MIRAR DE OTRA MANERA (Mt 13, 1-23)
Todo el evangelio y la vida de Jesús puede resumirse diciendo que se trata de una propuesta a vivir “de otra manera”, de un modo distinto al habitual. La suya es la presentación de una alternativa al callejón sin salida de una vida centrada en nosotros mismos, indiferente a lo ajeno y repleta de contradicciones entre lo que percibimos como digno de ser construido en un horizonte de futuro compartido y de humanidad solidaria y feliz, y nuestro real comportamiento, interesado y egoísta.
En esa perspectiva desde la que convoca Jesús al discipulado, con frecuencia son las parábolas las que más certeramente nos aproximan, con delicadeza y fantasía, y en ocasiones con violencia y de modo caricaturesco, a esa otra perspectiva a la que nos mostramos habitualmente tan reacios e insensibles debido a nuestros afanes, prisas, impaciencias; así como de pretensiones de seguridad a toda costa y de búsqueda de logros personales. El lenguaje, de auténtico “realismo mágico” de tantas parábolas de Jesús, con su indiscutible maestría y capacidad de sugerencia, nos abre no a otro mundo, distinto y alejado del que construimos, sino a la posibilidad de “mirar de otra manera” la tarea de la vida;una manera que conlleva compartir nuestra existencia y formar parte de una humanidad, cuya razón de ser y cuyo futuro no consiste en un agregado de individuos menesterosos o de sujetos satisfechos, sino una tarea de construcción feliz, siempre provisional y compartida, una invitación a la convivencia y la alegría común, una construcción ilusionada y entusiasta del mundo posible, el de la comunión plena y “misteriosa”…
Esa invitación a “mirar de otra manera”, se concreta cada vez de modo distinto, pero siempre provocador y sorprendente, siempre atrayente y cómplice, en la peculiaridad de cada parábola, dirigiendo así nuestra atención cada una de ellas a las diversos e inacabables perspectivas que se abren siempre ante nosotros invitándonos a una doble tarea: profundizar en nuestra consideración de la realidad y de la vida, no consintiendo en que nos pase desapercibida su auténtica riqueza y su proyección infinita indefinible; y descubrir toda la fuerza y el coraje de que estamos dotados para desprendernos de conformismos, de resignación, de pasividad y de tristeza, convirtiéndonos en defensores y adalides de la dicha, del amor y comunión con nuestras hermanas y hermanos, y de la esperanza en un futuro de promesas. Las parábolas nos provocan a recuperar nuestro yo más íntimo y cambiar las perspectivas, a “mirar de otra manera” para, realmente, “vivir de otra manera”…
Así, más allá de aplicaciones y simbolismos de siembras y cosechas, cuando miro un saco de trigo repleto normalmente veo ya en él esa realidad anunciada, no ya una promesa, de harina blanca que permitirá cocer panes y hogazas, fuente de vida y ocasión de compartir la mesa; sin embargo el sembrador de la parábola tal vez no ve lo mismo… él se muestra entusiasmado porque tiene con ello buena semilla, y abundante, para volver a sembrar, seguir sembrando siempre generosamente aún a riesgo de que alguna caiga en el camino y otra se ahogue entre las zarzas… le entusiasma convocar a la vida, ser portador de la promesa, del futuro y la esperanza, sin desmayar nunca porque haya siempre un resto infructuoso o algún reducto de decepción y resistencia.
El sembrador del evangelio, es evidente, no repara en la autosatisfacción posible o en la saciedad de su hambre, sino en la alegría desbordante de su tarea, en el derroche de su siembra bondadosa… él “mira las cosas de otra manera”…
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