MEDITANDO EL VIA CRUCIS (IV, V, VI)

IV-JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE

Mirar alrededor entristecido y roto,

y descubrir la mirada de su madre…

Y mirar María con el corazón desgarrado al reo,

y, llorando de dolor,

descubrir cómo le mira…

Todo el amor de un hijo, ¡de este Hijo!…

a su madre…

Y todo el amor de una madre, ¡de esta madre!

a su hijo…

el misterio y complicidad

de una mirada insondable, profunda,

una mirada de coincidencia eterna

en los abismos de Dios,

hechos presente

en la ignominia y la vergüenza de una cruz.

Un encuentro de Jesús con su madre sin palabras,

un silencio que los une más aún,

que los identifica a ambos como presencia de Dios,

como dolor de Dios,

como amor de Dios incomprensible

de tan hondo como se hunde en nuestro barro.

¿Qué le dices, Jesús, a tu madre

al mirarla en el tormento del Vía Crucis?…

Y tú, María, ¿qué decirle a tu hijo

al sentir quebrantada su persona

y llevar el misterio al paroxismo?

Una mirada que traspasa el mundo,

atraviesa la creación y la inmanencia,

señala el horizonte incomprensible,

la aurora del Reino…

y que afirma y corrobora

una vida de silencio;

dos vidas: Madre e Hijo,

hundidas en el enigma de lo eterno.

V-EL CIRENEO AYUDA A LLEVAR LA CRUZ A JESÚS

No hay nadie para ayudar al Justo.

Nadie para compadecer a Dios sufriendo…

Forzar a alguien,

y no por compasión,

sino para que no muera demasiado pronto

y prolongar su agonía…

Pero el así forzado a ayudar al condenado

podrá sentir de cerca el corazón del inocente,

comprobará más próximo que nadie

la mansedumbre y lo apacible del maldito…

No, no ha sido el piadoso voluntario,

ni el reivindicador de la misericordia

y del amor desinteresado y generoso;

pero percibe ahora la humanidad de Dios

y se deja conducir con él hacia el Calvario…

¿Sabrá ver el Cireneo su lugar privilegiado,

la ocasión de ayudar al mismo Cristo?

(algo tal vez soñado y deseado por muchos,

por todos los creyentes,

pero incapaces, como él, de verlo aquí

hecho realidad en ese condenado)…

Condenado, precisamente,

en nombre de Dios

y del César romano…

VI-LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS

No basta la mirada compasiva.

¿Cómo convertirse en espectador pasivo

ante el espectáculo de un justo maltratado?

¿Cómo mostrarse insensible

y no conmoverse las entrañas

ante el rostro inocente ensangrentado?

Y, sin embargo, nadie acude…

Sólo hay desprecio…

y tal vez cólera…

y en otros miedo

por lo que parece consecuencia prevista

dada la contumacia de un blasfemo,

el empecinamiento de un hombre extraño,

que pretende

convencernos de que en la Tierra

es posible el perdón…

y que Dios es amor,

y se ha hecho humano…

Y al fin hay alguien,

una sencilla mujer,

cuya compasión no lo resiste,

y desafía audazmente los reproches

para aliviar al caído y enjugar su rostro,

hacerle percibir calor humano,

acompañar su agonía por un instante con bálsamo…

¿Sólo ella para aliviar a Dios en su dolor?

¿Dónde estamos los demás?…

¿Hacia dónde miramos?…

Por |2024-03-13T22:41:54+01:00marzo 14th, 2024|General, Oraciones y música, Orar|Sin comentarios

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