PROHIBIDO JUZGAR (Jn 8, 1-11)

PROHIBIDO JUZGAR (Jn 8, 1-11)

Tal vez el cambio más radical que postula el evangelio de Jesús es el que afecta al status del sacerdote en el seno de la tradición del pueblo judío, y en general, de cualquier otra religión. La figura del sacerdocio es constante y central, clave, en las distintas religiones (en sus distintas acepciones: ministro sagrado, adivino, chamán, hechicero, etc.), ya que es la institución mantenedora y garantizadora de la fidelidad en la transmisión de la fe, con las peculiaridades que implique cada una de ellas; y, simultáneamente, es también la instancia que debe animar, cohesionar, dirigir y decidir la actividad de la comunidad creyente, con una autoridad asumida por las personas “consagradas” para ello, y reconocida por el resto de fieles.

El vuelco que en el ejercicio de esa misión, esencial y clave en la transmisión y mantenimiento de la unidad y fidelidad, provoca el “anuncio-convocatoria” de Jesús, es la consecuencia a ese nivel del vuelco radical que da a la propia actitud de fe exigida por él; y la provocación que supone su propuesta de llamada al Reino de Dios, parece justificar el reproche sincero que cualquier persona “religiosa” hacía al evangelio cristiano, y que resume expresivamente san Lucas en los Hechos de los Apóstoles al poner en boca de los acusadores de Pablo la expresión de que “ese Jesús ha puesto el mundo del revés”, porque ha invertido realmente los valores que rigen el comportamiento de un devoto.

Al sacerdote, ya que es quien juzga y dictamina sobre el bien y el mal, el ajustamiento a las leyes divinas y la culpabilidad, le correspondía ser juez y dictar sentencia; no sólo reconocer y señalar el pecado, sino condenar al pecador. Era ésta, así fundamentada, transmitida, y reconocida por todos, parte indeclinable de su responsabilidad. Y la otra parte, la vinculada al sacrificio, le concedía también la exclusividad en cuanto a dones y ofrendas, haciéndole mediador indispensable e intercesor necesario para “cumplir con Dios”.

Con Jesús todo este montaje arquitectónico se ha venido abajo: lo desautoriza, lo invalida y lo anula. Misión del discípulo de Cristo y de sus “pastores” autorizados y reconocidos, ya no es (lo prohíbe) juzgar y condenar al reo, sentenciar al culpable y decidir su castigo, sino únicamente, imperativamente, “perdonar y salvar”. Quien se arrogue el derecho a la condena suplanta a Dios y blasfema realmente, renuncia a Cristo. Y el carácter clasista, discriminatorio, sagrado, exclusivista, de privilegio, de que gozaban unos individuos segregados del resto de creyentes, desaparece en la propuesta de Jesús y en su comunidad de discípulos y seguidores. El sacerdocio cristiano es otra cosa. Y debería ser otra cosa…

El único sacerdote ha sido el propio Jesús, con su ofrenda en la cruz (única ofrenda y víctima cristiana, y único sacrificio reconocido), y es a todos sus discípulos, indiscriminadamente, a quienes corresponde básicamente una única e idéntica tarea: no la de señalar y condenar al culpable, dictando penas y castigos; sino la de salvarlo a través de la misericordia y el perdón.

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