EL GOZO INMENSO DE LO COTIDIANO
Habitualmente sentimos la cotidianeidad, ese día a día en el que se resuelve nuestra vida, como monotonía y rutina, a pesar (o quizás precisamente por ello), de que naveguemos casi siempre “contra reloj”, y no pocas veces entre prisas, empujones, apremios y ruido ensordecedor… Tendemos a quejarnos de esa sucesión de días repetidos, seducidos por el reclamo de sugerentes aventuras posiblesde exotismo fantasioso, por murmullos lejanos y aparentemente prometedores de diversión sin límites, de experiencias nuevas, de paraísos lejanos hoy al alcance de la mano, donde todo trascurre como en un aura constante de novedades, de descubrimientos fantásticos y de agradables sorpresas; y en comparación con lo cual, nuestra existencia de cada día parece empalidecer y encogerse, como si se tratara de una camisa de fuerza ineludible de la que no nos podemos desprender, y que sentimos como opresiva en extremo y como amenaza a nuestra libertad y a nuestros méritos y “derechos”…
Porque cuando nos dejamos atrapar por esos señuelos y propagandas de “relajación y despreocupación”, de experiencias impactantes y sorpresas gratificantes, de acceso a paisajes, manjares y placidez imposibles en el aquí y ahora del diario acontecer de nuestra vida; entonces nos vemos a nosotros mismos como víctimas de una rutina odiosa y despersonalizadora; o, en el mejor de los casos, resignados involuntariamente a un ritmo impuesto que no podemos evitar ni eludir, y que con frecuencia nos provoca quejas y descontento. En resumen, “el eterno retorno” de las semanas y los días, en general parece tener poco que ver con nuestros ideales y deseos de “vida feliz”; es decir, vivida con libertad, ilusión, y sintiéndonos verdaderos protagonistas de ella.
Sin embargo, quiero confesar con vergüenza (porque lo he descubierto demasiado tarde), que desde hace años, y cada vez con mayor intensidad (seguramente porque con el envejecimiento la vida se va rutinizando cada vez más…),mi gozo se acrecienta en el día a día, y cada vez me sumerjo con mayor ilusión en lo cotidiano y casi siempre previsible, renunciando contento a quijotismos prometedores o simplemente aventureros, y descubriendo en cada día una aventura apasionante precisamente porque me aboca a “lo cotidiano”, que me resulta siempre sorprendente, porque es en él donde me asalta la asombrosa Providencia…
Quienes, como mi hermana y tantos otros, gozan del privilegio de haberse convertido en imprescindibles para alguien, debido a su dependencia, a sus carencias, a su situación límite de necesidad o de riesgo, o simplemente a su fragilidad y a su incapacidad para ser del todo autónomos, han descubierto mucho antes que yo esa felicidad inexpresable de servir ilusionados sin esperar materialmente nada a cambio, y gozar cada día de la repetición infinita de los mismos rituales en apariencia pura monotonía y condena al ostracismo, pero que se revelan como dadores de sentido, gratificantes más que cualquier recompensa merecida, y conducentes a encontrar la plenitud en lo pequeño y juzgado como superfluo o inútil.
Saber que El Principito iba a presentarse a las cuatro de la tarde cada día, no constituía condena y aburrimiento anticipado… era lo que colmaba de alegría y de ilusión al zorro “descubriéndole el precio de la felicidad”: la profunda emoción de la espera cuando es anuncio del encuentro… Saber que hoy, como ayer, un día y otro, voy a acompañar el crecimiento de mis hijos, voy a volver a compartir mi vida con los míos, voy a seguir escuchando su voz inconfundible, les voy a sonreír cuando me miren… es lo que me hace ganar, como al zorro, “el color del trigo”… Precisamente saberlo, es lo que va a permitirme convertir esa rutina en fuente de gozo, de ilusión, de emoción por volver a encontrar la profunda sorpresa y el misterio inagotable de esas personas a las que tanto quiero, ésas que dan sentido a la mía llenándola de alegría, de gozo y de esperanza. Nunca se “repite” un día…
El propio Padrenuestro nos lleva a pedir “el pan de cada día”; podríamos decir: “la rutina y el tedio cotidianos…” como necesario y deseado para hoy. Lo necesitamos…
Ciertamente, por seguir con “El Principito”, para descubrir ese gozo inmenso de lo cotidiano necesitamos, como el zorro, “estar domesticados”; o, por decirlo mejor: querer ser domesticados… por aquéllos a quienes necesitamos y amamos…
Yo no tengo ningún reparo en confesar que, si vivo ilusionado desde hace tiempo la aventura de la rutina y de lo cotidiano, es evidentemente, porque hay varias personas que “me han domesticado”…
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