¿Por qué estamos tan ciegos que tomamos nuestra existencia como rutina y no como sorpresa continua? ¿Como simple repetición cansina, y no como milagro apasionante? ¿Acaso nuestro día a día no es precisamente la manifestación profunda del enigma de la vida y la invitación constante a hundirnos en su abismo misterioso?
La regularidad y la precisión de los ritmos de la naturaleza y de la vida es justamente lo que causaba tal asombro a nuestros antepasados, que permanecían maravillados y extasiados ante esa “repetición” incomprensible; pues revelaba que la vida no es azar sino armonía, y suscitaba con ello tal admiración que uno se sabía inmerso en una realidad que superaba su capacidad de comprensión, pero que era una llamada a la confianza radical y a una perspectiva ilusionante y llena de promesas.
Lo cíclico y en apariencia “repetitivo” de la naturaleza y de la vida nos revela lo que podríamos denominar el milagro de lo cotidiano, el latido de Dios, rítmico e inagotable, eterno, que es el motor escondido y profundo de la realidad… Y el hecho de descubrir las leyes que rigen los mecanismos de exactitud tan prodigiosa, entrar a tomar parte en la aventura apasionante de desentrañar los entresijos de esa repetición cíclica, conocer y dominar esa maquinaria admirable con nuestra ciencia y nuestra técnica, nos sumerge todavía más profundamente en el milagro, en el misterio…
¡Cuántas veces pensamos que la “repetición” es lo anodino e intrascendente, el origen del tedio y la apatía! Y, sin embargo, resulta ser el verdadero origen de la ilusión y el entusiasmo, el auténtico motivo de expectación, de futuro y de esperanza… Nos marca un horizonte, nos señala un camino, nos apunta una meta más allá de lo controlable y de lo controlado…
Y como la repetición, la regularidad, lo cíclico, se inscribe en nuestra identidad personal, que es historia, memoria y futuro, acontecer y utopía; se convierte también en ritual y signo, en elemento imprescindible de estabilidad e impulso necesario hacia lo profundo, recuerdo constante de que lo esencial es invisible a los ojos, y exigencia incansable de celebración sacramental…
Es justamente la repetición, la que nos permite actualizar el misterio, convertir la simple memoria en entusiasmo y expectación, y el mero recuerdo en memorial… Es ella, la repetición, la que obra el milagro del acontecimiento y la presencia del ausente… Saber cuándo llega y dónde llega aquél a quien esperamos, es fundamental para, como decía El Principito, “preparar nuestro corazón” y gozar del anhelo de esa espera; vivir en un horizonte de dicha y esperanza, de seguridades y promesas, de ya y todavía no, en el horizonte de plenitud en el que está instalada nuestra persona desde que somos conscientes de la vida…
El milagro de la repetición en que consiste la vida nos hace no tener miedo a la incertidumbre del mañana, a lo imprevisible de un azar caprichoso y al pánico causado por la amenaza de lo impredecible. La serenidad de la repetición nos hace valorar el tiempo y su transcurso como una dimensión divina, grávida y pletórica, imprescindible y dadora de ilusión y de sentido. La falta de ella sería sin duda el caos y la tristeza, sembraría la desconfianza y angustiaría sin remedio nuestras vidas; nos privaría de nuestra propia identidad, del fundamento y de la meta. Dios no es imprevisión e incertidumbre, sino la infinita riqueza de una mismidad inagotable… y a su imagen y semejanza estamos hechos… Ni la identidad de las personas, ni tampoco la realidad, están sometidas al capricho de lo efímero ni a la contradicción de imposibles silogismos arbitrarios; sino que posee la impronta de lo regular y de unas huellas constatables.
Es la repetición la que nos conduce hacia el misterio, la que nos evidencia el milagro… Repetición feliz y apasionante es cada encuentro con aquéllos con quienes compartimos el profundo misterio y el milagro de la vida; repetición y milagro cada momento de comunión y de hundimiento en Dios que nos abraza… Repetición y milagro mirarnos eternamente sin cansarnos, porque vivimos el uno del otro, el uno en el otro… Gocemos agradecidos de la aparente paradoja de ese regalo. Y crezcamos, crezcamos siempre en el enigma… siendo los mismos sepamos vernos proyectados a lo eterno y al misterio… vivamos entusiasmados porque nuestra vida es repetición y milagro…
Es precioso.