EXPECTACIÓN ¿Y DECEPCIÓN? (Lc 19, 1-10)

A ninguno de los habitantes de Jericó podía pasarle por la cabeza, cuando Jesús llega a su ciudad, camino de Jerusalén (según lo narra Lucas), tras la expectación despertada por su persona, el júbilo con el que es recibido, y el entusiasmo que han provocado las curaciones milagrosas que ha hecho a su entrada, que no vaya a detenerse allí a pasar la noche haciendo un alto en su camino… gozar de su hospitalidad y su homenaje sincero, y complacerse con tantas muestras de alegría y de agradecimiento: ¡qué ilusión y qué privilegio contarlo entre sus vecinos por un día, unas horas, una noche, y contagiarse así de “esa fuerza que sale de Él”… Sin embargo, Jesús atraviesa la ciudad y pasa de largo sin pararse, después de esos milagros y de sonreír con dulzura a sus habitantes… tal vez tiene prisa, o están esperándole… ha de llegar a Jerusalén…

Comprobar, pues, el pasar apresurado de Jesús sin detenerse, aunque no supone rechazo ni es percibido como una señal de desprecio (o un minusvalorar Jericó en relación a otras ciudades o pueblos en que muchas veces ha decidido quedarse a comer o alojarse, compartiendo aunque sea brevemente unos días o unas horas), sí que sería sin duda motivo de una cierta decepción en la mayor parte de sus vecinos: “¡Pensábamos que se quedaría más tiempo entre nosotros!”, “¡Qué pena que no se haya decidido a acompañarnos, aunque fuera sólo comiendo y celebrando juntos esa alegría que deja como siembra por allá por donde pasa!” ¡Haber podido gozar el enriquecimiento de su persona, el calor y la caricia de su contacto!… Y es que todos quieren verlo, escuchar su voz, sonreírle, tocarlo…  hasta ese odioso Zaqueo, el jefe de los publicanos, de esa pandilla de sanguijuelas colaboracionistas que sangran al pueblo sin piedad cobrando los impuestos de los invasores e impíos romanos…

Mirad, mirad cómo ese ricachón, que tiene de sobra de todo, se pone de puntillas para poder verlo… parece que, a pesar de todas sus posesiones y riquezas también quiera algo de Él…” O: “a lo mejor quiere comprarlo, hacerlo su empleado o su criado, que trabaje para él y le haga todavía más rico y poderoso…” “¡Fíjate cómo da saltitos para poder asomarse y verlo!”… “Claro, es que la estatura no puede comprarla, y de eso tiene poco…” “¡Por eso querrá un milagro suyo!”… “Que le pida a alguien que lo suba a hombros, si se atreve”“¿A hombros? Yo lo llevaré, ya sabéis dónde!…” “Que no se atreva ni a pedir que le abran un hueco, porque lo apalean entre todos. ¡Pues no le tienen ganas!”… “¡Que se traiga una escalera!”… Y es que un personaje tan maldito como Zaqueo se da siempre por supuesto que es el colmo de la corrupción, del descreimiento y de la maldad, el justo candidato a la condenación segura, sin piedad ni compasión… Y con ello, a pesar de su riqueza, y envidiado por ella, está condenado al ostracismo y excluido paradójicamente de la ciudadanía… Sin embargo: ¿Quién ha dicho que Zaqueo sea impío?… ¿Quién puede afirmar que no sufre?…

“¿Será ridículo?, pero ¿qué hace?: ¿ahora se pone a correr como un muchacho o un demente?”… “¡Es el colmo del desprestigio!” “¡Que todo un adinerado, la mayor fortuna de la ciudad, se ponga a correr como un loco hacia las afueras!”  “¡Ya sólo le falta subirse a un árbol, como los monos!”“¡No se puede caer más bajo!”¡Seguro que va a ponerse en un sitio donde pueda verlo comprando una butaca a cualquier precio!” Zaqueo, que lo tiene todo, ¿acaso va a conformarse con ser el único en no verlo, aunque no pueda pedirle a nadie que le haga sitio por miedo no ya sólo al desprecio y el insulto, sino incluso a la agresión y el rechazo violento?… Pero, ¿es sólo curiosidad, o hay en él algo de inquietud al paso del profeta?, ¿nadie ha pensado que es uno de su misma raza, del pueblo elegido, y que al margen de su oficio, propicio al abuso, y de su riqueza, también puede tener hambre de Dios? ¿Alguien le ha querido alguna vez escuchar con paciencia y bondad para saber los porqués de su vida?…

