TENTACIONES (Mc 1, 12-15)
En el fondo podríamos decir que las verdaderas tentaciones surgen por la desconfianza y el temor, y se sustentan en el miedo y la duda. Evidentemente no hablo del miedo “físico”, ni siquiera del “psíquico”, sino del miedo a la libertad, del miedo a nosotros mismos y a nuestras decisiones y proyectos, del miedo a nuestra fragilidad y a nuestra inseguridad, aunque sea cierto que todo ello se encuentra muy influenciado y contaminado por nuestra psicología, por nuestra biografía y su curriculum…
El miedo a la amenaza física, como la reacción emocional frente a tantas situaciones, no deja de ser un reflejo involuntario provocado por estímulos y fuera de nuestro control. Es una reacción prácticamente involuntaria frente a algo “externo”, tal vez (o no) sospechado, imprevisto o imperceptible.
Pero el temor a nuestra infidelidad y a la incuestionable debilidad de nuestra persona, que puede conducirnos a ser incoherentes, inconstantes o irresponsables, se convierte en verdadera “tentación” cuando nos lleva a quebrantar nuestros ideales como seres libres, a renunciar voluntariamente a las perspectivas abiertas y asumidas como horizonte y esperanza de nuestra vida; y, en resumen, a traicionar nuestra propia identidad. La tentación es llamada ladina a la autodestrucción, a la claudicación, al conformismo y el falso consuelo, a la “resignación forzosa” y a la pretendida autodisculpa. Es dejarse llevar por “los poderes de este mundo” desde el victimismo, desde la auto-exculpación, y desde la aparentemente sincera y humilde confesión y lamento por nuestra debilidad; todo ello como falso argumento para justificar la pereza, la indolencia, o la rutina del zángano esgrimida como prueba evidente de nuestra pequeñez inoperante y del anonimato impotente de la abeja o de la hormiga…
“Caer en la tentación” es llegar a atreverse a decir “No puedo”, en lugar del verdadero “No quiero”, en el que se resumen nuestras genuinas e íntimas decisiones. Tentación es decirle a Jesús: ¿Qué puedes hacer tú, por muy Dios que seas, frente al mundo, cuando estás encarnado en sus límites y en su impotencia? ¡Líbrate de esa camisa de fuerza! Y es tentación porque Jesús sabe ¡que no puede hacer nada!… ¿Nada?: nada distinto a ser ajusticiado, a morir por fidelidad y coherencia, a ser víctima sin victimismo, a ser forzado a llevar la cruz sin renunciar ni un ápice a su libertad señera y a su autoridad reconocida y constatable… ¿Acaso podría haber imaginado Jesús vivir de otra manera? El anuncio de su evangelio no podía triunfar de otra manera…
La tentación no era la conciencia de que si Él no asumía la radicalidad de la fragilidad humana y su pecado, el pecado de todos, no habría salvación posible para nadie; sino precisamente lo contrario: saber que aunque Él renunciara a lo negativo de lo humano reclamando su derecho divino en este mundo, Dios no frustraría su proyecto, sino que desde su plenitud omnipotente y su bondad infinita, subvendría a su renuncia de otro modo y no dejaría de salvar el mundo por él creado. En ese sentido, la tentación de Jesús es su conocimiento del poder y la voluntad del Padre: él mismo podía ser el hijo pródigo, Dios no dejaría de ser el padre bondadoso… Satanás sabe bien cómo provocar la duda, como jugar sus bazas, como tentar al Hijo…
La tentación genuina, la verdadera y condenatoria, es casi siempre una supuesta llamada a la humildad: “reconoce quién eres y lo poco que vales”… “¿Crees que Dios te necesita a ti para llevar a cabo sus planes? ¿Tan importante te crees que te tienes por imprescindible para Él? ¿Acaso esa supuesta misión tuya no podrá llevarla a cabo y cumplirse prescindiendo de ti?… pues, entonces, decídete a promocionar tu persona, a que se reconozcan tus cualidades y se aprecien tus dotes”…
El propio Jesús nos da la única razón de tanta astucia provocadora: ¡Qué pena pensar de un modo tan miserable! ¡Que abismo de tristeza! ¡Que tarea tan vacua y que vida tan estéril! Eso sí que es traicionarse a sí mismo, renunciar a su identidad, malversar su vida, frustrar sus proyectos, fracasar en su meta, defraudar su esperanza, renegar de su yo, sepultar la libertad y perder la alegría… El precio es tan alto que sería la verdadera y absoluta muerte de tristeza, el vacío y la nada, un infierno…
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