¿POR QUÉ MIRARTE?
¿Por qué mirar, Señor,
tu rostro ensangrentado,
tu cuerpo de martirio,
tu corona de espinas, ´
la burla de tu realeza
y la ofensa ultrajante del saludo:
“¡Salve, Rey de los judíos!…”?
¿Por qué clavar mis ojos en tus clavos,
si sigo en el silencio,
temeroso,
aquí,
callado;
sin atreverme a despegar los labios,
a acariciar tu cuerpo malherido,
a desautorizar tu condena,
a proclamar tu inocencia;
o, al menos,
a pedirte humildemente perdón
y llorar amargamente mi pecado…?
¿Por qué mirar, Señor?…
Sólo porque Tú sigues mirando…
Y miras provocadoramente,
interrogando mi vida tan mezquina…
y sigues reclamando mi voluntad,
aunque sea en el silencio…
Te sigues fiando
de mi debilidad y cobardía,
me sigues diciendo en tu mirada
que no dude del perdón, de tu cariño;
y que esa cruz
culminante y plenitud de vida
es el signo definitivo
del triunfo de Dios,
que es tu llamada a la salvación,
si la hago mía…
¿Cómo no mirarte,
para pedirte perdón arrepentido,
para ver mi esterilidad y mi vacío,
y para,
al sentirme amado y perdonado,
hacer de tu cruz eterna compañía,
al ver en ella tu luz
y la aurora de la eterna alegría.
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