Y a Zaqueo, que se sabe odiado, le corroe las entrañas su impotencia. ¿Cómo aventurarse a intentar hacerse sitio entre apretones, entre una multitud que le desprecia y querría aniquilarlo, tal vez sólo por envidia?  Sí, ciertamente toda su riqueza no puede hacerle crecer un poco… ni comprar la simpatía y respeto de la gente, o un gesto desinteresado de ayuda… Pero está pasando ese Jesús y no puede consentir en perder la única oportunidad de verlo, de saber cuál es el rostro del posible Mesías, la sonrisa de Dios, la esperanza de Israel, su propia salvación…  porque también él, a pesar de lo que digan, es un israelita cabal, observante, que intenta congraciarse con Dios y cumplir con Él, un hijo de Abraham al que las circunstancias de la vida le han llevado a tener que ejercer un oficio impopular, pero en todo caso, forzoso y necesario, al margen de lo que cada uno desee o considere como justo, bueno u oportuno. Es cierto que con él puede uno ser un desalmado y exprimir a los ciudadanos, cometer fraudes, dejarse llevar de la crueldad y la codicia; ¿pero acaso ha obrado él de ese modo alguna vez?   No hay nadie que pueda librarse del control y dominio de los invasores romanos, y él se encuentra en esa red burocrático-administrativa de quienes son los dueños del país y del mundo exactamente igual que el resto de sus compatriotas, con la única diferencia (desde luego importante y ventajosa para él) de que ha tenido la ocasión (no sabemos por qué medios o circunstancias, pero no tienen por qué haber sido forzosamente ilícitos o abusivas), de aprovecharla en beneficio propio, y así ha podido amasar una buena fortuna…  Pero cabría preguntar ¿son menos traidores y colaboracionistas las autoridades religiosas y civiles judías, sus sacerdotes, maestros de la Ley, jueces y juristas, que actúan en connivencia con los romanos para conservar sus puestos privilegiados, sus círculos aristocráticos y su influencia social, y ni les pasa por la cabeza la resistencia, la insumisión o la insurrección? ¿No afirman ellos que la prudencia aconseja buenas relaciones con los romanos y con Herodes “para evitar la destrucción del Templo y de la nación”?  ¿Y no se mantienen ellos en sus sedes y cargos, en su lujo palaciego, en su mundo distinguido y selecto, distante y ajeno al pueblo sencillo, al que además desautorizan, gravan con otros impuestos “religiosos”, y tratan con altivez y desprecio?…

Zaqueo es más odiado precisamente por eso, porque ellos mismos lo esgrimen ante el pueblo como chivo expiatorio del statu quo romano que ellos mismos propician, y ante el que se exculpan, cargando los tintes de la infamia y la indignidad sobre él y sus colegas… como siempre en la historia política y social de cualquier pueblo: populismo, mentiras, y víctimas propicias…  Porque su angustia está justificada: ¿qué sabemos de él nosotros? ¿del porqué de su oficio, de cómo se le ofreció, lo aceptó y lo ejerce?  Y no digamos de su piedad y fe en Dios, de su devoción, conocimiento y cumplimiento de la Ley: ¿qué sabemos nosotros de ello?  ¿Acaso los publicanos no “suben al Templo a orar”? ¿Acaso alguien le ha preguntado si es caritativo, da limosnas, y sostiene el culto con sus donativos como todo fiel israelita? ¿Es verdad que ha defraudado a alguien, ha practicado la usura, ha abusado en la exigencia del pago de impuestos…? ¿acaso ha extorsionado a los contribuyentes o ha actuado con mentiras y fraudes?… Si tan perverso es, ¿por qué muestra tanto interés por Jesús, hasta arriesgarse al ridículo?… No parece que la suya sea una simple curiosidad como la del rey Herodes…

