TRINIDAD: LA PARADOJA DIVINA

TRINIDAD: LA PARADOJA DIVINA

Afirmar y celebrar la trascendencia de Dios es tanto como olvidar y enterrar nuestras pretensiones de conocimiento y sabiduría, y claudicar humildemente ante el misterio. Es renunciar sin miedo ni complejos a ser nosotros “Dios”, y confesar nuestra deficiencia radical y nuestra insuficiencia con honradez y reconociendo sencillamente dónde están nuestros límites; pero, eso sí, sin renegar un ápice del horizonte de nuestra esperanza ni ceder lo más mínimo ante la experiencia genuinamente humana del amor y la bondad, por incomprensibles y “poco provechosos” o “ilógicas” que nos parezcan.

Así, hablar de “Dios uno y trino” a lo cristiano, es algo así como adelantarnos a decirle al escéptico: “a Dios no hay quien lo entienda…”, sin caer en lo inhumano e impropio de un Tertuliano atreviéndose a decir “credo quiaabsurdum…”  Es contestarnos, ante el interrogante del misterio divino, como aquel profesor de teología  hizo,respondiendo a la ingenua pregunta de un alumno: “Profesor, ¿y en el cielo comprenderemos por fin a Dios?, en los términos que él lo hizo: “Sí, por supuesto que entonces lo conoceremos definitiva y plenamente. Y entonces comprenderemos, que es incomprensible…

El punto de partida de la fe trinitaria del cristiano (es evidente y una perogrullada decirlo), es la experiencia vital de Jesús y el acceso a una inesperada consideración de la trascendencia que nos supone la vinculación personal a Él. Ella fue y es la experiencia impactante, “rompedora de esquemas”, tanto filosóficos o lógicos, como religiosos y militantes devotos, en primer lugar para sus contemporáneos de modo directamente afectados, pero también para cualquier persona que se constituye en discípulo suyo integrándose a la comunidad eclesial independientemente de consideraciones teológicas, disciplinares, sociológicas o morales. El asombro desconcertante  que provoca su originalísimo y audaz comportamiento, con esa autoridad y libertad que muestra, conduce al interrogante básico y primordial que surge de Él como una constante interpelación: ¿cómo pudo vivir de esa manera? Porque con su manera peculiar de vida es Jesús quien nos sitúa a Dios en otro horizonte, nos lo revela en otras dimensiones, muy distintas a las de la “sabiduría”, la “autoridad” y el “poder”, intentos limitados nuestros de buscar un contacto, una relación, “un puente” entre Dios y el mundo.

El horizonte en que nos sitúa Jesús respecto a Dios, se nos revela como una “dinámica participativa”, de comunión en el amor y de entrega bondadosa; y, en su caso,con una autoconciencia que supera la de la simple vinculación a un mundo creado, y lo sitúa en el ámbito inaccesible de la trascendencia. La identidad propia y “trascendente” de Jesús no es desde luego la del Creador, pero es divina; y esta evidencia, inaceptable por incomprensible durante su vida, se hace patente e indiscutible a quien se siente interpelado por Él tras la conmoción de su muerte, a través de una resurrección forzosamente situada en el contexto de ese misterio de su persona divina… es el comienzo y origen del enigma, y con ello de la confesión de fe cristiana: el Dios Creador no es Jesús, pero el hombre Jesús no puede no ser Dios… era Dios en persona; no hay, pues, una sola identidad, porque “simultáneamente” viven Padre e Hijo (siguiendo la terminología del propio Jesús), ¿y acaso uno es “mayor” o “más dios” que el otro?. Acompañados por Jesús, la experiencia de nuestra vida, de nuestra identidad y nuestra persona, nos dice: hay un Dios, un Creador, un Padre (¡y Madre!), que no es “el Omnipotente” que imaginábamos, sino el incapaz de ensimismarse… incomprensible… 

Y desde nuestra experiencia de la persona de Jesús, en nuestra incapacidad de darle nombre simplemente humano, nos vemos constreñidos a reconocer también: ese Jesús, sin duda, no puede ser sino Dios… doblemente incomprensible… 

Y, ya en el colmo del asombro ante lo imprevisto e innombrable, la ausencia del Hijo resucitado, retrotrayéndonos hasta sus propias palabras y hasta esa fuerza suya que “viene de lo alto”, nos abre aún otra puerta: hay “algo”, “Alguien” de Dios que nos penetra, nos anima e insufla vida divina en nosotros, nos anuncia un Espíritu Santoque es Dios en nosotros, una persona propia e identificable con la divinidad “sólo” en la medida que nos penetra y vivifica a nosotros, sin ser, evidentemente ni ese PadreCreador, ni ese Hijo encarnado, sino Alguien con quien ellos están en intimidad unidos… misterio triple… Trinidad

Pero, ¿cuál será el objetivo último de Dios en la revelación de su misterio como “trinidad de personas”?. No que le conozcamos mejor, sino que vivamos desde Él, desde el amor en comunión, “desde más allá de nosotros mismos”, desde el prójimo; que nuestra identidad (como la suya divina) se alcance en “el otro”…

Salir de sí mismo”, amar, es la propia “esencia”, “naturaleza”, o “sustancia” divina. No se trata de “comprender”, sino de vivir… y vivir en plenitud. Quien vive ama… y comprende… incluso el más inaccesible e incomprensible de los misterios…

Tal vez la consecuencia más importante de la revelación que nos hace Jesús con su vida del misterio trinitario de Dios, sea el que nos descubre todo lo que encierra y supone “ser persona”, que el apercibimiento de la propia identidad, y nuestro “proyecto de futuro” inherente a ella, no es simple accidente, sino precisamente “lo divino”, lo trascendente y último en nosotros. Sepamos, pues, vivirlo sin miedo, con atrevimiento y audacia, iluminados por ese “descubrimiento” cristiano: “única divinidad, tres personas”

Si alguien quiere realmente divinizar su vida; tendrá, pues, que comenzar por “ser persona”…

Por |2020-06-04T16:28:34+01:00junio 5th, 2020|Artículos, CICLO LITÚRGICO A, General|2 Comentarios

2 Comments

  1. […] Para seguir leyendo:  http://rescatarlautopia.es/2020/06/05/trinidad-la-paradoja-divina/ […]

  2. nines 5 junio, 2020 en 15:15 - Responder

    Preciosa reflexión sobre la Trinidad y la persona. Simplemente, ¡gracias!

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