IV-JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE
Mirar alrededor entristecido y roto,
y descubrir la mirada de su madre…
Y mirar María con el corazón desgarrado al reo,
y, llorando de dolor,
descubrir cómo le mira…
Todo el amor de un hijo, ¡de este Hijo!…
a su madre…
Y todo el amor de una madre, ¡de esta madre!
a su hijo…
el misterio y complicidad
de una mirada insondable, profunda,
una mirada de coincidencia eterna
en los abismos de Dios,
hechos presente
en la ignominia y la vergüenza de una cruz.
Un encuentro de Jesús con su madre sin palabras,
un silencio que los une más aún,
que los identifica a ambos como presencia de Dios,
como dolor de Dios,
como amor de Dios incomprensible
de tan hondo como se hunde en nuestro barro.
¿Qué le dices, Jesús, a tu madre
al mirarla en el tormento del Vía Crucis?…
Y tú, María, ¿qué decirle a tu hijo
al sentir quebrantada su persona
y llevar el misterio al paroxismo?
Una mirada que traspasa el mundo,
atraviesa la creación y la inmanencia,
señala el horizonte incomprensible,
la aurora del Reino…
y que afirma y corrobora
una vida de silencio;
dos vidas: Madre e Hijo,
hundidas en el enigma de lo eterno.
V-EL CIRENEO AYUDA A LLEVAR LA CRUZ A JESÚS
No hay nadie para ayudar al Justo.
Nadie para compadecer a Dios sufriendo…
Forzar a alguien,
y no por compasión,
sino para que no muera demasiado pronto
y prolongar su agonía…
Pero el así forzado a ayudar al condenado
podrá sentir de cerca el corazón del inocente,
comprobará más próximo que nadie
la mansedumbre y lo apacible del maldito…
No, no ha sido el piadoso voluntario,
ni el reivindicador de la misericordia
y del amor desinteresado y generoso;
pero percibe ahora la humanidad de Dios
y se deja conducir con él hacia el Calvario…
¿Sabrá ver el Cireneo su lugar privilegiado,
la ocasión de ayudar al mismo Cristo?
(algo tal vez soñado y deseado por muchos,
por todos los creyentes,
pero incapaces, como él, de verlo aquí
hecho realidad en ese condenado)…
Condenado, precisamente,
en nombre de Dios
y del César romano…
VI-LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS
No basta la mirada compasiva.
¿Cómo convertirse en espectador pasivo
ante el espectáculo de un justo maltratado?
¿Cómo mostrarse insensible
y no conmoverse las entrañas
ante el rostro inocente ensangrentado?
Y, sin embargo, nadie acude…
Sólo hay desprecio…
y tal vez cólera…
y en otros miedo
por lo que parece consecuencia prevista
dada la contumacia de un blasfemo,
el empecinamiento de un hombre extraño,
que pretende
convencernos de que en la Tierra
es posible el perdón…
y que Dios es amor,
y se ha hecho humano…
Y al fin hay alguien,
una sencilla mujer,
cuya compasión no lo resiste,
y desafía audazmente los reproches
para aliviar al caído y enjugar su rostro,
hacerle percibir calor humano,
acompañar su agonía por un instante con bálsamo…
¿Sólo ella para aliviar a Dios en su dolor?
¿Dónde estamos los demás?…
¿Hacia dónde miramos?…
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