TRANSGREDIR LA LEY (Mc 5, 21-43)
La hija de Jairo, el jefe de la sinagoga: una niña de ya doce años (la “mayoría de edad” en aquellos tiempos), que parece condenada a no estrenar su vida… Y una mujer, que desde hace también doce años, está igualmente “condenada” a ya no poder vivir más su vida: excluida, avergonzada, impura…
Ambas necesitan salir del círculo maldito de la exclusión, la maldición y la condena. Porque la niña está encerrada en la vida clerical y ritual de la sinagoga, que ahoga el amor y la bondad de Dios en un entramado de administración y poder (religioso y político), justificado por el orden establecido y la Ley sagrada. Y la mujer está presa de ese mismo legalismo impuesto por el poder y la amenaza, que la sentencian como proscrita, y que se arroga el derecho de dictar desde la autoridad un veredicto “sagrado”, que en lugar de revelar a Dios en su misericordia, condena implacablemente precisamente al más necesitado de consuelo y de ayuda…
“Tocar a Jesús” se convierte para ambas en el único remedio, porque la cercanía de Dios que él transmite hace saltar el rigor supuesto y la negación de la vida, revelando la auténtica voluntad divina y desenmascarando la incomprensión, la hipocresía y la mala voluntad de quienes deberían hacerla manifiesta e infundir amor y vida…
Pero hay un imperativo para “tocar” a Dios en Jesús: precisamente el transgredir la norma, repudiar la Ley “oficial”, rebelarse contra lo establecido desde el poder religioso interesado y la autoridad falsamente legitimada. Y, así, Jairo, el jefe de la sinagoga, busca públicamente a Jesús, despreciando con ello las decisiones oficiales, que lo han declarado impuro y pecador; rechazando implícitamente su pertenencia a esa clerecía del orden establecido; y manifestando su renuncia al Dios oficial, que no le sacia, sino que lo sume en la ansiedad y la angustia: Jesús ha despertado en él algo nuevo, que sí colma su sed…
Y la mujer, la hemorroísa, que también lo percibe; también por eso desafía la Ley y la transgrede: ella, contaminada e impura, que tiene obligación de advertir a todos de su impureza, para que nadie la toque y sea “contagiado” por ella; oculta y silenciosa entre la multitud, apretujada y así contaminando a todos, se acerca a Jesús para tocarlo ¿y contagiarlo a él también?…para contagiarse ella de su salud y de su vida, de la salvación que él irradia…
Buscar sincera y humildemente a Jesús legitima para olvidar la Ley y sus mandatos, los sacrificios y la pureza ritual; más aún: lo exige… ¿Cómo tachar de impuro y maldito, o de hereje y apóstata, a quien descubre a Dios en Jesús y busca tocarle? Las consecuencias de ese contacto son el mejor testimonio… Porque, en definitiva, a Jesús sólo puede realmente “tocarlo”· quien confía plenamente en él, quien se le entrega, quien pone la vida en sus manos…
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