LA MUERTE COMO SILENCIO
Habrá un silencio que será para cada uno de nosotros el definitivo según las leyes de este mundo, y para el que hemos de saber estar preparados. Nos tiene que llenar de alegría y de esperanza, y de una confianza infinita y absoluta, saber que más allá de él ya no rigen esas leyes de la materia y de nuestro cosmos, y nos hundimos gozosos en el abismo del misterio del “espíritu” divino.
Esta realidad terrena y temporal seguirá desarrollando su ciclo de evolución y desarrollo: las estrellas y galaxias seguirán luciendo en su cadencia de millones de años hasta extinguirse; el planeta Tierra (si la propia humanidad no lo destruye directamente, o acelera irresponsablemente su degradación y decadencia), mostrará los rasgos cambiantes y progresivos de esa imparable evolución que apuntó inexorablemente y de modo misterioso hacia lo humano; y la propia humanidad, confiemos en ello, seguirá buscando y encontrando entre problemas, rivalidades, inquietudes y alternancias (suponemos que presididas por una sincera y firme voluntad de paz y de armonía), esa fraternidad universal que permita a todos una vida digna y apreciada; nosotros habremos pasado al anonimato del pasado…
Nadie nos echará de menos excepto quizás ese reducidísimo grupo de personas cuya convivencia e intimidad hizo posible nuestra propia identidad y en los que dejamos tal vez también nosotros algo de ella para conformar la suya; pero también ellos se apagarán con rapidez en el silencio…
Se hará evidente nuestra insignificancia y lo prescindible que es nuestra persona, no sólo para la gran aventura del universo como un todo, sino para los mismos seres queridos y entrañables, cuya vida estaba (y sin duda seguirá estando misteriosa e imperceptiblemente) tan íntimamente unida a la nuestra, que nos considerábamos inseparables, indisolubles, necesarios el uno para el otro… y sólo quedará un interrogante… un interrogante, ¡pero de esperanza!… y el silencio… ¡El silencio es el final de tantas cosas!…
El silencio es, en definitiva, el fondo misterioso de la vida del que surgen precisamente las palabras; por eso callar, como morir, es tan humano…: no es desaparecer en la nada, sino más bien asumir lo que somos y no buscar ya más el modo de querer entenderlo o explicarlo a los otros, sino hundirse en él, gozarlo…
Las propias palabras de la Sabiduría nos lo dicen: “hay tiempo de hablar y tiempo de callar…” Y las palabras que necesitamos en vida deben convertirse siempre en una invitación y preparación al silencio del abandono en lo hondo del misterio, del manso reposo en las manos de Dios.
En resumen, podríamos decir que sólo necesitamos las palabras para comprender el silencio… sólo vivimos para poder hundirnos felices en él… porque morir, como culminación de nuestra vida, no deja de ser una aventura apasionante…
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