CAMBIAR DE PLANES (Mc 8, 30-34)
La mejor ilustración de la disponibilidad y la atención a los demás que debe dominar obsesivamente la vida y la voluntad del cristiano, hasta el punto de llevarle a renunciar no sólo a cualquier proyecto “interesado”, y no ya propuesto desde la casi inevitable actitud “egocéntrica” desde la que desenvolvemos nuestra vida, sino incluso cuando se trata de un proyecto en perspectivas “altruistas” o “caritativas” de entrega y generosidad, pensando en privilegiar al prójimo y atender prioritariamente su persona; es la propia actitud de Jesús cuando viviendo y obrando “para los demás”, se ve constreñido a rectificar sus planes en función de una “necesidad”, que percibe como más urgente e inaplazable, dada precisamente la espontaneidad y la inquietud desde la que surge, con una fuerza incontenible y, por eso mismo, completamente imprevista e inesperada.
Jesús, que armado de una paciencia infinita y de una indulgencia divina, decide instruir en privado a sus apóstoles, “llevándolos aparte, a un sitio tranquilo”, donde pueda al fin, en la intimidad, con delicadeza y sin prisas, mostrarles con claridad cuál es la misión que les encarga, la perspectiva de vida que quiere abrirles y ellos continuamente rechazan por ignorancia, o malentendiendo sus palabras y su encargo; cuando va a corregir pacientemente su mala comprensión, precisamente por ese amoroso interés en sus personas, condescendiendo una vez más a su contumacia y a su actitud cerrada y testaruda (“pueblo de dura cerviz…”), que no quiere desprenderse de los defectos y errores acumulados por esa religiosidad tradicional “de siempre”, porque les parece impregnada de la pátina de lo sagrado y de sus expectativas humanas; entonces, “vió a una muchedumbre inmensa que estaban como ovejas sin pastor…” y no puede eludirla, obligándose imperativamente a renunciar a sus generosos planes a favor de sus íntimos, para anteponer a su voluntad el servicio y la atención a otro colectivo no previsto, el que justamente quería evitar para privilegiar al suyo, que estimaba prioritario… Pero es que lo prioritario es siempre “el aquí y ahora” incontrolable, fruto de la providencia divina; porque lo no proyectado por uno mismo casi siempre es lo más determinante para hacer patente la sinceridad de nuestra actitud de servicio y de entrega, de olvido de sí mismo y de disponibilidad absoluta…
Ésa es, ahí está, la “provocación” de Dios a quien afirma que lo prioritario en su vida es “hacer su voluntad”; es entonces cuando se debe hacer manifiesta nuestra fidelidad y nuestra incondicionalidad en el seguimiento: cuando nos sorprende la necesidad imprevista e imprevisible del prójimo, su reclamo silencioso de ayuda, de acompañamiento y de cuidado, que nos pide olvidar “nuestras buenas intenciones” y renunciar a lo proyectado…
Pero, ciertamente, para ello hay que tener también la profunda sensibilidad de Jesús ante el prójimo, la constante voluntad de desvivirse y mirar al otro atentamente, de vivir de modo excéntrico, de encarnar la voluntad de Dios, su propio espíritu… Percibir el anhelo de quienes no conocen el gozo del regalo de la vida, de aquellos cuya existencia les resulta costosa, desesperanzada, agotadora y sombría, significa para Jesús –en cuanto lo descubre en alguien- un imperativo, que le lleva a postergar cualquier deseo o intención prevista, y emprender sin dilación una actitud de atención, de compasión, de dedicar todo el esfuerzo de su persona a iluminar esas vidas, a ser el faro que les ayude a orientarse y dé consistencia al horizonte de plenitud que, al contacto con él, se ha despertado en ellos.
Gracias a su mirada atenta y a su delicadeza ha tenido Jesús lástima de nosotros… y gracias a ello, aunque “andábamos como ovejas sin pastor”, podemos pasar a ser “ovejas de su rebaño”…
Es decir, porque él no teme cambiar de planes ante lo urgente de nuestra postración, nos invita a rectificar los nuestros y mirar siempre hacia el hermano…
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