Presentar la actitud de la pobre viuda ante el juez injusto como modelo de constancia y de coraje, de paciencia y de confianza; al no reducirse a la resignación, al lamento victimista, a la renuncia casi forzosa, dada la indiferencia del todopoderoso juez, y a la más que justificada desesperación y abandono ante la completa impotencia, es algo obvio. Pero hay en esta breve parábola detalles de tal finura, que no podemos conformarnos con esa simple moraleja con la que la introduce san Lucas, aconsejándonos perseverancia en la oración. Creo que no podemos conformarnos con hablar solamente de constancia y de oración; aquí hay mucho más que recomendación piadosa y ánimos para rezar…
Y ante todo hay que hablar de riesgo y de audacia. Porque un juez en Israel era un personaje sagrado, alguien que administraba justicia “en nombre de Dios”, no un mero magistrado o funcionaria de la carrera judicial… Era la voz autorizada de Dios para dictar sentencia; y, en consecuencia, ese dictamen suyo era la proclamación en la tierra, en Israel, del juicio divino. Y, aunque la parábola acentúa la indignidad de ese juez, contraviniendo los dos supuestos básicos de su designación para el oficio: temor de Dios y no hacer acepción de personas, eso es algo que no puede conocer ni demostrar nunca el litigante. Los supuestos son los contrarios: por el hecho de ocupar ese oficio, el juez se considera irreprochable, y dudar públicamente de su honradez es como blasfemar de Dios. El relato de los jueces indignos en la historia de Susana recogida en el libro del profeta Daniel (Dan 13), lo demuestra con toda claridad: los jueces inicuos sólo pueden quedar en evidencia y ser censurados y desautorizados por la intervención del mismo Dios a través del profeta; de lo contrario, y hasta que eso ocurre, por increíbles que parezcan sus injustas sentencias, son tenidas como juicio definitivo de Dios. Y el paralelo de la historia de Susana no puede ser más apropiado a la parábola, precisamente en sus contrastes.
Y frente a un juez corrupto e indigno, auténtico modelo negativo, opuesto, de su oficio, una pobre viuda que no puede, ni quiere, comprarlo; y solamente reclama su justicia, como reclamaba Susana su inocencia. Una mujer en el umbral de la miseria, a la intemperie, probablemente sin recursos y menesterosa, extorsionada por la familia de su difunto marido, dependiente por completo (probablemente con sus hijos) de la buena voluntad que quieran mostrar con ella; y que, de ahí su reclamación, ha sido despojada sin piedad, conculcando sus derechos y los de sus hijos, y despreciando su debilidad y su impotencia. (Es bien sabido que las viudas en aquella sociedad machista y patriarcal eran presa fácil y víctima propicia de familiares desaprensivos y posibles beneficiarios, rechazadas y desprovistas con frecuencia de todo aquello a lo que tenían derecho, y condenadas a la mendicidad). Ni siquiera se trata, como en el caso de Susana, de una joven hermosa y noble, admirada y de familia poderosa e influyente, que simplemente con su cuerpo envidiado puede comprar a jueces viciosos… (otro contraste: allí son ellos los que toman la iniciativa… es la maldad activa; en la parábola es la maldad pasiva…). No, en este caso la pobre viuda resulta molesta, incordia, no la soportan…
Porque parece que ciertamente, uno podía presentarse libremente ante el juez en vista pública, a reclamar justicia presentando su caso; pero eso era asunto de hombres, de varones y no de mujeres… y menos aún de mujeres de la chusma, que no podrían ofrecer algo para sobornar al juez… Presentarse ante él día tras día, en medio de un círculo vociferante de hombres reclamando sus supuestos derechos, teniendo que hacerse oír, y avergonzada sólo de las miradas, groserías, desprecio y rechazo general, es una verdadera heroicidad, un riesgo no probablemente físico (también es cierto que “el código machista” hacia impensable tratar por la fuerza a una mujer, “era rebajarse demasiado”; y por eso el juez lo que teme es el bochorno que le causa, ya que no puede usar la violencia contra ella o expulsarla de forma expeditiva como haría si se tratara de un hombre), pero es el riesgo de la afrenta y del desprecio continuo, la ignorancia calculada, la burla, la procacidad e incluso la amenaza… en definitiva, el riesgo más que probable de morir en el intento (por la negativa eterna o por la humillación hiriente) sin conseguir tan solo captar la atención de aquél cuya sentencia necesitas para poder vivir, pero que desoye un día tras otro la reclamación de uns justicia que él ha decidido conculcar, porque probablemente los adversarios de la viuda hacen valer sus mentiras con argumentos mucho más eficaces y suculentos, mientras ella no puede ofrecer “propinas”, y sólo acude con el testimonio de la verdad…
