INSISTIENDO: VIVIR desde EL ASOMBRO
Cada vez que uno consigue desprenderse de esa telaraña pegajosa en la que consiente que se adhiera su vida, muchas veces simplemente por vergüenza o timidez, por descontento con la propia impaciencia, o por el afán perfeccionista que todos tenemos respecto a lo que consideramos más genuinamente nuestro y que tememos perder o que nos arrebaten, situación que en ocasiones nos acerca peligrosamente al terreno del descontento, o de la otrora clásica melancolía; cada vez que nos vencemos a nosotros mismos considerando nuestra importancia real y nuestras verdaderas dimensiones sin complejos ni recelos; cada vez, en resumen, que tenemos el coraje de mirar cara a cara a Dios, en lugar de buscarnos a nosotros mismos en el espejo, descubrimos su sonrisa, de momento incomprensible, pero prometedora…
Tan prometedora, que en la siguiente curva del camino nos quedamos completamente admirados y mudos ante un regalo tan sorprendente por inesperado, como deseado a pesar de haber perdido casi la esperanza de tenerlo. Es, una vez más, la historia de Abraham, la de Zacarías, la de tantos personajes bíblicos y la de cada uno de nosotras/os respecto a lo mejor de nuestras ilusiones y proyectos, cuando abrimos los ojos al verdadero sentido de la Providencia, cuando nos proponernos vivir “al modo de Jesús”… En verdad, el cuidado de Dios es asombroso…
“Dar gracias y vivir en el asombro”, tal como intentaba expresar hace unos días, supone haber llegado con sorpresa a un grado de gozosa y feliz lucidez sobre quiénes somos, quién es Dios, y qué es la realidad y la vida, que no es fácil ni frecuente encontrar; de ahí la alegría que provoca, y que uno mismo, en consecuencia, descubre como un regalo que le llega desde lo más profundo, desde lo que comparte con Dios y con aquéllos con quienes vive realmente en comunión.
Y no es fácil ni frecuente (y uno mismo se descubre al percibirlo como habiendo caminado casi siempre envuelto en nieblas o en penumbra, a pesar de su sincero y fiel compromiso con Cristo y su evangelio), porque la luz y el fuego del Espíritu con frecuencia tendemos a convertirla en “visión de iluminados”, en entusiasmos puntuales, o en comportamientos sectarios; secuestrando o malinterpretando, casi siempre sin llegar a apercibirnos de ello, aunque a veces desde la irresponsabilidad o la inconsciencia, la única universal llamada al seguimiento de Jesús y su evangelio.
Las mismas personas queridas que nos ayudan a “abrir los ojos” para dar gracias y vivir en el asombro, nos impulsan con ese regalo y su cariño a vivir “desde ese asombro” compartido y desde esas inquietudes felices e interrogantes de ilusión y de entusiasmo.
Porque vivir desde el asombro es agradecer, buscar, y querer estar permanentemente abiertos a Dios y a los demás sin “previsiones”: no como “consecuencia” de nuestra fe, sino (en todo caso), como su “presupuesto”, como la condición precisa y necesaria para que sea fe en el Dios de Jesús, que sólo se nos hace presente a través de nuestros hermanos, viviendo en comunión con ellos lo imprevisible de la vida. Y no sólo las alegrías y novedades de la bondad y de la delicadeza palpables en los cuidados y en el cariño recibido y que no merezco, sino también en los momentos amargos de tristeza o dolor inevitables, en que sólo los lazos profundos hacen que tenga sentido mirar hacia adelante.
Dar gracias y vivir en el asombro se nos impone cuando abrimos los ojos a Dios y a los demás, cuya mesa compartimos…; vivir desde ese asombro es proponerse libre y felizmente buscar el enriquecimiento que hemos descubierto en ellos sin descanso, y no claudicar nunca en la aventura, porque nos sabemos inmunes a las dentelladas del desánimo y a la amenaza del acostumbramiento y la rutina… Son ellos, Dios con nuestras hermanas y hermanos, quienes nos hacen asombrosamente fuertes para ello…
Dar gracias y vivir en el asombro nos sitúa en una perspectiva de entusiasmo por la vida que Dios nos descubre y nos hace accesible, y nos proyecta a esa aventura de vivirfelizmente desde ese asombro, de caminar hacia nuestro futuro definitivo no “a ciegas” y dejándose llevar, sino precisamente desde la fuerza y la luz que nos proporcionan ese mismo futuro de plenitud, y que se nos va descubriendo providencialmente, como si Él fuera desplegando ante nosotros el envoltorio de un inesperado regalo que nos va colmando de ilusiones, convocando sonrisas y descubriendo horizontes de cariño, de ternura y de sorpresa.
Dar gracias y vivir en el asombro es el pórtico y la condición privilegiada para lo definitivo: “vivir desde el asombro”… porque inaugura otra forma de vida: es la aparición del Resucitado a nosotros para vivir desde lo nuevo y no caduco… es aceptar el regalo deslumbrados y no poder disimular el regocijo devolviéndole a Dios nuestra sonrisa…
Sé que todo lo dicho estaba ya incluido de algún modo en ese escrito de hace unos días; pero me disculpo diciendo, simplemente, que cuando alguien, de modo absolutamente providente y asombroso, se descubre injertado en la dinámica vertiginosa de ese Reino, y convocado al vendaval de ese Espíritu, el gozo del regalo es tan grande, que necesita repetirlo una y mil veces… y no hablo tanto por mí, como haciéndome portador de muchas voces…
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