SER IMPORTANTES (Jn 10, 11-18)
Aunque el ambiente de rivalidad, competencia y vanidad en el que se mueve nuestra sociedad, y que propicia tanto la abundancia y variedad de planteamientos y objetivos frívolos y superficiales, como el circo de este mundo nuestro de maquillajes, morbo, y carencia de valores profundos, de coherencia y de rigor, y, en una palabra, de lo genuinamente humano, y personal e íntimo, que dignifica nuestra vida dándole sentido y plenitud, no llegue a hacer mella en nosotros hasta el punto de que nos vendamos vergonzosamente a él, o nos aprovechemos interesadamente de sus supuestas ventajas; sin embargo, no deja de ser cierto (al menos, ése es mi caso), que, aún sin permitir que dicha contaminación se apodere de nosotros, no logramos del todo proyectar nuestra vida sin la pretensión de buscar de alguna manera “ser importantes”, al menos para algunas personas, precisamente porque ellas también son importantes, decisivas y necesarias para nosotros, al formar parte de nuestro círculo más íntimo o, diciéndolo en cristiano, “vivir en comunión” con nosotros; es decir, vivir el evangelio en ellas y con ellas.
Es precisamente en ese círculo íntimo y vital, el del rebaño evangélico, en el que sitúa Jesús lo importante que somos cada oveja para el Buen Pastor. Evidentemente la importancia evangélica no es la del éxito profesional, la del cumplimiento estricto y brillante de la tarea que uno tiene asignada respecto a la sociedad y al mundo, que se resuelve en ese sentirse “orgullosos” del trabajo bien hecho; ni tampoco la importancia de los personajes célebres cuya huella marca sendas de progreso o desarrollo humano, contribuyendo a un mundo mejor… ni se trata ya de la importancia del propio Jesús para la humanidad, sino de la que tiene el más ínfimo de los humanos para Él: cada una de sus ovejas le es imprescindible, querida, decisiva…
¡Eres importante para Él! ¡Eres importante para Dios! ¡Claro que no por tu valor! ¡Ni por tu poder o influencia! Pero en tu pequeñez y tu impotencia ¡eres, me atrevo a decir, necesaria, necesario, para Dios!… No te necesita para ser Él mismo, pero sí para ser en ti, para poder derramarse en tu persona… porque solamente por eso quiere ser Dios: para encontrarse en ti… “vosotros en mí, y yo en vosotros”, decía Jesús, “como el Padre en mí, así yo en vosotros”… “el Espíritu Santo hará morada en vosotros”… san Juan insiste hasta lo casi panteísta, gnóstico, herético,… pero no le importa el riesgo porque la verdad es de tal calibre, y lo imposible de Dios tan sorprendente, que es difícil no caer en contradicciones y paradojas… ¿qué importa?: ése es Dios… Y sí, soy importante para Él… es la otra cara del “Dios me ama”…
Porque la importancia la da el amor, nos la da quien nos ama. Jamás somos nosotros quienes nos merecemos o ganamos con nuestro esfuerzo ser “personajes” para Dios…porque las escalas con que nosotros nos medimos en ese terreno de “darnos importancia”, considerarnos influyentes, buscar la aprobación y el aplauso, que nos persigan los periodistas y paguen por nuestras palabras, que hablen todos de nosotros y nos convirtamos en estrella virales, en millonarios de “Me gusta” y en gurús imprescindibles de tertulias y debates, son todas tan ridículas cuando nos percatamos del resbaladizo terreno en que se mueven y de la inconsistencia de sus fundamentos (carentes de profundidad y de firmeza por muy “eficaces” y “estelares” que parezcan), que encumbran y hunden sucesiva y caprichosamente, se agotan y extinguen por completo al socaire de nuevos aires y modas pasajeras, y la única importancia y valor real que consiguen es la de consumir la vida en la superficialidad, la tibieza y los despropósitos.
Pero a Dios le importamos precisamente porque somos débiles, porque no tenemos más importancia que aquélla que nos concede el amor de quien nos quiere hasta el extremo de vivir “para cuidarnos”, para acompañar desinteresada e incondicionalmente nuestro camino con palabras de ánimo y consuelo, con ilusión y esfuerzo por servirnos, con caricias delicadas…
Cuidar de nosotros. De cada una y de cada uno de nosotros. Hay una atención constante y exquisita, respetuosa e ilusionante del Pastor a cada una de sus ovejas. Y no valen falsas modestias o tímidas confesiones de inutilidad o de impotencia, diciendo que “no merezco que se fije en mí…” ¡Pues claro que no lo merecemos! Pero el amor es gratuito e inmerecido… No hablamos de nosotros, sino de Dios: es Él quien nos dirige su mirada, nos llama con su voz, nos convoca a su mesa, nos guarda en su rebaño, nos pide que le sigamos, nos lava los pies inclinándose ante nosotros, nos propone vivir como Él ha vivido en nuestro mundo… Y esa iniciativa de amor suya, esa atención personal a mi vida, me ha de colmar de gozo y de alegría…: ¡Saber que Alguien me quiere! ¡Saber que Él me cuida!…
No hay experiencia más enriquecedora ni alegría más profunda, no hay mayor acceso a ese abismo de bondad con que Dios nos trata, y a esa importancia que para Él tenemos, y que es fruto del amor desinteresado y gratuito, rebosante, el único que merece ese nombre, porque se sabe exceso del Dios-Amor, que la proporcionada por el cuidado a un ser querido, precisamente porque es importante, más aún: decisivo para mí, porque no concibo vivir sin ella o sin él, y me basta una mirada para abrirme un horizonte de eternidad… Se convierte en el pálido reflejo del amor divino, el del Buen Pastor… En realidad, lo único que da sentido y verdad a la vida es precisamente el poder cuidar a las personas queridas, a aquéllas con las que la compartes. El cuidado es el reverso del amor. Tan importante es la persona amada que necesitamos cuidarla. Dios nos lo ha enseñado: Él necesita cuidarnos, somos importantes para Él…
Saber que soy importante para Dios, que a Jesús le importo, ni me ensoberbece ni me crea congoja o ansiedad por mi pequeñez e indignidad. Muy al contrario: me admira como infinitud de su amor y su bondad, me anima y reconforta proporcionándome una actitud de agradecimiento y alegría siempre nueva e insaciable, y me llena de fuerza para vivir encarado a Él en el gozo de cuidar de modo entrañable a mis hermanas y hermanos, a aquellas personas que precisamente me ponen en comunión con Él y me hacen percibir su misterio. Porque, cuidado como lo soy por Él y por ellos, yo también necesito cuidarlos: a Dios y a ellos… La ilusión por vivir me la proporciona el preocuparme de ellos… Y no busco ni pretendo “ser importante”, porque sé que a Dios le importo mucho… Y también, espero, les importo a ellos. Ellos en Dios, y Dios en ellos, son lo más importante para mí…
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