LA ÚNICA POSIBILIDAD (Jn 20, 19-31),
Nuestra fe en la resurrección de Jesús no se basa en sus incomprensibles “apariciones”, sino en la absoluta confianza en el testimonio de su vida como reveladora de la auténtica voluntad de Dios respecto a su creación.
De hecho, una supuesta aparición no añade nada a quien no cree en Jesús y no ha comprobado que Dios acompaña nuestra caminar por medio de la misericordia y el perdón que él nos hace presente, y que nos convoca a un Reino que “no es de este mundo”.
La fe en el resucitado surge al comprobar sorprendentemente la ausencia de su cadáver, y caer así en la cuenta de que “era verdad” todo lo que su persona nos ha transmitido y el “impulso del Espíritu” que ha otorgado su vida a nuestra realidad: a la humanidad en su conjunto y a toda la historia.
Comprobar que su pretensión de verdad era cierta, y que ha hecho irrumpir realmente en el universo ese misterioso Reino de Dios que anunciaba, y que va más allá de toda obra humana basada en el dominio y el poder, porque proviene del estrato más profundo y trascendente de la persona y de la vida, es justamente la experiencia de su resurrección gloriosa; es decir, la comprobación de que “ya no podemos vivir de otra manera”, porque la profundidad que él nos ha descubierto y ha proporcionado a nuestra existencia personal y colectiva, cobra plenitud y alcanza su culminación precisamente convocando a ese horizonte al que apuntaba, iniciado ya en y por él.
La fe en la resurrección de Jesús es la confesión definitiva y clara de nuestra confianza en él y en ese futuro que él abre y desde el cual vivimos. Sin necesidad de una “aparición personal”, sin reclamo de milagros ni titubeos de desconfiados.
En definitiva afirmar la fe en la resurrección de Jesús es confesar abiertamente y sin reservas, que su forma de vivir y de convocar a ese Reino suyo, hilo conductor y dador de sentido de su personalidad peculiar y desequilibrante para nuestros esquemas y proyectos de vida, solamente tiene sentido y coherencia si su persona y su vida, necesariamente mortal al pertenecer a nuestra realidad material, no es aniquilada por la muerte física que afecta a todo ser vivo en este mundo. Y que ese paso a la trascendencia cumple nuestras aspiraciones como personas no de un modo ilusorio, sino constatable en su caso de forma imprevisible e imprevista, aunque forzosamente sin supuestas “pruebas materiales”, que nunca podrían dar cuenta de un fenómeno más allá de sus límites. Es corroborar su horizonte de vida y sus pretensiones, haciéndonos receptores y testigos de él, precisamente porque libremente nos unimos a él.
De otra manera: la resurrección es la única posibilidad de que Jesús tenga razón al vivir y transmitir una perspectiva de vida que nos confronta con el misterio de la eternidad, nos da acceso a lo profundo, y hace humano, razonable y libre, el misterio de nuestra persona y nuestra vida, misterio imposible de ignorar. Pero eso que aparentemente era sólo una posibilidad, una supuesta ilusión, se ha convertido en certeza y lo ha cambiado todo…
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