Solamente la delicadeza de una madre, solamente el profundo respeto unido a la ternura, llevan a María a decirle a Jesús unas simples palabras, palabras que concentran todo lo que anima su corazón bondadoso: una sensibilidad exquisita ante las dificultades del prójimo, compadeciéndose de él; y el deseo de tenderle la mano desde el anonimato, sin necesidad de que se haga patente su ayuda: “No tienen vino”. Antes de que puedan pedírselo, María es cauce para llegar a Jesús por propia iniciativa, porque tiene los ojos atentos de la misericordia y el amor.
Y con esas palabras delicadas, y con una mirada enternecida y suplicante, María solamente sugiere. Porque sabe que los hilos de la misericordia y la bondad no los mueven mandatos, deseos vehementes o normas de urbanidad o de justicia; sino los frágiles impulsos de la delicadeza y la ternura: “Hijo, no tienen vino”…
Y María, que también es contemplada por Jesús desde esos ojos suyos profundos, luminosos, abismo de Dios en su bondad, sabe que ya no debe decir más. Amar es sugerir para después callar. Pero callar sabiéndose envuelta en esa complicidad inexplicable con el amado, que te hace sentir uno con él, ser uno con él, vibrar ambos, estar embargada por el otro, y tan segura de no ser ya dos, que no hay lugar para la duda. Callar sabiendo que has sido escuchado.
Y María, que se sabe así escuchada, con su perspicacia de mujer iluminada y de madre amorosa, sigue sugiriendo, pero ahora a nosotros: “Haced lo que Él os diga”. Lo dice con el acento de la humildad y con la alegría esperanzada de la madre, como insistiendo: “No dejéis de hacerlo”…
Y nosotros la escuchamos. Pero, ¿lo haremos? ¿Haremos lo que Él nos diga? Cuando, como a los criados, sin venir aparentemente a cuento de nada, nos diga que llenemos las tinajas de agua, sin ninguna otra explicación, y sólo porque Él lo dice, ¿nos molestaremos en llenarlas? Cuando nos sugiera en medio de nuestra vida algo sorprendente e inesperado, a lo que todavía no le vemos proyección, ni sentido, ni finalidad, ¿podremos aceptarlo? Cuando nos deje desconcertados y al borde del estupor o de la locura, porque nos lanza a la intemperie y descubrimos un abismo que da vértigo, pero que nos envuelve como torbellino del espíritu, prometiéndonos el futuro anhelado, ¿seguiremos su llamada? ¿Y cuando sea locura completa, es decir inexplicable e inevitablemente turbadora para los demás, incluso para nuestros allegados? ¿Sabremos ver el ángel que nos anima en el desierto, pero exigiéndonos pactos y promesas?
María nos sugiere que le hagamos caso, pero lo que nos pide parece tan absurdo a veces… sin embargo, sólo haciéndole caso podrá haber en nuestra vida la alegría del vino que Dios quiere regalarnos para que así, después lo repartamos.
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