UNA VOZ INCONFUNDIBLE (Jn 10, 1-10)

UNA VOZ INCONFUNDIBLE (Jn 10, 1-10)

… camina delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz: a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él…” 

La voz de Dios es inconfundible. El evangelio que anuncia Jesús es original e indiscutible. Sus palabras, su vida, su cruz y su resurrección no se pueden tergiversar; si no es con manifiesta mala voluntad, con insensibilidad y ceguera culpables, o con perversidad y odio manifiestos.

Por ello la sentencia en “el día del Juicio” será inapelable; y no la pronunciará el Padre, siempre dispuesto al perdón; ni su Hijo, ofreciéndose en la cruz por nuestra salvación; ni el Espíritu Santo, infundido en nosotros y que nos acompaña con sus dones; sino nosotros mismos, que atendemos y seguimos ofuscados la voz de los extraños, errando así culpable y conscientemente nuestra meta.

¿Por qué nos gusta tanto quejarnos de discursos falsos y, sin embargo, consentimos en que sea la demagogia y la superficialidad, la vanidad y la codicia, la comodidad y la absurda y engañosa búsqueda de seguridades, garantías, “derechos” y afán de control y de protagonismo, quien marque los objetivos de nuestra vida, lo que reclama nuestro esfuerzo, lo que impone su tiranía de rivalidades y mercadeo, de acumulación y despilfarro, de vivir en la falsa burbuja de lo superfluo?

Entre los rumores, griterío, estrépito y ruidos, tonos violentos y exaltados, palabras de amenaza y de condena, mentiras manifiestas y engaños interesados, discursos vacíos y manipulación astuta, voces estridentes y grupos de presión con provocación calculada, secuestro de la verdad y actitud irresponsable de “masa amorfa”, entre tanta invitación a silenciar su voz y “seguir al extraño”, ¿acaso no sigue escuchándose al Buen Pastor convocando insistente, bondadosa y delicadamente a su rebaño, llamándonos a seguir caminando a su lado?… Y cuando tenemos la humildad y la conciencia sincera para darnos cuenta de quiénes realmente somos y por dónde andamos si no consentimos en dejarnos engañar ni extraviarnos por tanto discurso que nunca nos convence, del que protestamos sin decidirnos a no escucharlo, y que nos provoca descontento y desánimo; entonces, ¿acaso no discernimos claramente esa voz única de Dios, que sigue hablando en un tono y de un modo peculiar e inconfundible, exclusivo suyo, prometiéndonos esa dicha y ese futuro, único susceptible y capaz de contentarnos?

Es cierto que han aumentado con el tiempo los charlatanes y agoreros, los embaucadores y los profesionales de la mentira y del engaño, los que mercadean con sus discursos y viven de populismos mitineros…;  siempre ha habido, y siempre habrá (la huella del mal y del “pecado” nos acompaña siempre a los humanos en esta realidad creada), demagogos, mentirosos, encubridores, distractores intentando confundir y enturbiar la verdad, y subiendo progresivamente de tono su discurso al objeto de imponer por la fuerza de los altavoces aquello que no resiste el rigor del análisis sincero ni la mirada honrada de una persona no alienada o convertida en cliente… Pero fruto del Espíritu Santo y del evangelio es hacernos crecer en lucidez al huir del ritmo acelerado, alarmante e impaciente en que casi todos los falsos pastores, los farsantes, sitúan sus palabras; y ese fruto se nos ha regalado…

No podemos quejarnos de que en este mundo nuestro tan complejo, con tanto ruido y con tantas voces, tantas palabras falsas y tanto discurso hueco, se nos hace difícil escuchar a Dios e identificar la voz del “Buen Pastor”. Porque la voz de Dios surge de lo más íntimo y profundo de nuestro ser, y allí se escucha clara y diáfana, y resulta inconfundible. Se dirige en exclusiva a nuestra persona y a nuestra vida en ese reducto donde no hay otras que puedan hacerle competencia o confundir sus palabras. Sólo nosotros mismos podemos silenciarla; o, simplemente, ignorarla y hacernos insensibles a ella, “sordos para Él”…

Pero jamás podremos objetar que Jesús haya callado, que no nos haya llamado por nuestro propio nombre… Reiteradamente se empeña en conducirnos al verdadero y único posible paraíso de nuestra vida: el de sus promesas, accesible a sus ovejas ya tras su resurrección gloriosa, y que es contraste definitivo y sentencia inapelable de salvación para su rebaño…

Sí, su voz es inconfundible y conocida. Es cálida y cariñosa,  y nos habla claro… La verdadera cuestión, la decisiva es: ¿hacia dónde queremos dirigir nuestros pasos?, ¿de quién nos fiamos?…

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