Si decir que Dios se hace hombre resulta algo insólito, añadir que su vida es tan frágil como la de cualquier recién nacido y, más aún, que debe huir ante pretendidos rivales que se ven como potenciales “enemigos”, porque su simple presencia es motivo de alarma y es sentida como amenaza por los poderosos, resulta el colmo de la paradoja y casi parece una muestra de incongruencia en un Dios que se estime como tal… ¿Cómo va a Dios a temer al hombre? Parece el absurdo total: Adán temió y tenía que esconderse de Dios porque había pecado; y ahora resulta que Dios tiene que huir del hombre y esconderse precisamente porque en Él no existe el pecado… ¿Qué pretende decirnos Mateo con este relato legendario?
Ante todo que la fragilidad de Dios en nuestro mundo es extrema y que está realmente en nuestras manos: comienzo del misterio… Como uno cualquiera de nosotros, Él no puede salir adelante por sí mismo. Y nos dice también que los riesgos de cualquier persona para sobrevivir, por muy Dios que sea, no sólo provienen de la “natural” fragilidad de una criatura recién nacida, sino que derivan también de la crueldad y de la maldad humana; y para vencerla, Él mismo está indefenso cuando es niño, de modo que el propio Dios se arriesgó a morir antes siquiera de poder llegar a ser persona en madurez… Sigue el misterio… José no sólo es quien hace que Dios entre en nuestro mundo con normalidad y aceptación social, que pueda ser “uno más”, sino que se convierte en su escudo protector, su infatigable tutor; la aventura de Dios en este mundo, a pesar de la voluntad de María pudo ser frustrada sin José… Para sobrevivir en este mundo, Dios nos necesita… no al influyente ni al rey, sino al ignorado y pequeño, porque no necesita de nuestro poder, sino de nuestra sencillez, paciencia y humildad, de nuestro querer acompañarlo caminando si es preciso en el exilio y a la sombra…
Porque el simple anuncio de la presencia de la bondad divina, la posibilidad de que Alguien pueda “encarnar” la voluntad de Dios, es sentida como una amenaza por “los poderosos de este mundo”… de modo que la imprevisibilidad de Dios no solamente nos desconcierta, sino que cuando estamos en la cúspide y somos autosuficientes nos asusta y nos aterra, porque vivimos desde el recelo, la desconfianza y la codicia. Sin embargo, lo auténticamente desconcertante e incomprensible es que Dios tenga miedo y huya… que Dios no quiere enfrentarse con nosotros… tal vez porque adivina que saldría perdiendo al saber sólo de amor y no de odio… Y sigue el misterio… Jesús comienza ahí el camino de renuncias de su vida: renuncia al combate y al ejercicio del poder, a la segura victoria si quisiera mostrar “su fuerza” (esas legiones de ángeles si su Reino fuera de este mundo)… Aunque precisamente es eso lo que tememos de Él: su fragilidad y su impotencia. Dios, sin embargo, no sabe imponerse ni se atreve a luchar contra el hombre, y prefiere retirarse en silencio hasta que llegue su hora, el momento en que, manteniéndose inerme y pacífico, hable con claridad y no entre en combate, sino que rubrique su derrota… ¿Un Dios asustado y cobarde? ¿Pero qué Dios es éste? ¿Alguien que no se atreve ni siquiera a defenderse y mostrar su poderío? Tal vez… por eso ahora prefiere huir, porque no es capaz de luchar, y sabe que el enfrentamiento le llevará a la muerte, ya que Él no sabe matar, sólo morir… José no sabe nada de eso, no puede ni se atreve a pensar tanto, a querer sacar consecuencias o adivinar decisiones desde lo profundo del misterio; pero su lucidez y docilidad frente a ese enigma apasionante en que se ha transfigurado su vida, le lleva a asumir él sus riesgos y marchar a lo desconocido. Como a Abraham, le basta el: “ponte en camino y sal de esta tierra”… y como a Moisés: “tú sacarás a mi pueblo de Egipto”… a Mateo le importan mucho los paralelos…
