PALABRAS DURAS ¿E INACEPTABLES? (Jn 6, 61-70)
Espantarse ante lo que supone y exige seguir a Jesús, después de escuchar sus palabras provocadoras y desafiantes frente a la abulia, al tedio, y al conformismo de nuestra vida, no es, en principio, un acto de cobardía sino de lucidez; y no es todavía una prueba o un indicativo de rechazo, sino precisamente por esa lucidez, por la buena comprensión de ellas y su reclamo inexcusable y sin componendas, es sentimiento de impotencia y de desconfianza frente a uno mismo, de incapacidad: ¿quién puede hacerle caso?… ¿quién es capaz de eso?…
Y el que, sin salir de la perplejidad y de la conciencia de impotencia total, las hace suyas y se atreve a responderlas, no es “porque mejor comprende”; sino “porque más confía”, porque ve confirmadas esas “duras” palabras de Jesús con el refrendo de su propia vida. Por duras e inaceptables que sean, él mismo las ha hecho verdad, porque vive de ese modo escandaloso, provocador, incomprensible… o, mejor: no “incomprensible” (ése es el escándalo y la provocación insoportable: que comprendemos perfectamente lo que nos propone), sino inaceptable, imposible de asumir…
Por eso quien está a su lado y lo percibe, quien conoce la persona y no sólo su discurso, quien palpa la verdad de una vida sorprendentemente coherente en grado casi imposible, quien sabiéndose atrapado por este mundo, ha tocado sin embargo en él a Jesús, al Mesías, al Hijo de Dios; quien sabe la absoluta y radical revolución que implicaría vivir como él propone; y que, sin embargo, él realmente la vive así aunque se convierta por ello en excluido y marginal; ese testigo, también sabe que ya él le ha abierto un horizonte imposible de olvidar, de silenciar o de rechazar.
Y, más allá de evidencias que no posee, de fuerzas de las que flaquea, de cualidades de las que carece; a pesar de temer la propia claudicación, la infidelidad que prevé, incluso la tentación de la traición, los posibles conflictos consigo mismo y con los que se había propuesto fueran los indicadores de una vida exitosa; a pesar de incomprensiones, o de acusaciones de ingenuidad y de candidez (cuando no de necedad y de masoquismo); sin embargo, sólo puede responder de una manera: “Si no es a ti, ¿a quién iremos?…
Lo que de ti sabemos nos emplaza ante lo más genuino de la vida y lo más íntimo de nuestra persona, ante la trascendencia que se abre en medio de nuestro mundo y lo cuestiona, ofreciéndole la ocasión de traspasar sus fronteras innegables y sabidas, para alcanzar un futuro utópico que no es sueño ni quimera fantástica, sino experiencia más real que lo tangible, más verdad que lo constatable, y más deseable que tantos objetivos anhelados.
El estupor frente a tus palabras tan inconfundibles, tan deslumbrantes e iluminadoras del misterio de la vida y de la llamada de lo eterno, cuando lo conviertes en pregunta delicada y arriesgada, sólo puede convertirse en confianza incondicional y en voluntad de identificación contigo, aceptando agradecido tu regalo.
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