Porque lo evidente es que ahí está servido el espectáculo: todo un personaje, tan rico como impopular y despreciado, haciendo esfuerzos ímprobos por lograr ver a Jesús e impedido y obstaculizado para hacerlo; y, por tal motivo, señalado burlonamente por todos y cayendo en el ridículo y el descrédito total, al alejarse a la carrera (algo infamante para un personaje serio e importante) hacia las afueras de la ciudad, seguramente para buscar un puesto discreto, resguardado de la multitud que le atropellaría sin piedad, desde donde le sea posible al menos contemplar su rostro y ser así iluminado por ese destello, esa luz radiante que brota de Él…

Algún fino comentarista de esta escena evangélica (Kenneth Bailey), nos sugiere que ésa es la razón por la que elije subirse a una higuera (algo inaudito, el colmo de la ridiculez en una persona seria, según nos dice documentadamente): la cercanía al camino por el que pasará Jesús, la facilidad de una higuera para subirse a ella, y el abundante follaje que la adorna, permitirían a Zaqueo camuflarse en ella y pasar desapercibido, oculto entre ramas y hojas sin ser visto, y alcanzando por fin su objetivo sin peligro ni vergüenza…

Pero a Zaqueo no le salen bien sus cálculos, porque todos lo han visto dar saltos y ponerse de puntillas, comentando sarcásticamente sus intentos fallidos; y luego se han burlado a gusto y entre amenazas de él, viéndole correr ridículamente camino adelante… así, aunque él se crea discretamente oculto en la higuera, pues ha podido encaramarse a ella sin testigos directos, cuando se va aproximando Jesús rodeado del gentío, ve y oye con horror que no ha podido cumplir su plan con éxito, y no va a pasar desapercibido precisamente: lo señalan con el dedo, y entre las risotadas burlonas y los insultos que se van acercando percibe también claramente su nombre… y se sabe el hazmerreír de todos: está completamente abochornado y sin escapatoria posible; la ignominia e incluso el peligro físico no pueden ser mayores: ¡qué horrible sufrimiento!… es la mayor afrenta de su vida, y precisamente delante del Maestro a quien pretende ver… Zaqueo cierra los ojos y ya no se atreve ni a mirar hacia Jesús, que se va acercando con el gentío acompañante, y llega a la altura de su higuera… Pero entonces oye una voz, que adivina cariñosa, como una caricia… alguien, en lugar de insultarle, lo llama delicadamente: “¡Zaqueo!”…

Y es que Jesús, advertido por la gente, también lo ha visto, y se ha parado al pie de la higuera dirigiendo su mirada hacia él y hablándole con dulzura ante la sorpresa de todos, que súbitamente se han callado tras detenerse la comitiva. El silencio es solemne… todos están a la expectativa, intentando adivinar algo… “¡Ahora le pedirá cuentas el Maestro!”. Porque realmente ahora no puede escaparse ni buscar pretextos, si Jesús le interrogara y “le echara en cara sus manejos y la suciedad de su oficio”… Es uno de esos momentos tensos en el que Zaqueo quisiera desaparecer, hundido en su impotencia, sintiéndose  encerrado en una fosa horrible cuyo único rayo de luz es haber escuchado su nombre pronunciado con cariño y no con odio o acompañado de un insulto…

El que más y el que menos estará murmurando, haciendo cábalas, y complaciéndose divertido en su interior ante la justa desautorización que prevé en Jesús: “seguro que ahora lo va a poner en su sitio”… “sin duda que va a tener que escuchar sus recriminaciones y afinadas críticas, como les ha ocurrido a fariseos, juristas y doctores de la Ley”…  Y cuando Jesús, con esa autoridad moral que desmonta a sus interlocutores le eche en cara su vileza, ¿no le exigirá también que devuelva el dinero de los impuestos?… a ver en qué queda esto, y cómo reacciona Zaqueo después de haberse puesto tan en evidencia y haber hecho el r¡dículo de esa manera…

Sin embargo, el tono de  voz de Jesús cuando llama a Zaqueo por su nombre no revela cólera, seriedad o desafío, sino más bien confianza y cariño; sobre todo cuando añade algo inesperado, imprevisible: “hoy voy a alojarme en tu casa”… El desconcierto entre la gente es paralelo a las murmuraciones: ¡No había aceptado la hospitalidad del pueblo, pasando de largo; y ahora es Él mismo quien pide alojarse en casa de ese personaje indigno, el peor!  ¿A qué viene eso? ¿O estará provocándolo para burlarse de él y ridiculizarlo aún más?

