RAÍCES MEZCLADAS… (Mt 13, 24-30)
Dividir el mundo y las personas en dos campos opuestos e irreconciliables de “buenos y malos” es una de las mayores y más destructivas de su propia identidad, más sugerentes y sutiles tentaciones del cristiano. ¡Y bien que hemos caído y seguimos cayendo desgraciadamente en ella sin vergüenza ni escrúpulos! ¡A veces hasta nos hemos ufanado de ello!… Pero, sin duda, en esa pretendida divisiónestá perniciosamente fundamentado lo más vergonzoso y repulsivo de la fe cristiana para cualquier persona sensata y para cualquier sencillo creyente que no quiera hacer oídos sordos al propio Jesús. Porque es ésa, de forma clara, repetiday contundente, una de las más conspicuas advertencias y desautorizaciones expresas suyas a sus discípulos: “¡No juzguéis nunca!…” Querer hacer de la sociedad, de la humanidad y de su historia una contienda entre dos bandos, colocándonos nosotros siempre (¡por supuesto!) en el de los “buenos”, es un insulto, que llega a la blasfemia, al encargo asumido por la comunidad cristiana, encargo que debe aceptarse sin rebajas ni trabas, con plena y consciente libertad y con ineludible asunción de responsabilidad.
Las plantas surgidas de sus respectivas semillas, trigo bueno y atractivo, y cizaña perniciosa (y tal vez odiosa)en la parábola evangélica, manifiestan claramente su identidad y se distinguen, sin duda en sus tallos y en sus “frutos”; pero en definitiva ése es sólo el factor externo y la apariencia, que como tantas veces ocurre, aunque sea “clara y distinta”, y no engañe a nadie dada su evidencia, nos puede resultar sin embargo demasiado superficial, dado que sus raíces son más profundas… Tal vez el auténtico problema, y de ahí la absoluta prohibición evangélica de arrancar la cizaña, es que las raíces de ambas se han entrelazado, y aunque distinguibles e identificables cada una, sin confundirse, están sin embargo tan enredadas (las de la buena semilla de trigo tan atrapadas y “colonizadas” por las de la perversa cizaña), que arrancar una, cosa perfectamente posible con paciencia y cuidado, separándola delicadamente de la buena planta, conlleva involuntariamente exponer la vida de la buena, dado que ésta no está creciendo en una urna aislada, sino que al compartir la misma tierra está envuelta en una maraña de raíces ajenas, y aunque conserve su identidad y su presencia, y eso le sea prueba de su bondad e impulso para crecer, no puede desprenderse por la fuerza de su “intoxicante” entorno… su bondad y su fuerza le han de llevar a no dejarse penetrar por ese entorno atosigante, sino por el contrario profundizar en esa tierra fértil y extraer de ella, desde lo más hondo cada día, la vida generosa que le impulsa, fortalece, alegra y hace posible un buen fruto: la realidad de las promesas…
No hay duda de que en calidad de discípulos de Jesús debemos considerarnos como el trigo en este mundo (ésa es su siembra…), y eso significa que debe hacerse palpable y evidente nuestra bondad, en contraste con la maldad y la simple “vanidad” y superficialidad que siempre nos estará acompañando y que también echa raíces en nosotros… Pero la parábola nos invita a la consciencia: sepamos que nos rodea y rodeará siempre la cizaña, y no hagamos cuenta de ella, ni la juzguemos condenándola al fuego y exterminio, ni se nos ocurra pretender arrancarla por la fuerza… porque con ese mismo gesto nos arrancaremos la identidad de “trigo bueno”… Y sobre todo, sepamos y reconozcamos que por mucho que nuestra cualidad de trigo quede manifiesta e incluso pueda ser señalada por observadores imparciales (“ésa, ése, va a Misa… bautiza a sus hijos… se casa por la Iglesia… dice que reza”…), eso es todavía mera apariencia; la verdad es que nuestra mismas raíces están tan envueltas en la maraña y enredadas con las de la cizaña insidiosa y sutil, que sólo profundizando y cavando en lo más hondo podemos huir de su influencia, liberarnos de su pretendido abrazo asfixiante, y ofrecer fecundos granos de trigo limpio, alegre, feliz y soleado, promesa de vida y de esperanza…
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