ESCEPICISMO Y CONFIANZA (Lc 5, 1-11)
Cuando alguien pretende darnos lecciones o consejos sobre lo que constituye nuestra actividad profesional o nuestra “especialidad” y nuestro conocimiento para las tareas habituales en las que somos expertos, siendo él un profano en la materia, la cual nunca ha sido de su interés ni de su competencia, porque su vida transcurre distante y al margen de ella; entonces, no nos queda más remedio (si no optamos por molestarnos, indignarnos y desautorizar acremente su absurda pretensión, y si no queremos ridiculizarlo en público y en privado apabullándolo con nuestros conocimientos del asunto y nuestro contrastado curriculum al respecto), frente a su total ignorancia e ineptitud, que sonreír algo maliciosamente a sus palabras pretenciosas, tal vez torcer irónicamente el gesto, y con total escepticismo y secreta desautorización, mostrando con rotundidad nuestra desaprobación y desacuerdo, pero paternalmente condescendientes, seguir sumisamente sus indicaciones, para que pueda comprobar por sí mismo lo erróneo de su opinión y nuestra superior competencia en ello al cosechar un fracaso previsible y seguro. A fuer de sinceros, es preciso mostrarle ese escepticismo, para que así valore la paciencia que le mostramos al “hacer lo que él nos dice” sin ningún argumento justificable ni nada que lo avale, y así comprenda y aprenda, recibiendo la lección de su osadía, su incompetencia y su necesidad de no opinar sobre aquello que ignora…
Cuando tal cosa nos ocurre con alguien que tiene algún tipo de ascendiente personal sobre nosotros, porque le reconocemos una personalidad y una autoridad decisiva en nuestra propia vida, ya que nos sabemos deudores de él e influenciados decisivamente por su liderazgo, hasta el punto de poder declararnos discípulos suyos; el hecho de que pretenda mostrar también su criterio y dirigir nuestros actos en aquella esfera “técnica” dominada por nosotros e ignorada por él, reviste una particular incomodidad, porque conscientes de su incompetencia en la materia y de su importunidad, no ya solamente una sonrisa irónica o una divertida condescendencia (las cuales nos erigen siempre en dominadores del terreno en un plano de superioridad reconocida en aquello de que se trata), sino que nos resulta molesta esa intromisión, porque respetándolo y apreciándolo como lo apreciamos y seguimos, parece conllevar el deseo de una dependencia total y ciega, completamente injustificada e inoportuna. Si ya le reconocemos sinceramente, y felices de hacerlo, su “autoridad” y su influencia personal y profunda, ¿por qué quiere extenderla hasta el terreno de lo prosaico, de lo rutinario y de esa faceta más “profesional” de nuestra existencia que consideramos al margen de nuestra “vida interior” (relegando ésta a lo que llamamos fe y espiritualidad, religión y creencias, a un ámbito que no tiene nada que ver con ese otro de la actividad laboral, del trabajo por la subsistencia material)?
En definitiva, es como decirle a Jesús: ¿qué tiene que ver nuestra fe y nuestra confianza en ti con el trabajo para ganar el pan de cada día? Precisamente por concederte el honor y respeto que nos mereces, precisamente porque te necesitamos como fundamento y horizonte de nuestra vida, no queremos confundirte con nuestros menesteres cotidianos… es decir, la eterna tentación “religiosa” de separar “lo sagrado y lo profano” como compartimentos estanco y bien delimitados…
Pero, como siempre, la palabra y vida de Jesús, su persona, ha venido a romper esos esquemas, derribar muros, y hacer evidente que no podemos repartir y clasificar nuestra única vida en sectores, esferas o actividades diversas y aisladas, incomunicadas y autónomas, como si fuéramos actores que en cada momento y circunstancia representan un papel distinto, según estén rezando o trabajando, en familia o con colegas de trabajo, celebrando algo en comunión fraterna o sumergidos en el anonimato de una sociedad mercantil de rivalidad y competencia… escuchando a Jesús embelesados o pescando…
La única vida de nuestra única persona la hemos de vivir siempre y en toda instancia, en todos sus “aquí y ahora”, como proyecto que nos identifica, penetrada de nuestra impronta, con nuestra identidad profunda, desde nuestro fundamento y con nuestro horizonte…
Aunque creo que todo lo dicho es ya sabido, y obvio para cualquier persona que realmente quiera vivir su fe cristiana desde el gozo profundo del evangelio; como tantas otras cosas, decirlo abiertamente y de modo repetido me ayuda a no olvidarlo, y a mí personalmente se me hace necesario. Y hay un último detalle que respecto a “la pesca milagrosa” me parece una fina y sutil delicadeza de Lucas: solamente quien estando cansado de su diario trabajo, tantas veces infructuoso, se siente contrariado y molesto porque Jesús se entromete hasta en su actividad laboral, puede descubrir, sorprendido y súbitamente iluminado, que el entusiasmo por él y su evangelio es pleno y total en cualquier circunstancia y esfera en que desarrollemos nuestra actividad sin ahorrar ni un aquí ni un ahora de nuestra vida, y no deja fuera ni la más refinada de nuestras técnicas a primera vista tan asépticas, ni nuestra más intrascendente actividad…
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