Y también nos recuerda Mateo que la crueldad y el odio, fruto de la maldad, es estéril, porque la Providencia divina es justamente su derrota y la victoria de la salvación anunciada. La voluntad de Dios triunfa… pero sin imponerse y sin luchar ni dar batalla: con el silencio, la prudencia, la paciencia y el esfuerzo. Porque las decisiones en este mundo y en la sociedad humana no son de Dios, sino nuestras. Él no interviene, y cuando llega aquí se convierte en una víctima más de los poderosos y de los intereses que rigen el día a día de cualquiera, sometido al juego cruel y despiadado de quienes sólo atienden la ley del más rico y del más fuerte… Dios ni viene con ejércitos y armas, ni sabe usarlas… nos quiere regalar su delicadeza y su bondad, sólo quiere impregnar nuestra vida de ternura y de cariño… de ahí los contrastes sorprendentes e inesperados de su presencia frágil y de su huida ante el riesgo. Y ahí también un contraste de Mateo: frente a la frialdad del palacio, al gélido ambiente de la paranoia real, cuna de la violencia despiadada y de la crueldad irracional, el calor del hogar humilde y sacrificado, la solidaridad y esfuerzo del amor y de la vida en comunión, compartida y entregada, regalada y dichosa, confiada y familiar, entre dificultades y sonrisas, siempre en camino pero teñida de esperanza porque no confía en las propias fuerzas sino en esa providencia, que sin desvelar el misterio lo hace accesible y presente…
Recapitulando e intentando descender hasta lo más profundo e incomprensible: cuando Dios quiere experimentar lo que es ser una persona humana en nuestro mundo, para así atraernos a su esfera divina, los que se sienten ya instalados cómodamente en él, antes de que aprenda y pueda hablar lo condenan y persiguen (Herodes), y ha de huir ante ellos… no son capaces de soportar el lenguaje del amor y del perdón, por eso no quieren oírlo… Y cuando al fin Jesús hable, y sin miedo, con una libertad y autoridad asombrosas, mostrando que no huye por cobardía ni se niega a defenderse por debilidad, lo volverán a condenar (Caifás y Pilato), y ahora se dejará prender y elegirá la muerte… éstos sólo están dispuestos a escucharlo, si habla de poder y de victoria, porque tampoco son capaces de soportar un Dios de misericordia y de bondad… El Gran Inquisidor de Dostoievsky lo decía bien claro: ¿Por qué tienes que venir a molestar y a fastidiarnos? ¿Acaso te necesitamos para algo o te hemos llamado? ¡Déjanos en paz! ¡Vete a tu cielo!… A Dios en la tierra no le queda otro remedio que huir del hombre, su criatura, e incluso confiar su huida a otras personas, ya que no puede valerse por sí mismo… porque cuando le llegue la hora de ser ajusticiado, lo será por voluntad propia, no perseguido, proclamando bien alto su mensaje, y denunciando y silenciando con la absoluta transparencia de su vida todo el odio y la maldad que se instala en el corazón humano y lo emponzoña…
Pero también la tierra es un misterio: Dios siempre encuentra algún proscrito o humilde, marginal o marginado, feliz por ser pequeño, y asombrado y sensible ante la inocencia y la ternura; y Dios se pone en sus manos con docilidad y mansedumbre, impotente y confiado. Y es que a la vista de la historia, e incluso del presente humano, de las rivalidades y discordias, de las ambiciones y desmesuras, de la intolerancia y del desprecio, la bondad y la alegría podemos considerarla un auténtico milagro, y el que una familia sin recursos se convierta en foco de luz infinita, de gozo y de esperanza, de salvación y de evangelio, aunque tal vez no forme parte casi nunca de nuestras previsiones, probablemente es la única huella perceptible de Dios, audaz y silenciosa, salvaguarda de auténtica vida. Porque es posible que María y José fueran las únicas personas de las que Dios no tuvo miedo, las únicas de las que en lugar de huir, hizo su morada, su familia… Tal vez también de nosotros siga teniendo miedo y deba huir… hagámosle saber que no, que de nosotros no debe tener miedo, porque nosotros de Él no tememos absolutamente nada; al contrario, lo esperamos absolutamente todo…
Gracias por el comentario de esta semana al evangelio de Mateo 2,12-13. Me ayuda a poner un rostro conocido y cercano a todos los seres humanos que huyen de guerras y atraviesan valientemente mares y fronteras, con peligro de sus vidas. Son el rostro de Dios. El rostro de Jesús que sigue huyendo…