TENTACIONES (Lc 4, 1-13)
«No sólo de pan vive el hombre»…
Únicamente aprobamos y suscribimos todos las profundas y significativas palabras de la respuesta de Jesús a la primera de las tentaciones de Satanás, cuando renunciamos con gran fuerza de voluntad y nos proponemos con una firmeza casi inquebrantable (y digna de mejores causas…) tantos sufridos y estrictos regímenes, dietas y privación de manjares, para perder los kilos que deforman nuestro ideal estético y nuestro afán de engañarnos sobre la caducidad de nuestros encantos físicos, después de haber gozado e incluso presumido de sibaritas y de paladares exquisitos atiborrándonos de manjares suculentos y prodigando gastos y elogios en eventos y banquetes cotizados y distinguidos con tenedores y estrellas, inscripción en registros gastronómicos de lujo, y «reservas de solera». Renunciar a todo eso que tanto nos gusta y a lo que dedicábamos atención, tiempo y dinero (y probablemente seguiremos dedicando después de los rigores del correspondiente régimen y consulta al dietista durante la temporada pertinente para paliar los excesos…), ¿no es, acaso, decir, aunque hipócritamente, que “no sólo de pan vive el hombre?… Satanás lo sabe, y por eso, cínico y socarrón, pasa con una sonrisa a la siguiente “tentación”, porque parece que nuestra hambre (siempre relativa…) finalmente se sacrifica sin grandes problemas por causas mayores…: existe la vanidad, el poder, la soberbia y el orgullo, el engaño a nosotros mismos pretendiendo ser “otro” más perfecto, más atractivo, más dominador o exitoso…
Y es que el pasaje evangélico de “las tentaciones de Jesús” nos llama a algo mucho más importante y decisivo que eso que podríamos llamar “el rechazo del mal”, cuando se nos presenta en competencia con el bien y reclamando a nuestra libertad que se decida entre ser colaborador de uno y “enemigo” del otro, o a la inversa.
Ninguna de las tres paradigmáticas tentaciones a Jesús se plantea en los términos de un dilema entre lo bueno y lo malo. Tal vez porque las decisiones que se nos proponen en esos términos son siempre bastante claras y evidente, independientemente de nuestra voluntad de optar por una u otra. En la vida humana normal, en nuestro día a día, identificamos normalmente sin mucha dificultad lo que está bien y lo que está mal, así como las incitaciones o tentaciones que descubrimos como posibilidad de hacer algo injusto o dañoso para otros por salir nosotros beneficiados en cualquier terreno. E incluso los impulsos de orgullo, codicia, envidia, pereza… los reconocemos sin mucho esfuerzo cuando nos dejamos guiar por la honradez; otra cosa es que nos dejemos dominar por ellos, renunciemos a lo más noble por debilidad o cobardía, o nos rebelemos contra lo que nos parece una exigencia “desmedida” o “una puerta demasiado estrecha”…
Pero ninguna de las tentaciones de Satanás a Jesús camina en esa línea de perjudicar a alguien para salir él beneficiado; sino que se plantean a un nivel que podríamos llamar “existencial”, y, como tal, “ejemplar y profundo”, paradigmático… No proponen connivencia con la maldad, sino más bien negación, o no aceptación, de la propia realidad personal, renuncia a la humanidad… “endiosamiento”…
No dañaría a nadie “convertir las piedras en pan”, y más cuando ya se ha cumplido el tiempo de ayuno, y uno se dispone a comer de nuevo… A nadie perjudicaría directamente Jesús inclinándose allí, en privado, o con disimulo por “hacerle una gracia”, ante Satanás… Ni supondría un atentado contra alguien ni la más mínima afrenta a nadie dejarse caer desde el alero del Templo… No se trata de “hacer mal” o causar daño, no es “falta de caridad” o desprecio del prójimo; hay algo mucho más significativo y fundamental: es la propuesta de “renunciar a la propia humanidad”, a los límites e interrogantes de ser persona, a asumir como identidad propia la fragilidad y la materialidad que nos constituye… es no querer ser humanos… En resumen: la rebeldía de Adán, el “pecado original”…
Concisa y brevemente: el episodio y la actitud de Jesús nos manifiestan y quiere hacernos bien patente que el afán de poder, que conlleva siempre una codicia ilimitada; de éxito, nunca del todo satisfecho, porque no admite palidecer e ir apagándose; y de satisfacción inmediata y a todo coste, incluso planteados sin discordia, sin rivalidad, sin injusticia ni perjuicio de nadie, son la auténtica tentación siempre, porque implican descontento con nuestra identidad humana y voluntad de renunciar a ella, endiosamiento imposible; y, en consecuencia, nos hace siervos de Satanás… Nuestra provisional vida en la tierra está repleta de infidelidades, de miserias, de tentaciones y de pecados; pero la verdadera tentación, y el auténtico pecado ligado a ella, es no querer asumir nuestra realidad, y no gozar de ella desde la fragilidad que apunta al infinito, sintiéndose feliz y agradecida del misterio de su finitud, y sin pretender ser dios ni parecerlo.
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