Pero no hay nunca ni un ápice de burla o de desprecio en las palabras que Jesús dirige a alguien; al contrario, Él sólo sabe llamar a las personas con dulzura, porque derrocha bondad… y como no entiende de venganzas y recelos, y no sabe pedir cuentas ni ofender (aunque algún “maestro” o “jurista” se dé a veces por ofendido…), de su boca no sale ninguna queja contra Zaqueo, ninguna exigencia…  solamente una sonrisa amable y comprensiva como nunca había visto Zaqueo en alguien que se dirigiera a él, una invitación limpia y sin trabas a la confianza…

Y el estupor de todos es tal, que por primera vez en su vida abren sus oídos sin prejuicios, desconfianza o recelo a lo que diga Zaqueo; y, por su parte, Zaqueo por primera vez pierde el miedo que le atenaza y le hace enmudecer y evitar las multitudes; por primera vez se atreve a hablar en público de su vida privada, a confesar su desconocida faceta de israelita fiel, al margen de su circunstancial oficio, su voluntad sincera de cumplimiento y devoción; y así se hace locuaz su atormentada conciencia  (¿es que Jesús la conocía? ¿su “intuición divina” sabía la verdad de Zaqueo, más allá de las supuestas evidencias, conclusión de lo impopular de su oficio?…): “¡Señor!, ¡yo ya doy a los pobres la mitad de mis bienes!… Y allí, en público, es más bien como un lamento: “¿Por qué me odian tanto?… ¿qué saben todos éstos de la amargura de mi vida?  Sé que tengo un oficio impopular y propicio al fraude y al abuso; pero yo intento ser honrado y generoso ¿a quién he defraudado?: ¡le daré cuatro veces más!… ¿Por qué todos me desprecian?…

Porque un buen número de exegetas, entre ellos Joseph Fitzmyer, nos dicen que las palabras de Zaqueo tal como vienen en el evangelio de Lucas, no son la expresión de un cambio de vida (una “conversión”), a consecuencia de la visita de Jesús; sino más bien la confesión hecha por Zaqueo de su comportamiento habitual y de su vida comprometida y religiosa, aunque sea tenido por impuro y pecador… Zaqueo ha sido fiel “en lo escondido”, aunque sin poder, saber, ni atreverse a manifestarlo y hacerlo público; pero ahora, ante Jesús, cuya autoridad vence a los malos espíritus, y hace hablar a los mudos, Zaqueo confiesa que, a pesar de que su religiosidad era forzosamente privada, el paso del Maestro parecía trastocar algo en su vida, y por eso necesitaba verlo, sentirlo cerca, porque sólo Él le podría liberar de su tormento, de su aislamiento, de la esterilidad de una piedad imposible de exteriorizar y compartir, una fe en Dios que no daba testimonio ni era causa de alegría, de amor, de promesa…

Solamente al paso y al encuentro tan deseado como aparentemente imposible con Jesús, la piedad privada de Zaqueo, con tintes de sufrimiento e incluso casi de cruz y de martirio, ha alcanzado la salvación… porque si mi fe se queda en mí, está muerta: ni me alcanza salvación, ni me hace feliz… Pero Jesús rompe todas las ataduras y cadenas cuando queremos verlo y nos arriesgamos a recibirlo…

¿Decepcionados porque necesitábamos gran pecador a Zaqueo, para ver en él la humillación del poderoso convertido?… Tal vez entonces lo único que nos merecemos es que Jesús pase de largo ante nosotros, porque en realidad nuestra puerta está cerrada y nuestra estancia no está limpia… y entonces, ¿cómo salvarnos?…

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