Y ahí me parece ver uno de los acentos más finos y fundamentales de la parábola, que queda descuidado por la clara recomendación introductoria de Lucas a la perseverancia: la verdad es lo que nos hace audaces y nos da la fuerza de la que carecemos en nuestra debilidad, ella es la única “arma” y la única “posesión” digna; y cuando uno la posee y basa en ella su vida, negándose a sobornos y chantajes, posee una fuerza “irracional” que desafía al propio poder establecido (el mismo Jesús resume su vida ante Pilato diciendo que “para eso ha venido al mundo: para ser testigo de la verdad”… y ya sabemos la respuesta desconcertada de Pilato…). Y la verdad nos anima a superar el miedo, a sufrir la derrota y la vergüenza, la exclusión y la falsa condena, sin claudicar; pero también nos advierte de que es peligrosa, que supone un riesgo, y dibuja en el fondo una cruz… Porque la verdad se esgrime siempre sin codicia ni ambición, sin ansiedad ni pretensiones, con paciencia y humildad, desde la resistencia… tiene que hacerse valer con su sola evidencia, con su solidez irrebatible, ha de brillar y ser reconocida por sí misma… La viuda conoce los atajos, los turbios manejos, la indignidad no declarada pero conocida del juez (confesada en la parábola por él mismo, en el colmo de la infamia), pero no la esgrimirá nunca como argumento, ni la utilizará como palanca… ella no quiere denunciar la corrupción, sino hacer patente lo justo. Hay que tener el valor del creyente a ultranza y la audacia del mártir para mantenerse fiel a su reclamo, poniendo en juego tu vida, con el riesgo de que te anulen o de que te condenen al ostracismo y te desahucien…
Y, como en el caso de Susana, solamente Dios te podrá salir al paso y salvarte; tu defensa, como ella dice, solamente está en sus manos, manos que no se pueden ver ni prever hasta que llegan… El empeño por la verdad, en todo caso, es siempre un esfuerzo ímprobo y “a ciegas”, arriesgando la propia estima y la misma vida, incluso exponiéndose al triunfo de la mentira… Dios puede salvar en último extremo, pero, como Job, nos negamos a “ponerlo a prueba” porque entonces dejaríamos de confiar en Él como Dios, sería de alguna manera “nuestro servidor” y no nuestro fundamento… justamente ésa es la prueba de nuestra fe y esperanza en Él: que no contamos ni pretendemos su milagrosa intervención (ni Susana, ni la viuda cuentan con “milagros”, sino más bien con la misteriosa “Providencia” divina; y más contraste, ésta se manifiesta con una intervención profética inspirada e inesperada, y también con el simple deseo de verse libre de molestias de un juez depravado… también el malvado es instrumento de Dios…). No es lo más probable que la bondad y la verdad sean objeto de milagros y se manifiesten a través de ellos: sólo hay que mirar la cruz de Jesús para saberlo… pero es incuestionable que Dios nunca está ausente de ellas… La llamada a la constancia y a la valiente defensa de la verdad no es una herramienta para obligar a Dios a actuar, sino la firme voluntad de no claudicar ante el mal y la mentira. Eso es lo prioritario: testimoniar la honradez y la inocencia ante Dios sin desfallecer, a pesar del rechazo y la indiferencia u oposición hasta de quienes deber ser sus jueces, sus manos encargadas de mostrar la verdad y prodigar caricias, y que se han ensuciado y convertido en manos asesinas… Por eso la confianza de Susana está puesta en Dios, pero cuenta con la muerte injusta; y la confianza de la viuda está también puesta en Dios, pero también ella cuenta sólo con el desprecio y el rechazo: no importa, seguirán clamando su inocencia. Lo que ninguna de las dos está dispuesta a hacer es negociar con la mentira ni claudicar ante la injusticia y la maldad. La verdad y la bondad no se compran ni se venden en el mercado humano; son huellas de Dios, son su misma presencia consoladora, y hay que atreverse a mostrarla…
Y otro paralelo con otro contraste: los jueces de Susana son desenmascarados por el mismo Dios de modo solemne; mientras el juez de la parábola es “derrotado” por una pobre mujer silenciosamente… unos son castigados ejemplarmente, el otro seguirá acumulando injusticia y maldad sobre su cabeza… Pero ninguna de ellas se enfrenta directamente a sus jueces reprochándoles su iniquidad; será Dios quien les pida cuentas, ellas únicamente proclaman en voz alta su inocencia… Porque enfrentarse a jueces inicuos, desaprensivos y depravados, puede parecer una temeridad y una pérdida de tiempo (“¿para qué decirlo si no me van a creer ni hacer caso?”, “¿para qué molestarme y buscarme complicaciones, si llevo las de perder?”…) pero perseverar en la verdad, manifestar sin disimulo y con la insistencia necesaria nuestra confianza absoluta en Dios y sólo en Él, a pesar de testigos falsos (como Susana) y de jueces comprados (como la viuda), es haber descubierto en la vida algo más que un sucio juego de ambiciones y codicia, de intereses bastardos y amenazas… es leer a Jesús y escuchar su evangelio, sólo Dios basta, y no temer a los hombres. O, quizás con más precisión: es, sintiéndose acobardado, y teniendo miedo real, mucho miedo en ocasiones, a los personificadores del mal, saberse siempre en las manos de Dios a pesar de las apariencias, y atreverse a arriesgarse a la cruz no por imprudencia, obcecación o desfachatez, sino simplemente por “ser testigos de la verdad”, esa verdad “que nos hace libres”…
La resignación victimista, que justificaría la renuncia de la viuda ante la evidencia de la lenidad del juez, no cabe en el discípulo, en el testigo de la verdad y defensor de la bondad. Porque el riesgo es necesario y la justa reclamación comprometedora… y aunque uno quisiera evitarlo, hay siempre una cruz que lo recuerda…
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