PENTECOSTÉS: ORACIÓN DEL DÍA DESPUÉS
Tras Pentecostés todo está todavía por hacer por parte nuestra.
Tú, Espíritu Santo, has invadido sin miedo ni reparo nuestras vidas para dotarlas de le energía y la fuerza necesarias.
Tu fuego nos abrasa, pero podemos fácilmente, ¡demasiado fácilmente!, sofocarlo hasta dejarlo apagado, convertido en cenizas humeantes, simple testimonio de lo que pudo ser…
Tu luz podemos secuestrarla, cerrando puertas y ventanas, para que no penetre la claridad en nuestra casa…
Y también el calor de tu contacto y tu presencia podemos convertirlo en frío y hielo, alejándonos de ti y rechazando secamente tus caricias…
¿Qué haré yo, Señor?… ¡He sentido tu abrazo de Dios!…
Y me has infundido la necesidad imperiosa de abrazar a los míos y a los tuyos… ¡de abrazar a todos!
Desde que tú, Espíritu Santo, has tocado mis entrañas, me surge una sonrisa inevitable y una mirada ilusionada al dirigirme a quien se acerca a mí o está a mi lado, a cualquier persona, que se me convierte en cercana… Ya no veo mujeres y hombres, sino hermanas y hermanos…
Y casi me da rabia que me hayas tocado y penetrado… Porque haber sentido tu amor y tu dulzura, reconocer tus dones y tus frutos, que me hablan tan claro: ¡me reclaman tanto!…
Pero no puedo ya vivir sin ellos: ¡me alegran tanto!… ¡Me impulsan tan lejos y me hacen volar tan alto!…
Aquel Pentecostés inició en la historia humana algo… una aventura apasionada y “sin futuro”, porque era el propio futuro divino ya instalado como regalo, sin tener que esperar al mañana, que llegará, sin duda…
Saborear a Dios en el fuego de su Espíritu Santo, en el calor de la fraternidad, en la dulzura y mansedumbre con las que colma nuestra persona, haciéndonos capaces de delicadeza y de ternura, exiliando de nosotros la sequedad, la timidez, la vergüenza y el desánimo…
Convertir mi impaciencia en ironía conmigo mismo, y verla como consecuencia de mi pequeñez, de mi impotencia y de mi orgullo…
Hacer de la diversidad riqueza, enterrando discordias y olvidando rivalidades y recelos…
Atreverme a hablar en voz bien alta de amor y de esperanza, de alegría y entusiasmo, del gozo, la gratitud y el asombro de sentirme tan favorecido por esa multitud de hermanas y hermanos…
Pentecostés marcó un comienzo… y ayer fue renovado el mío propio: celebrado, acogido y decidido libremente…
Gracias, misterio íntimo del Espíritu Santo, derramado en mi misma persona y nutriendo mi vida desde dentro, desde sus raíces más profundas…
No podría ya vivir sin arder en tu mismo fuego…
Recojo como un tesoro tu sonrisa y tu caricia para extenderlas ilusionado… sí, a veces con temor y reticencia, tal vez con un rubor inevitable, con demasiada timidez… pero quiero que ésa solamente sea la aventura de mi vida, la única solemne: el resplandor de tu hoguera en mis entrañas…
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