La ironía de Jesús es manifiesta. Me parece indudable el toque de fino humor en sus provocadoras palabras, tanto respecto a los invitados al banquete, como respecto al anfitrión que los invita. Lo veo observando con una sonrisa las carreras y codazos por hacerse con los mejores lugares, y diciendo a los suyos: “fijaos, qué de luchas y apretones por escalar a los primeros puestos…” “si tanto ansían los sitios de honor y reconocimiento, ¿no sería más astuto ir a los últimos lugares para que luego triunfalmente sean exhibidos y admirados en su escalada?…” Conclusión: la codicia y la ambición nos vuelven incluso torpes y necios para gestionarlas… nos convierte en ridículos…
Y respecto al otro: “daos cuenta de cómo cavila y se estruja el cerebro para acordarse de invitar a todos esos personajes importantes que pueden hacer brillar su fiesta, y luego hablar bien de él…” “qué inquietud y ansiedad para no olvidarse de nadie que sea influyente y poderoso…” “¿no viviría más feliz y contento si abriera sus puertas confiadamente a cualquier persona honrada y sencilla, para gozar de su cariño y no de sus intereses?…” Conclusión: la codicia y la ambición, también nos vuelve interesados e insensibles… y nos convierte en fracasados…
Pero es igualmente manifiesto que Jesús va mucho más allá: para Él y para quien le sigue no se trata de una táctica calculada y ventajosa. A pesar de la perfecta lucidez y clarividencia con la que juzga la realidad y que podría hacerle ser el más aclamado y llegar a la cúspide (¡hasta lo quieren proclamar Rey!…), Él está tan lejos de esa codicia y ambición que no sabe gozar del éxito; eso no forma parte de las aspiraciones de su vida. Ni invierte en beneficio propio, ni planea operaciones ventajosas. Su lógica es otra, no se trata de nuestros cálculos humanos, sino de las matemáticas divinas…
Escoger los últimos puestos y hacer del servicio y acogida a los sencillos y humildes, a pobres, marginados y excluidos el objetivo y dedicación de su vida, no es para Jesús una táctica hábil y astuta que pueda reportarle en su momento mejores beneficios, en un hipotético futuro todavía oculto para apresurados y miopes, únicamente atentos a lo inmediato y accesible a primera vista. Elegir la pauta de la sencillez y la humildad sin dejarse deslumbrar por el brillo de asientos reservados, honores y medallas, y adoptar como único criterio la disponibilidad y el acompañamiento paciente y delicado, sin pretensiones; y no el escalafón, el carrerismo y la adulación de influyentes y poderosos, con el propósito de cobijarse en su sombra y obtener provecho de su lograda proximidad y su bien pagada cercanía… ése es el itinerario elegido y del que goza Jesús… Porque esos otros caminos que buscan ascender para mirar al mundo y a los demás desde arriba y estar siempre por encima, no reportan nada de lo realmente humano, ni colman las ansias de plenitud que anidan en el fondo de ese evangelio que anuncia y vive, que contagia, ese pretendido Mesías…
No hay prueba más contundente de todo ello, ni evidencia más sangrante, que la cruz… Hablar de hábil estrategia o de ocultas intenciones a la vista de ella, se convierte en un indecente escarnio, en crueldad absoluta e intolerable blasfemia… y pretender aplicarlo al conjunto de la vida de Jesús es una indignidad evidente, carente del más mínimo soporte, una falsedad palmaria. Toda la trayectoria de Jesús es de tal transparencia, y su actitud tan abierta y espontánea, que es precisamente eso lo que marca su absoluta distancia al resto de personas, su peculiaridad sorprendente, el origen de la incomprensión, el escándalo y la provocación que supone para sus contemporáneos; y que, precisamente por la falta de semejanza con respecto al comportamiento habitual de las personas “normales”, incluso de las más piadosas y defensoras del orden, se toma como insolencia, como prueba indiscutible de trastorno incurable, o como sospecha de una supuesta perversidad indemostrable… ¿es eso una estrategia?
Porque la sencillez de vida de este Cristo es tal, que nadie puede descubrir en ella los rincones oscuros de la codicia o la ambición, de la rivalidad, la envidia o el recelo del otro… Y atreverse a hablar de intereses ocultos o de estrategias premeditadas en quien rechaza llanamente la posibilidad de eludir la condena, y se obstina en caminar decididamente y de modo desafiante hacia su cruz, cuando la prudencia parecería recomendar una simple inactividad o silencio, un “retiro voluntario” que la hubiera evitado sin el mayor problema y sin en apariencia renunciar a ese evangelio que proclamaba; decir de esa persona que es calculador y busca ventajas, o que recomienda fingimiento para asegurarse un futuro, es caer, quien lo mantenga, en la contradicción y en una patente falsedad malintencionada. Lo que revela ese modo de hablar Jesús, esa voluntad y cariño por lo pequeño y lo sencillo, esa alegría agradecida por lo frágil, y esa búsqueda imperiosa del prójimo para servirlo, para acogerlo incondicionalmente abriéndole de par en par las puertas de la propia vida suya, es una radical y casi incomprensible coherencia, la coherencia absoluta con su palabra y su vida, a pesar del riesgo de perderla. Y ése es el atrevimiento sorprendente de su propuesta: ¿hay que llegar tan lejos en esa forma irreprochable de vida?, ¿hay que apurar la coherencia evangélica hasta ese extremo?, ¿Dios se atreve a ser Dios de ese modo tan “más allá” de lo razonable y de “lo humano”?… Pero si su vida y su pretensión son ciertas, la única coherencia posible es ésa: rechazar el éxito, buscar la cruz…
Y es que Jesús vive de un modo tan singular, tan ajeno a nuestros parámetros y con arreglo a esquemas y objetivos cuya lógica nos resulta tan extraña y sorprendente al observarla desde nuestra óptica apegada a lo terreno; que cuando propone como ejemplo y meta del horizonte de una vida en plenitud y comunión la mesa y el banquete, tanto desde la perspectiva del anfitrión como desde la del convidado, la única coherencia posible con la propuesta desafiante de su evangelio es precisamente la que nos propone… Ahí la lógica de Dios sí que es superior a la nuestra, nos rebasa y nos inunda…
La incoherencia absoluta e incomprensible sería buscar los lugares destacados y puestos privilegiados, porque el único privilegio es el de compartir y gozar con todos los hermanos, con las personas y no con sus riquezas, posesiones o cargos… Y sería también incomprensible incoherencia en quien vive desde la excentricidad de Jesús, no invitar a quien te hace el regalo de su persona, enriqueciendo tu vida con su comunión y cercanía, y no con sus agradecimientos, contraprestaciones, títulos o recompensas… Es precisamente descubrir esa absurda e insensata coherencia lo que causa la total extrañeza provocada por Él. Porque es esa misma coherencia, tan ilógica para nosotros y tan completamente inevitable para Dios, la que lleva a la cruz como culminación definitiva del absurdo…
Y es que vivir a lo divino no es la estrategia perfecta, sino la coherencia absoluta…
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