A TODOS SIN EXCEPCIÓN (Mc 1, 29-38)

A TODOS SIN EXCEPCIÓN  (Mc 1, 29-38)

En público y en privado. Por propia iniciativa o a petición de los solicitantes interesados. De forma espectacular o callada y silenciosamente. Jesús desborda gracia, bondad y misericordia allí donde está, y esté rodeado de una solemne asamblea cultual, que ha sido congregada oficial y ritualmente, o de una muchedumbre que acude espontánea y anárquicamente reunida en su búsqueda.

Lo único que Jesús elude y rechaza siempre, lo que nunca está dispuesto a consentir es el protagonismo elitista, el populismo fácil y aparentemente justificado por todos, ese espíritu de rebaño (tal vez sería mejor decir: esa actitud borreguil…) casi siempre sincero y honrado, pero casi siempre también irreflexivo y descerebrado; o el mitinero “baño de masas” propagandístico y gratificante… Es decir, Jesús huye de todo lo buscado, apreciado, altamente valorado y provocado como respaldo de autoridad y poder por la demagogia de nuestro ordenamiento político-social desde siempre, y por la vanidad y superficialidad que parece resultarnos inevitable…  Su discurso y su vida son la antidemagogia radical y provocadora, desafiante y que deja a la intemperie, desprotegido (cuando no vilipendiado y condenado) frente a la astucia desconsiderada y descarada de quien necesita el poder a toda costa, porque carece por completo de autoridad

Jesús huye de toda suerte de mitificaciones y dramatismos, advirtiéndonos así de que es una forma engañosa y falsa de vivir. Por el contrario, la lucidez y clarividencia en la asunción de la vida que él propone es clara llamada y exigencia a des-dramatizar y des-mitificar.

En realidad, sus curaciones, exorcismos y “milagros”, en contra de las apariencias, y en contra también de nuestra miopes y superficiales lecturas, presas de una ceguera entusiasta y borreguil, del morbo malsano por lo espectacular, y del obsesivo e inconfesado egoísmo por salvar nuestros intereses y ser privilegiados ventajosamente beneficiándonos de tales supuestos “milagros”, no vienen a ser sino una ocasión propuesta por Él de desdramatizar nuestras penurias y reorientar (¡“convertir”!) nuestro ritmo vital al actualizar y hacer visible y transparente el verdadero misterio de Dios, la compasión y la misericordia como única óptica real para valorar y apreciar nuestra existencia, existencia que en cuanto terrena seguirá siendo siempre limitada e impotente, y nunca podrá pretender “milagros a la carta” o imaginar que tras la sanación o liberación puntual de aquello que nos esclaviza o agobia, ya no volverá a sorprendernos la desgracia o habrán quedado eliminadas las causas de nuestras penas, sufrimientos o tristezas. Los hechos concretos liberadores de Jesús, por extraordinarios y milagrosos que sean, no son sino destellos puntuales reveladores de su persona siempre enigmática en cuanto divina, y no exhibición programática del futuro que nos esperaría si fuera Él nuestro líder y soberano, dirigiera nuestra política o lo propusiéramos como el señero juez de un Tribunal Supremo para resolver nuestros asuntos y decidir nuestros pleitos…

Jesús no es un personajes mítico, ni un Hércules ni un Orfeo; tampoco un héroe divinizado a lo César u Octavio; o el rey Midas, que todo lo convierte en oro… es una frágil persona con una clarividencia inesperada e insólita, divina, imposible para nosotros como meros humanos, que al descender a lo más profundo de la realidad nos invita a desdramatizar nuestra imagen de Dios, nuestra percepción de lo que somos y de lo que es auténticamente la vida, y nuestra pretensión o ansias de cumplimiento y plenitud, nuestro horizonte de esperanza y de futuro. Es precisamente esa convocatoria “obsesiva” a la des-dramatización de la realidad y de nuestra vida la que le proporciona su asombrosa e inapelable autoridad, cuya evidencia es tal que ocasionalmente se revela como chispas iluminadoras y misteriosas que prenden e impregnan puntualmente nuestro diario acontecer inflamando nuestro propio enigma y permitiéndonos “milagrosamente” contemplar el abismo profundo de lo que somos, sanando y liberándonos de nuestras paralizantes resignaciones, decepciones y miedos, y de nuestra dramatización de la vida al interpretarla como condena, victimismo, claudicación o sometimiento.

Dramatizar las situaciones o nuestra propia realidad (lo vemos claramente en el registro socio-político…) es casi siempre una consciente o inconsciente, promovida astutamente o larvada en una triste falta de lucidez, forma de eludir la responsabilidad, sometiéndose de modo victimista al fatalismo y a una pretendida (y en esta caso sospechosamente confesada, porque siempre es negada en aras de nuestra firme voluntad y de la eficacia  protagonista de los supuestos líderes de pies de barro…) impotencia frente a la adversidad, así como a un determinismo interesado, engañoso y falso.

Desmitificar y desdramatizas son imperativos cristianos exigidos por Jesús en su discurso y en su comportamiento; por eso rehúye a la muchedumbre y (en contra de nuestros usos) rechaza populismos. Precisamente esos momentos críticos de éxito y fácil manipulación del en principio sincero y comprometido respaldo popular, son su verdadera tentación de la que necesita alejarse y descender a lo profundo: orar…

¿Algún día nos incorporaremos de verdad a la dinámica del Reino, a la radicalidad de su mensaje, a la propuesta de su evangelio?… ¿Renunciaremos a victimismos y dramatizaciones siempre tentadoras, y a hacer de la santidad y el seguimiento mitos sagrados y ocasión de idolatrías?…

La autoridad de Jesús nos desautoriza y nos lo prohíbe… Y todos, sin excepción, estamos convocados…

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