INTERPELADOS (Mt 16, 13-19)
La pregunta y la convocatoria de Jesús son personales. No hay una “llamada general” a integrarse en un grupo de seguidores, sino una interrogación provocadora dirigida a cada uno de quienes le rodean y manifiestan su deseo de convertirse en discípulos. No le preocupa el número, sino el compromiso real y auténtico. Por eso tampoco valen respuestas prefabricadas, formularios a rellenar con nuestros datos, o integración más o menos entusiasta en una masa amorfa en la que se disuelve le personalidad propia y uno se convierte en mero número, dejándose llevar complaciente y aborregado… No. Y la respuesta sólo es sincera y posible cuando nos viene “inspirada de lo alto”; cuando nos supera a nosotros mismos… Jesús nos lo propone y el Padre nos dispone…
Se trata de una interpelación cuyas consecuencias ponen en crisis, y al mismo tiempo dotan de una perspectiva nueva, a cualquier persona: la propia vida queda comprometida… sin componendas, condiciones, o interpretaciones falsas y acomodaticias. Hay que arriesgar en la respuesta. Es imperativo ponerse en evidencia, mostrar y asumir responsabilidades incluso imprevistas…
¿Estamos dispuestos a ello?… ¿Le responderemos?…
En el caso de Pedro, la perspectiva que le abre su respuesta impulsiva no sólo es imprevista y sorprendente para él mismo, sino de futuras consecuencias para esa comunidad de discípulos a los que un día cercano “les va a ser arrebatado su Maestro”, y que, sin embargo, ya perciben que no van a saber ni poder vivir sin Él… Podríamos decir que el carisma de líder, de ser el que lleva la voz cantante en el grupo, aquél cuyas palabras están siempre esperando los demás, porque conocen y aceptan sobradamente su carácter, y le conceden su confianza; es ratificado e iluminado por el propio Dios para convertirlo en instrumento de fidelidad y de unidad del propio grupo de discípulos cuando ya no esté Jesús. Y esto se constituye en evidencia pública, en voluntad del propio Jesús, y en reconocimiento sereno de todos sus hermanos…
De hecho ése va a ser el verdadero Primado de Pedro como Papa en la Iglesia: el reconocimiento por parte de todos de esa misión de ser referente de unidad y de fidelidad en el seguimiento a Jesús. Y, evidentemente, no como una mayor capacitación, promoción o situándose en una categoría superior; ni tampoco aisladamente, como una prerrogativa exclusiva y autónoma que lo aísla del resto de discípulos y de su propia comunidad eclesial en la que vive y sirve. Por eso al papado no es la cumbre de un escalafón o la cúspide de la pirámide del poder; sino un servicio a la unidad y a la universalidad de la fe cristiana y a las iglesias locales en las que se vive la comunión con Cristo y la fraternidad.
Hemos de sabernos portavoces y mediadores de la llamada universal a la salvación por parte de Dios, en la medida en que hacemos concreta esa llamada de Dios a través de Jesucristo en nuestra parroquia y con nuestra vida, precisamente porque estamos unidos fielmente al origen apostólico y a los múltiples discípulos que, también en lo concreto de sus vidas compartidas, quieren mantener esa fidelidad y compartir su promesa de futuro desde las diversas condiciones de sus vidas tanto en el espacio como en el tiempo. Esa fidelidad es la que nos garantiza nuestra vinculación a la iglesia de Roma y a su obispo, ya que fue la sede cuyo primer pastor fue el propio Pedro, a quien Jesús encomendó tal servicio, aceptado como don y regalo por él y por todos. Es “la primera Sede”; y su obispo quien ejerce, en consecuencia, el Primado… No se trata, pues, de centralismo, de jerarquía de poder, de autoridad jurisdiccional o de influencia paternalista. No tiene por qué exigir ni disposiciones legislativas, servilismo “doctrinal”, o mimetismo uniformizante…
El obispo de Roma, el sucesor de Pedro, es el testimonio de fe y seguimiento de Jesús en el que todos convergemos para poder decirnos que estamos en comunión, que mantenemos la integridad y la verdad del evangelio, que nos reconocemos como verdaderos hermanos compartiendo mesa y palabra… Es responder a la interpelación exigente de Jesús diciendo: “Nuestra respuesta es la de Pedro… nos hacemos solidarios y hermanos suyos por la gracia, y sentimos como propio el compromiso y la responsabilidad de apóstol suyo, y la real y eficaz participación en él de todas las iglesias que lo reconocen como hermano mayor, como Primado, como Papa, como referencia para su compromiso cristiano”.
En definitiva, es aceptar la interpelación de Jesús y responderle, plenamente conscientes y serenos, tal como hizo el propio Simón Pedro de modo impetuoso…
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