (“…se acerca vuestra liberación…” “Velad…”) proponiéndoles que “aprendan de la parábola de la higuera (“cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca”), cuyos brotes y verdor anuncian la bonanza del verano y de los frutos. Sin embargo, la mayoría de sus seguidores hemos “tergiversado” su propuesta didáctica, y en lugar de “aprender de la parábola de la higuera”, lo que hacemos es “vivir en la higuera…”, indiferentes de hecho a la realidad y al momento en que vivimos, y en cuyos acontecimientos sigue hablándonos Dios y proponiéndonos la vigilancia oportuna para seguir siendo los instrumentos de su verdad y de su bondad.

Por otro lado, casi cualquier época de la historia puede tildarse de “alarmante”, “escatológica” o “apocalíptica”, si es mirada con ojos pesimistas, aires derrotistas, nostalgia y tintes de tragedia y degradación, y todas esas “negatividades” que le achacan siempre tradicionalista estrechos, obsesos del: “cualquier tiempo pasado fue mejor”,  y fósiles recalcitrantes obnubilados por la densa niebla que surge de los miasmas de la historia… pero, eso sí, cómodamente sentados en sillones “inteligentes” y pertrechados de todas las maravillas de la técnica y de la “tecnología punta”…

No hay período de la historia que no tenga su caterva de agoreros, catastrofistas, embaucadores e iluminados… Así como su rebaño de incautos, cerriles, ofuscados y payasos…  El oscurantismo se impone a la lucidez; el error y la sospecha a la verdad y la prudencia; la indolencia al coraje; y la pasividad, el inmovilismo y la rutina tranquilizadora y perezosa al “estar alerta”, captar los constantes “signos de los tiempos” y renovar día a día sin pereza los desafíos del seguimiento de Jesús en un mundo cambiante, abierto y provocador.

Pero Jesús nos impulsa y anima a reconocer los signos con la parábola de la higuera, en ese contexto definitivo y urgente de su “discurso escatológico”, como una llamada apremiante y lúcida a saber hacer presente su evangelio en el contexto real en que vivimos, por “alarmante” que sea o nos parezca, interpretando a la luz de la clarividencia que aporta nuestra confianza y esperanza en él esa realidad cambiante, promesa de frutos y cosecha; y no percibirla como amenaza aniquiladora o potencia condenatoria y destructiva. La suya es una llamada a la serenidad y a la sensatez, asumiendo así la auténtica responsabilidad del discipulado, cuya voz y cuya vida debe hacen patente, sin estridencias, y también sin complejos ni alarmismos, los frutos anunciados y cada vez más maduros: la delicadeza, la bondad, el cariño y la ternura, la paz y la alegría, la convivencia fraterna, la calma ya experimentada gozosamente.

Ver en todo y por todas partes sospechas, oscuridad, cataclismos, peligros y negatividad, actitudes hostiles y desafíos amenazantes, contubernios y confabulaciones, etc., no es “aprender de la parábola de la higuera”… Y, además, conduce a comportamientos de confrontación meramente conservadores, endogámicos y defensivos; a reacciones polarizadas llenas de descontento y desautorización de lo ajeno, y que con frecuencia destilan enemistad, violencia e incluso odio no confesado; a condenas sumarísimas e incluso intolerancia; a exclusivismos sectarios y autoafirmaciones en ritualismos atávicos; a revivir dogmatismos periclitados, improcedentes y muy discutibles; a encogimiento y empobrecimiento de la auténtica fe y esperanza cristiana; a fatales visiones unidimensionales, parciales e insuficientes; a querer construir fortalezas y encerrarse en el Templo, tras habernos dicho Jesús que hemos de caminar a la intemperie y no hay más templo que la comunión de los hermanos…

En los momentos biográfica e históricamente decisivos (y todos lo son en una u otra medida), “estar en la higuera” es lo opuesto a la parábola de Jesús…

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