UN INFLUJO ESPECIAL (Algo más que “buena suerte”…) (Lc 5, 1-11)
Hasta en lo más trivial e intrascendente invocamos y buscamos con frecuencia la que llamamos “buena suerte”, la cual, sin corresponder a nuestro esfuerzo, o a nuestras posibilidades y cálculos, con su “influjo favorable” hace posible que obtengamos lo pretendido. Somos perfectamente conscientes de que no todo depende de nosotros, y solicitamos por ello, más o menos sensatamente, y con más o menos seriedad, el favor de “la fortuna”; el cual simulamos o representamos (o, incluso ingenuamente nos queremos convencer de lograrlo así) por medio de un sinfín de amuletos, fetiches, talismanes, jaculatorias, signos de buen o mal agüero…
También en el terreno de las relaciones personales nos comportamos del mismo modo en múltiples ocasiones y circunstancias; y consideramos a determinadas personas como agoreros, “cenizos, “gafes”, que “traen mala suerte”…; o, por el contrario, buscamos y nos rodeamos de personas “afortunadas” o “que tienen gracia”, que “siempre caen de pie”, que ¡todo los sale bien!, y cuya compañía nos trae “buena suerte”…
La presencia de Jesús podríamos de ese modo pensar que, justificadamente, “trae buena suerte” a Pedro y al resto de discípulos en la barca: ellos en toda la noche no han pescado nada; y, sin embargo, Jesús les dice “Echad las redes”, y entonces pescan en abundancia y exageradamente…
¿En cuántas circunstancias de nuestra vida nos ha acontecido algo similar? Desde lo más trivial hasta en cuestiones importantes, hay personas cuya simple presencia o compañía en el momento concreto (y no sus reflexiones o consejos), las valoramos (con mayor o menor rigor) como sorprendente e inexplicablemente oportuna para lograr lo deseado.
Normalmente las cosas quedan ahí, situadas en lo anecdótico, porque somos personas razonables; y, aunque aceptamos que no todo lo controlamos y podemos explicarlo, tampoco podemos hacer depender la realidad y el desarrollo de los acontecimientos y sucesos de un “aura” especial, patrimonio exclusivo de determinadas personas, y ejerciendo de modo arbitrario y caprichoso poderes ocultos que se nos escapan.
Por eso tales consideraciones no cambian ni condicionan en absoluto nuestra vida, únicamente le dan un tono jovial, no tanto supersticioso (a veces también…) cuanto humorístico y simpático, de gratitud y optimismo. Y, así, a las personas “que nos dan buena suerte” les decimos sonrientes que procuren estar cerca cuando necesitamos algo; pero con el mismo tono amistoso y divertido, y con sensatez y conocimiento, no condicionan de ninguna manera nuestras decisiones ni el curso de nuestra vida, cuyo ritmo y cuyo rumbo es responsable, consciente y serio.
Sin embargo, con Jesús ocurre algo sorprendente: los episodios de “buena suerte” que propicia su presencia (no se trata en este caso de prodigios “milagrosos”), se convierten en punto de inflexión de la vida de quienes le acompañan, los cuales quedan transformados por él, y se convierten en seguidores apasionados de su persona. De cualquier otro que les hubiera propiciado sorprendentemente una pesca “milagrosa”, se habrían alegrado, lo habrían considerado “de buen agüero” y deseable, y se habrían despedido divertidos y preguntándose curiosamente por qué tendría esa fortuna, sin más trascendencia.
Pero la persona de Jesús provoca otra reacción e impone otro comportamiento mucho más radical y definitivo: la vida ya no puede ser lo mismo, sus personas ya no son las mismas…
Y lo tienen que saber: ya no pueden seguir “pescando peces”… se les pide algo más decisivo y arriesgado, más necesario; porque no se trata de “salvar mi vida” para mí mismo, sino de “perderla”, de entregarla para que los demás puedan vivir en ese mismo horizonte que se me ha abierto a mí por el contacto con él…
Deja tu comentario