¿FELIZ NAVIDAD?: UN DIOS “INCONCEBIBLE”…
A la vista del inconcebible anuncio de que el Mesías sea mucho más de lo que la santa y profética imaginación de una religiosidad triunfante y de unas ansias de dominio absoluto e imposición divina “deberían” traer a este mundo, y en especial al “pueblo elegido”, según el deseo interesado y las gafas virtuales que sus creyentes nos ponemos para filtrar a través de ellas las promesas divinas leyéndolas a nuestra manera, como satisfacción y cumplimiento de nuestros proyectos y pretensiones, en lugar de considerarlas como lo que son: la continua presencia de Dios más allá de nuestros planes, convocando a su misterio y no a nuestros objetivos, a su futuro abierto y no a nuestros programas, a la esperanza de su Gloria inaccesible y no a la simple espera de que se resuelvan por fin nuestros cálculos; en vista de tanta sencillez y normalidad e incluso delicadeza y mansedumbre en la pretensión cristiana de que Dios se encarna en ese niño tan poco divino… uno no sabría si el cristiano “creer en Dios y en Jesús, creer a Dios en Jesús”, es broma, candidez o ignorancia supina…
El asombro y el desconcierto respecto a Dios y a su trascendencia que están en el origen de la predicación del evangelio cristiano y que constituyen incluso el fundamento de esa fe cristiana, es lo más próximo al ateísmo que pueda imaginarse; y es bien sabido que precisamente de eso fueron acusados con frecuencia… (Y también por eso hace ya más de medio siglo tuvo cierta celebridad y renombre aquella corriente teológica de Thomas Altizer y otros denominada “el evangelio del ateísmo cristiano”). Y es que, efectivamente, afirmar que “Dios se ha hecho hombre” (y que muere como todos, y además en una cruz… ) parece que es tanto como decir que “el hombre es Dios”, o que a quien llamamos “Dios” no es sino al propio ser humano (Feuerbach)… Que en un recién nacido se haya encarnado Dios y su misterio no se diferencia mucho de ese endiosamiento que está a la base de tantos ateísmos teóricos y prácticos…
Sin embargo, obviamente, la diferencia es radical y evidente: no hablamos de endiosar lo humano, sino de “divinizarlo”, es decir no de ascender a las cumbres del poder y del dominio, sino de integrar nuestra persona en el misterio absoluto, en Dios como fundamento último, como profundidad insondable. Es algo, ciertamente, muy simple y poco espectacular, parece que poco digno de dioses poderosos y terribles: afirmar que el misterio humano sólo se resuelve en la trascendencia inaccesible; y que esa trascendencia, palpable en lo más profundo de nuestra identidad personal y libre, siempre superada, la hemos acariciado en una cercanía sorprendente en Alguien, en uno de los nuestros, en esa carne tan misteriosa, tan libre y personal como la nuestra, tan limitada y sumida en lo inmanente y trascendente como la propia de cada uno de nosotros, naciendo y muriendo…
Simplemente: el acompañamiento de ese Jesús, nacido como uno más entre las personas de este mundo, nos ha descubierto y abierto con su vida un horizonte presentido, ansiado, buscado y querido, pero hasta Él siempre oscurecido o arrebatado. Ya Raymond E. BROWN viene a hablar de la Navidad como “la revolución copernicana” producida por el nacimiento de Jesús… Y a pesar de la imaginería angelical de Lucas o del dramatismo de Mateo, en su nacimiento incógnito nadie lo percibió, salvo tal vez María y José sin sospecharlo, ya que, como dice el propio Lucas, ni entendían todo aquello ni tampoco dudaban de que Dios estaba materialmente implicado en ello…
Ante tamaño atrevimiento de Dios y conscientes del callejón sin salida al que nos llevan irremediablemente nuestras quimeras de “aprendices de brujo”, cuyo resultado es que conducen a la humanidad a atolladeros “malditos” y a situaciones insolubles que derivan en demagogia, rivalidades irreconciliables y afán de protagonismo y de hegemonía; la única real, auténtica y definitiva Buena Noticia en la historia de la humanidad, literalmente el único Evangelio, es el de la locura y el absurdo divino: en Jesús se hizo carne Dios en su misterio; lo cual significa: aprendiendo de él llegaremos a ser personas…
Por todo ello, sin sentimentalismos fáciles ni vanas expectativas, sin pretensiones de dogmas ortodoxos o doctrinas oficiales, sin concesiones al conformismo y a la anestesia que el excesivo culto a las “tradiciones” nos contagia, repudiando la estrechez de querer reivindicar confesionalismos y hacer prosélitos, incluso des-identificándome de un altísimo porcentaje de todo aquello que se presenta en mi iglesia como “de obligado cumplimiento”, de “reconocimiento inexcusable” o de “argumentos indiscutibles”; desde la insignificancia y precariedad de mi vida; desde la disidencia e incluso desde el “enfrentamiento ideológico y dialéctico” cordial y fraterno; reclamando una oportunidad para la paz, el perdón y la concordia, para la caricia y la sonrisa; sin más palabras que el asombro, la admiración y el silencio ante el misterio, me arriesgo a desear a todos UNA FELIZ NAVIDAD… Atrevámonos a celebrarla… porque justamente esa celebración navideña es lo que hace a Dios, al Dios de Jesús, al Niño-Dios, “inconcebible”…
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