PLEGARIA EUCARÍSTICA -Domingo de Ramos-
Es en verdad justo, Señor, el darte gracias,
porque tu Hijo por nosotros,
como Cordero sin mancha
se entregó a la muerte en la cruz,
ofreciéndose en sacrificio
para rescatarnos y perdonar nuestros pecados.
En su resurrección fuimos justificados
e incorporados a tu Reino para siempre.
Por eso, desbordantes de gozo y gratitud
te proclamamos Santo y cantamos: SANTO, SANTO, SANTO…
Esa santidad, ¡Oh Dios!, que nos regalas,
y a la que nos convocas en tu Hijo Jesucristo,
queremos hacerla nuestra hoy y siempre;
por ello te pedimos que tu Espíritu descienda
santificando este pan y este vino,
memorial de aquella Última Cena,
en que Él hizo de ellos
señal y signo de su eterna presencia entre nosotros.
Y, así, tomando el pan lo partió y dijo: TOMAD Y COMED…
Y, bendiciendo el vino de aquel cáliz nos urgió TOMAD Y BEBED…
Cristo se entregó por nosotros. Por tu cruz y tu resurrección nos has salvado, Señor.
En Jesús, oh Padre,
por la fuerza de tu Espíritu
has recapitulado el universo
haciendo la paz por la sangre de su cruz.
Porque cuando nosotros éramos todavía pecadores
murió por nosotros,
y en su resurrección fuimos salvados.
Tras caminar a Jerusalén
derramando a raudales su bondad,
soportó la Pasión y la Cruz hasta la entrega total,
para que también nosotros tuviéramos acceso a la vida.
Y tras su resurrección gloriosa
nos convocó al cielo nuevo y a la nueva tierra,
robusteciendo nuestros pasos
con el vigor y con el fuego del Espíritu Santo.
Fortalece, Señor, esos lazos tuyos que nos unen.
Que tu Iglesia haga presente tu amor en el mundo
y forme una familia verdadera de hermanos
con el Papa, los obispos
y todos aquellos que se sienten unidos a ti
y llamados por ti.
Y que así, unidos en comunión fraterna,
seamos dócil rebaño de tu Hijo, Pastor eterno;
y transmisores fieles de ese Espíritu vuestro,
que colma vuestra armonía divina.
Que, como Jesús,
mientras nos dirigimos a la Jerusalén definitiva,
gocemos abriendo nuestra vida a todos,
y en especial a los que sufren:
a quienes están desamparados o excluidos,
a los abandonados y olvidados.
Que no dejemos pasar a nadie a nuestro lado
sin dedicarle una sonrisa que le aliente,
una caricia acogedora,
una disponibilidad sincera,
y un horizonte de esperanza y de bondad.
Y que ese horizonte eterno
en el que sentimos viviendo para siempre a nuestros difuntos,
a tantas víctimas,
y a todas las personas
que ya han cumplido su camino y su pasión en este mundo,
sea también el de nuestro encuentro definitivo
con ellos y contigo.
POR CRISTO, CON ÉL Y EN ÉL, A TI DIOS PADRE OMNIPOTENTE, EN LA UNIDAD DEL ESPÍRITU SANTO, TODO HONOR Y TODA GLORIA POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS. AMÉN.
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