VISIÓN DEFECTUOSA  (Jn 6, 24-35)

VISIÓN DEFECTUOSA  (Jn 6, 24-35)

Cuando no es ceguera completa, nuestra miopía  con respecto a Dios es proverbial, pero completamente injustificada; incluso injusta, y, por ello, nos hace culpables. Aunque tal vez sería más preciso y adecuado decir que no se trata de miopía, sino de hipermetropía y astigmatismo… El miope ve bien de cerca y mal de lejos; mientras que el hipermétrope, por el contrario, no ve bien lo más cercano pero distingue lo distante; y el astigmático lo que ocurre es que ve las imágenes deformadas… Nosotros acumulamos los tres defectos…

Digo esto, porque cuando contemplamos a Dios y su presencia en la vida y en la historia, siempre nos parece evidente lo lejano en el tiempo y en el espacio: lo que ocurrió antaño, lo que “Él hizo con nuestros padres en el desierto…”, pero permanecemos ciegos para distinguir y apreciar las muestras de su acción en nuestra propia vida: “¿Qué signos haces para que creamos en ti?…”  Y es que las indudables llamadas provocadoras que nos hace las vemos deformadas y filtradas por nuestros intereses, propósitos, deseos y decisiones encaminadas al cumplimiento de aquello que nosotros hemos proyectado, organizamos o estamos construyendo con nuestro esfuerzo; con lo cual concluimos la falta de pruebas o señales.

La indudable cercanía de Dios y su cuidado providente la vemos borrosa y distorsionada, nunca nos decidimos a afirmarla, porque “esperábamos algo más”, o algo distinto. Y, disgustados y decepcionados, no admitimos corregir esa mala visión nuestra, ese defecto congénito que nos ciega; y, a la vez, nos lamentamos de no gozar de esa “evidencia” de acción divina que se hacía patente en favor de los creyentes antiguos… Porque sí que estamos dispuestos a afirmarla en lejanos tiempos… o incluso en lugares actuales, pero también lejos de nosotros; y somos capaces de peregrinar hasta ellos para no encontrar nada o para “sentir que allí sí que hay algo”… en cualquier caso para convencernos de que “no está cerca”…  ¡Qué pena! ¡Lo tenemos siempre al lado, aquí y ahora!… pero nuestra miopía, nuestra hipermetropía, nuestro astigmatismo…

El propio Jesús, aunque lo sabe, porque nos conoce bien, no deja de extrañarse siempre de esa que llama “falta de fe”; porque de eso se trata en realidad: de una auténtica falta de fe, aunque digamos que creemos en él. No ver y no sentir la presencia de Dios en cada uno de los instantes de nuestra vida es no tener fe en él, porque es desconfiar de su acompañamiento, de su preocupación por nosotros, de su delicadeza, su bondad y su cercanía. La fe en Jesús es confianza plena en él “de cerca”: en la experiencia de la vida; y no “de lejos”: en el terreno de lo intelectual o doctrinal, ni siquiera en lo cultual. Es palparlo y verlo sin miopía ni hipermetropía ni astigmatismo… ni borroso en el presente, ni alejado y distante, ni deformado por todos los filtros y caprichosos anteojos de colores que nos ponemos…

Creer en Dios sin que nuestro corazón palpite en él, desde él y para él, no es ser cristiano, aunque pueda significar “ser creyente”: la Iglesia está llena de tales “creyentes no cristianos”, en número igual o tal vez mayor de los que se proclaman y consideramos “creyentes no practicantes”, y con el agravante de que éstos, al menos, lo reconocen así y aquéllos no… Y esa es la raíz de su obstinada y evidente resistencia al evangelio, de su histórica infidelidad y de su obsesión por el control y la institución…

Para pretender seguir fielmente y con confianza a Jesús es preciso “verlo” claramente al lado en nuestro sencillo caminar de día en día, y no pedirle señales y signos “evidentes” ahora, cuando tenemos los ojos incapacitados para apreciarlos…

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