ELOCUENCIA SIN PALABRAS  (Mc 7, 31-37)

ELOCUENCIA SIN PALABRAS  (Mc 7, 31-37)

Puede parecer contradictorio que Jesús tras realizar exorcismos, milagros, o hechos asombrosos e importantes, reclame insistentemente a los beneficiados el silencio o la completa reserva respecto a ellos. Él mismo sería perfectamente consciente de lo imposible de tal petición… Desde luego no ocurre siempre, e incluso en muchas ocasiones el propio Jesús nos propone y encarga “anunciar la buena noticia”, “hablar de las maravillas de Dios” y ser transmisores de su evangelio, ¡y al riesgo de la propia vida!; pero resulta curioso el empeño que muestra normalmente en que hechos extraordinarios y experiencias transformadoras de la vida de las personas no se hagan públicos, al menos de forma inmediata y “abiertamente”.

De cualquier manera, lo que habría que decir, con mayor precisión, es que, por encima de todo, lo que reclama es la comprensión profunda y la conciencia de “experiencia de trascendencia divina” que debe apoderarse de todo beneficiado de sus favores, de toda persona que ha sido salvada por medio de Él…

En el pasaje de Marcos la paradoja no puede ser más sarcástica, a la par que más expresiva: curar a un mudo para decirle que no hable… Pero el mandato de Jesús, cuyo énfasis siempre da paso a la evidencia de su incumplimiento por parte de quien ha sido sanado, tiene una comprensión bien sencilla desde las pautas de comportamiento y vida que marca Jesús y que nos reclama: no necesita ni quiere publicidad sino testimonio; no busca propaganda ni se desenvuelve en el terreno de lo superficial y externo, sino de la profundo que acentúa el misterio de Dios y de la vida, y cuya banalización y exhibicionismo destruye su sentido e incapacita para comprender y asumir su verdad, y conseguir que esa experiencia (más que sanante realmente salvadora), transforme nuestra persona y dé otro horizonte, de radicalidad y plenitud, a nuestra vida.

Por eso mismo Jesús más que imponer un silencio que oculte o impida conocer la presencia y cercanía de Dios a través de él, lo que hace es proponernos que sepamos ver esa caricia suya como ocasión de renovación y de auténtica transformación de nuestra persona y existencia, de modo q    ue sea la elocuencia de nuestro renacer a la ternura y a la misericordia experimentadas, a la alegría y a la esperanza, a la bondad y a la dicha en perspectiva divina de eternidad y plenitud, quien hable sin discurso allí donde estemos y a todo aquél que nos rodee. No quiere palabras de elogio para ponderar su categoría divina y su poder, sino el simple agradecimiento de haber descubierto nuestra propia vida, nuestra identidad auténtica y nuestro “destino” a través de la experiencia personal con él. Y que vivamos en consecuencia. Ése será entonces nuestro discurso convincente, no las palabras…

Y también por eso, a pesar de su prohibición de hacer noticia periodística de sus exorcismos y milagros, tampoco reprende nunca a nadie por no hacerle caso, desobedeciendo su pretensión. Es de suponer que comprendía perfectamente que era casi inevitable… pero no quiere dejar de insistirnos en lo importante y decisivo: sus actos son signo y señal de presencia del misterio divino en nosotros, y de que esa presencia implica en nuestra vida como personas no demostraciones de un poder sobrehumano (que Dios no posee), ni un alarde de fuerza intimidatoria (que Dios nunca ejerce) para que vivamos temblorosos y sometidos, en estado de dependencia y servilismo religiosa

La desgraciada mudez de nuestra vida como cristianos no es por falta de palabras, que nos sobran, sino por no aceptar la alternativa a nuestro modo timorato, mezquino, conformista, interesado, cicatero, victimista e interesado de vida… Pecamos de las dos maneras: por verborrea y por pazguatos y encogidos

Al mudo curado por Jesús, evidentemente, no le prohíbe hablar sino presumir… y sí que le advierte, nos advierte a todos: “aún mudo, ya podías (¡y debías!) hablar de Dios con la elocuencia de tu entrega, tu agradecimiento y tu bondad… habla ahora de Él también con tus palabras, pero que no sean palabras de elogio que yo no necesito, sino de compromiso… la simple glosa del transcurrir de tu vida en seguimiento mío…

Es aplicable a todos, porque desde el Papa hasta el último de los fieles cristianos, todos vivimos de la misma manera y con idénticas perspectivas personales; pero ya que ellos llevan la voz cantante en la Iglesia habría que decir…: a los obispos, curas y predicadores que no cesan de cacarear arrogándose una voz carismática y de denuncia profética, pretendiendo explicar a todos como “voceros sagrados” el evangelio de Cristo y su aplicación al mundo, considerándose erróneamente intermediarios a título personal (cosa que no son), habría que decirles lo mismo que al mudo ya curado: Jesús nos pide silencio… callar para que hable nuestra vida, pues si de verdad hemos experimentado su caricia, es esa experiencia la que debe marcar nuestra vida y hablar con la elocuencia de la bondad y la alegría sin necesidad de tantas palabras…

Por desgracia nuestros prelados y clérigos, todos nosotros, y nuestros organismos oficiales desde hace años no dejan de ser promiscuos y desbordantes en palabras que acaban en papeleras porque no tienen ninguna elocuencia… Pura verborrea… porque nuestra vida desmiente tanta locuacidad…

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