ADVIENTO: GERUNDIO Y PARTICIPIO
El gerundio de venir es “viniendo”, el participio pasivo “venido”, y el participio activo (también llamado de presente) “viniente” o “el que viene”. Y si tomamos el verbo llegar los respectivos tiempos serían en este caso: “llegando”, “llegado” y “el que llega”. La gramática verbal nos sitúa cabalmente en el tiempo de Adviento, porque el sentido de esos “tiempos del modo Infinitivo” verbal es lo que expresa el “Tempus Adventus” castellanizado.
Dios está adviniendo, llegando… porque ser Dios (en contra de tantos sesudos defensores del “aburrimiento eterno” mirándose el ombligo), es estar siempre “en camino hacia”, viniendo al mundo y a las personas, saliendo de sí para dar vida. Aunque la filosofía clásica situara “la perfección del ser” en la inmutabilidad, la aseidad y el estatismo, la experiencia cristiana enraizada en la revelación que culmina en ese Jesús desconcertante, siempre extravagante y sorprendente, nos ha llevado a no poder concebir la plenitud, la riqueza, la infinitud divina, más que en el dinamismo inagotable de la entrega, de la creación y donación de vida, del enriquecimiento del otro, del abajamiento, del autoexiliarse de sí mismo para vitalizar la identidad ajena. Porque justamente eso es ser creador, y ahí percibimos el verdadero misterio de Dios, lo absurdo y contradictorio de una lógica que no es la nuestra, ésa que nos conduce a comprender y dominar los mecanismos de nuestra realidad material siempre limitada, inacabada, imperfecta, superada e insuficiente. Dios “piensa de otra manera” y no está “instalado para siempre”, sino siempre llegando, viniendo de modo inagotable.
El gran teólogo Eberhard JÜNGEL tituló una de sus recomendables obras: “Dios como misterio del mundo”; después de haber publicado anteriormente otro libro con su tesis de que “El ser de Dios consiste en estar siempre “siendo” (en proceso de devenir)”. No un estático infinitivo, sino el activo gerundio y el participio de presente… El que viene, el que llega continuamente hasta nosotros, el que sorprende y desequilibra siempre nuestras aparentes certezas humanas, es el propio Dios en su misterio. No con el ropaje o disfraz de otra criatura, sino Él mismo de la única forma en que podemos asimilarlo, conocerlo como persona inagotable en su propia identidad hecha humana…
Toda la “Historia de la Revelación” es un decirnos inequívocamente que Dios no es “el que es” (traducción equívoca), sino “el que viene”; más aún, “el que está siempre llegando” porque ése es el sentido de su misteriosa vida en plenitud: estar viniendo, estar llegando, “ex–simismarse” en lugar de “en-simismarse”… Por eso para cualquiera de nosotros la pasiva espera se convierte en esperanza activa, la incertidumbre y la desazón en seguridad y alegría, la inquietud y ansiedad en sosiego, paciencia y gozo sereno. Celebrar esa certeza de que hablar y experimentar a Dios es saberlo siempre “adviniendo”, llegando a nuestra vida, es así llamada ineludible a la calma y al entusiasmo, a la ilusión de vivir desde el impulso eficaz e incontenible de lo oculto, confianza absoluta en su seguimiento.
El “gerundio” y el “participio de presente” de Dios lo convierte por decisión propia suya, por imperativo de su ser divino, en cómplice nuestro; mejor, nos convoca a ser nosotros cómplices suyos en su aventura de ser en devenir, “siendo” y no reposando… Adviento es su constante e incansable invitación a compartir la tensión escatológica incoada manifiesta e irrevocablemente por Jesús, esa tensión entre el futuro definitivo, que es el dador de sentido, el de la plenitud y eternidad de estar siempre “llegando a ser”, y el presente todavía provisional, fugaz y “pecador”, efímero, pero asentado en la promesa e impulsado por ella.
Adviento no puede ser un tiempo triste y penitencial; sino el estímulo a actualizar el gerundio decisivo de la realidad: lucidez y alegría desbordante, acogida feliz y renovada a Dios que está llegando a nuestra pequeñez sin descanso, y nos está urgiendo a renacer a nosotros mismos, a nuestra auténtica identidad, animándonos y fortaleciéndonos para que lleguemos a ser quienes somos, quienes podemos ser; está infundiéndonos constantemente vida, en gerundio y participio presente…
Repetimos… Dios no “es”, sino que está siempre, infinitamente “llegando a ser”; no es un impersonal “vivir”, sino un estar “dando vida”; es consistir como persona en estar continua, ininterrumpidamente, “llegando” al otro, a los otros; solamente es Dios viniendo hasta sus criaturas a cuya semejanza de gerundio les ha infundido vida para que entremos en su espiral infinita…
No sospechamos o “barruntamos” que “algo debe haber”, un algo que permanece y se sostiene en sí mismo; sino que acogemos y recibimos a alguien que está viniendo y que llegando hasta nosotros nos provoca, nos convoca y nos integra en su gerundio y participio… Eso es hablar de Adviento, tiempo de esperanza y de dicha, de una alegría e ilusión casi descontrolada e irreprimible que la liturgia no nos ayuda demasiado a percibir y a celebrar…
Ni pasado ni presente, siempre potencial y futuro… ¡Adviento!: “Gerundio”… Gerundio y Participio divinos, para seguir insuflando Espíritu y vida a nuestro, a su imagen y semejanza, “gerundio” y “participio” humano… Ésa es la gramática divina y su conjugación verbal…
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