SOBRAN LAS PALABRAS (Lc 23, 1-49)
Es, sin lugar a dudas, lo primero que uno piensa cuando lee o escucha el relato de la Pasión: sobran las palabras. Voy a intentar hacer realidad esa evidencia. Pero en lugar de referirla al conjunto del relato, quiero aplicarla, escuetamente, al detalle intencionado del evangelio de Lucas cuando no duda en resaltar significativamente: “Desde aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato; porque hasta entonces estaba enemistados.”
Que la única huella de “amistad” alrededor de Jesús en todo el relato de la Pasión sea ésa: la de condenar al justo, burlarse del inocente, despreciar la bondad, es verdaderamente conmovedor… Y podríamos incluso decir que Jesús sigue sembrando paz allá por donde pasa, y gracias a él los enemigos se convierten en amigos…
A primera vista los acuerdos más sólidos entre personas, colectivos y pueblos, son aquéllos que tienen por objeto aliarse contra otro o contra otros… Las iniciativas para conjurarse por causas nobles, para extender la misericordia y la bondad, para regalar sin condiciones disponibilidad y perdón, además de encontrar pocos seguidores, nos agotan; y al final nuestra vida se consume en simples buenos propósitos y en lamentos.
¿Por qué tenemos tanta inclinación a crear complicidad para destruir o condenar al prójimo, para anularlo? ¿Por qué tan poca decisión y ánimo para defender al débil, para aliviar al que sufre sin necesidad de inquirir antes si se lo merece o no? Porque, ¿quién ha dicho que Jesús no se merecía la condena a muerte? ¿Acaso no se condenaba a cualquier persona incómoda sin más justificaciones? No se trata, en definitiva, de que alguien sea o no culpable; sino de que nosotros seamos o no sensibles al sufrimiento ajeno, a la compasión y a la piedad. Es el revés de la cobardía de nuestra vida, de su egoísmo y de la mezquindad con que desenvolvemos toda nuestra existencia, siempre mirando hacia otro lado o lavándonos las manos…
Mirar hacia otro lado y lavarse las manos es siempre el punto de partida de los socios de la maldad y de los enemigos de la vida… Es curioso, hasta para quien lo condena con desprecio, prepotencia, desdén y burla cruel, la huella que Jesús deja en su vida es la de restablecer amistades…
Sobran las palabras.
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