OLVIDARNOS DE DIOS… (Lc 12, 13-21)

OLVIDARNOS DE DIOS… (Lc 12, 13-21)

La conclusión de Lucas no puede ser más clara ni más contundente: vivir sin contar con Dios es vivir como un necio; y al necio de nada le sirven sus cavilaciones, ni sus riquezas ni sus bienes tan cuidadosamente acumulados. Ese principio acumulativo en que basamos toda nuestra economía, esa ambición inherente a un sistema capitalista de mercado que explota el individualismo, el recelo y la codicia, nos ha convertido en unos supuestos sabios que viven neciamente…

La codicia relega forzosamente a Dios, expulsándolo a la orilla; lo sitúa como un simple adorno de la vida (en ocasiones para evitarse incómodas preguntas), y a la religión como algo simplemente “de buen gusto y de orden”, incluso de “vida seria”; pero carente de verdadera fe, de confianza en ese Dios personal, Padre amoroso; nos impide ejercer la mansedumbre y la delicadeza y tener sensibilidad para acoger y verse interpelados por Él, tal como Jesús nos lo presenta y nos lo reclama.

Pensar y proyectar la vida en función solamente de uno mismo es necedad, porque es ignorar la propia persona y su fragilidad, es quedarse en la superficie de uno mismo y conceder valor prioritario (a veces incluso absoluto y exclusivo) precisamente a nuestra condición de criaturas, de dependientes y menesterosos; es caminar al ritmo de aquello justamente que escapa a nuestra voluntad y a nuestro control, lo que no podemos dominar: la materialidad física de nuestra persona. Es vivir en la corteza, vacío…Necios…

La sabiduría, que sabe y saborea profunda y serenamente la vida, estriba en conocer la caducidad y vanidad de nuestra condición “terrena”, y no medir ni cuantificar nuestros logros y triunfos, haciendo de ellos el objetivo y la razón de nuestra existencia, sino descender siempre a “lo profundo”…

¿Nos damos cuenta de que habitualmente nuestro cacareado compromiso de fe no rige en lo que podríamos llamar “nuestra vida civil”, la de nuestros negocios, nuestra actividad profesional y nuestras metas a conseguir, que siempre calificamos de cuestiones “técnicas” y “asépticas” (es decir “no religiosas”)…? ¿y que con ello disfrazamos la codicia con otros trajes, pero sigue siendo ella, bajo el señuelo de “competencia y promoción profesional”, “tener aspiraciones”, “buscar rentabilidad”,  “previsión de futuro”, etc. la única guía de nuestra actividad y determina el objetivo prioritario de nuestro esfuerzo y nuestra vida? Necios…

Por eso Jesús se niega a ser juez y administrar justicia. No quiere dictar una «justa sentencia» en favor del bueno, para así condenar y desautorizar al malo… Él no ha venido a traer justicia; eso es cosa nuestra, porque es nuestra maldad y nuestra perversión la que hace que tengamos que dictar leyes que frenen nuestra ambición desmesurada… No acudamos, pues, a Dios reclamando nuestros derechos, porque Él no quiere juzgar, sólo saber perdonar… Necios…

Ya nos lo había dicho: pidámosle sí con insistencia, pero la fuerza de su Espíritu Santo, para adquirir así la sabiduría necesaria que nos permita gozar del Reino entregándonos al prójimo, acogiéndolo con generosidad, ejerciendo la paciencia, practicando la indulgencia, no exigiéndole un justo reparto, sino abrumándolo con un regalo tal vez inmerecido, pero que nos libera a nosotros de ambiciones y egoísmo, de recelos y de odio, de la amargura de pretensiones injustamente fracasadas, porque hemos descubierto la alegría y la felicidad de la renuncia a aquello que podríamos reclamar según las leyes de este mundo…

Nuestro mundo es el de Cristo, nuestro Reino el suyo, y el horizonte de nuestra vida no lo que nosotros podemos construir y conseguir, sino la promesa inquebrantable que ha inscrito Dios en la unidad y el amor consumados, en una vida en comunión donde Él es el centro de gravedad y quien nos rodea con su abrazo… Progresar en esa forma de vida es realmente vivir, enriquecerse con Dios y con el prójimo e ir creciendo en gozo y plenitud.

No censura Jesús la previsión y la cordura en el planteamiento del futuro material de nuestra existencia; sino el que lo hagamos olvidándonos de Dios, excluyendo nuestra cualidad creyente, sin que el hilo rector sea precisamente nuestra actitud de discípulos, nuestro vivir desde Él con radicalidad y lucidez.

¿Hay alguien que juzgue realmente los logros de su vida en función de los valores del evangelio; valores que, en teoría, son los que le dan sentido y le descubren el acceso a la plenitud y el sentido: ejercer la misericordia, ser bondadoso, tratar a los demás con delicadeza y ternura, perdonar sin condiciones, renunciar a derechos o privilegios legítimos y justos para beneficiar a otros, contribuir a la convivencia y a la paz desde el anonimato, sembrar gozo y alegría, entusiasmo por la vida… en resumen: vivir “a lo Jesús”?…¿No nos valoramos a nosotros mismos por lo que hemos conseguido “acumular”, lo que podemos contar, poseer, medir y mostrar como triunfo?…Necios…

Sí, posiblemente queremos que nuestros objetivos y metas materiales vayan acompañados de generosidad, de solidaridad, de sincera buena voluntad en el seguimiento del evangelio; pero casi como un adorno… o como algo complementario o añadido para no olvidar a Dios en nuestra mente; sin embargo, no contamos con Él (y con ser cada día más fieles y radicales en su seguimiento), en nuestros planes y programas… Necios…

Sin embargo, estamos advertidos: todo lo que sea vivir así,  “en la práctica” es olvidar a Dios, mirar de lejos a Jesús sin seguirlo, querer vivir nuestra vida sin escucharle por mucho que presumamos de haber “reservado una parcela” para encerrar en ella a nuestro Dios…  Es decir, en palabras del propio Jesús, vivir como un necio…

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